Vivimos en una época donde las máquinas están conquistando el terreno del pensamiento lógico, el cálculo preciso y la ejecución eficiente de tareas cognitivas. Y, como si se tratara de una tragedia griega, muchas voces se alzan para lamentar el "declive" de las habilidades humanas. ¿Qué pasará cuando ya no memoricemos números, hagamos cálculos mentales o escribamos programas desde cero? ¡Oh, la decadencia de la humanidad!
Pero… ¿y si en lugar de llorar la pérdida de estas habilidades, celebramos lo que podemos ganar?Spoiler: no hay nada malo en que estas capacidades cognitivas se atrofien. De hecho, es el siguiente paso lógico en la evolución humana. Durante siglos, hemos glorificado las habilidades cognitivas como si fueran la cúspide de lo humano. Sobre todo, luego del giro copernicano que representó la Modernidad y el Iluminismo europeo. Aprender matemáticas, desarrollar razonamiento lógico y memorizar datos fueron considerados la base de la civilización. Tanto, que terminamos por identificar lo humano con lo cognitivo.
Esta última premisa, además de reduccionista, es falsa. No somos solo nuestro pensamiento (como decía René Descartes), sino que también somos cuerpos que sienten, comunican, empatizan y aman. Sin embargo, esta sobrevaloración de las habilidades racionales dejó en segundo plano otras capacidades esenciales: las emocionales y afectivas. La revolución tecnológica que estamos viviendo, liderada por la inteligencia artificial (IA), está ayudándonos a cuestionar esta narrativa.
De calculadores a conectores
Cuando las máquinas asumen el papel de calculadoras y procesadores de datos, nos enfrentamos a una pregunta fundamental: ¿Qué es lo específicamente humano? Si dejamos a las máquinas encargarse del cálculo, la lógica y la organización, no significa que perdamos nuestra humanidad. Al contrario, significa que tenemos la oportunidad de redescubrirla. Cómo se plantea en algunas películas, como "Yo, robot" (Estados Unidos, año 2004), lo humano no se encuentra en sumar números o analizar grandes cantidades de datos, sino en conectar con otros, expresar emociones y vivir experiencias significativas.
Por ejemplo, las máquinas pueden calcular una estadística en milisegundos, pero no pueden consolar a un amigo en un mal día. Pueden generar un poema, pero no saben lo que significa amar o perder (por lo menos, desde una perspectiva humana). La empatía, el cuidado, la creatividad emocional y la intuición son territorios donde la IA simplemente no puede competir. Al menos no por ahora, y probablemente tampoco en el futuro cercano (dado que carecen de cuerpo, historia y contexto emocional).
Alguien podría decir que la IA posee cierta omnipresencia al no depender de un cuerpo que la contenga, pero justamente el cuerpo es una característica fundamental de la existencia humana. Cuando las habilidades cognitivas son delegadas a las máquinas, el ser humano obtiene la posibilidad de explorar un terreno que hasta ahora ha estado subestimado: el desarrollo emocional y afectivo. En la sociedad actual, estas habilidades son menospreciadas y, en muchos casos, ignoradas. ¿Cuántas veces se ridiculiza la sensibilidad o se considera la empatía un bonus en lugar de una habilidad central?
Este cambio de paradigma tecnológico, lejos de ser una amenaza, podría ser la antesala de una revolución afectiva humana. ¿Por qué? Porque el ser humano es un animal emocional y corpóreo antes que un cerebro flotante. La IA nos libera del trabajo mecánicode pensar para que podamos dedicarnos a sentir, comprender y conectar. Hoy, estamos emocionalmente subdesarrollados. La inteligencia emocional prácticamente no se enseña en las escuelas; la empatía se practica menos de lo que se predica. Vivimos en sociedades cada vez más conectadas tecnológicamente, pero desconectadas humanamente.
La transferencia de tareas cognitivas a las máquinas no es sólo una liberación, es una invitación: un llamado a construir relaciones más auténticas, a aprender a expresar emociones y a crear espacios donde la vulnerabilidad sea valorada. ¿Y qué hay de las máquinas? ¿Pueden participar en esta revolución afectiva? Difícilmente. Las máquinas no tienen cuerpo, y sin corporalidad, no hay afectividad. No sienten dolor, no conocen el placer, y, lo más importante, no tienen historia. Solo un ser con memoria, experiencia y un contexto vivido puede amar, odiar, temer o soñar. La revolución afectiva no sucederá automáticamente. Dependerá de nuestra capacidad para replantear lo que valoramos como sociedad.
Podemos seguir glorificando habilidades que las máquinas ya hacen mejor que nosotros, o podemos redescubrir el potencial humano en áreas que la tecnología no puede tocar: el afecto, la empatía, la creatividad emocional y la conexión auténtica. Así que, cuando veamos a la IA calcular más rápido que nosotros o escribir un informe más detallado en menos tiempo, no hay que sentirse intimidado. Más bien, deberíamos respirar y preguntarnos: ¿Qué puedo hacer yo que esta máquina no podrá jamás? La respuesta nos llevará al corazón de lo humano. Ahí donde reside nuestro futuro más digno.
(...) Las máquinas pueden calcular una estadística en milisegundos, pero no pueden consolar a un amigo en un mal día. Pueden generar un poema, pero no saben lo que significa amar o perder (por lo menos, desde una perspectiva humana). La empatía, el cuidado, la creatividad emocional y la intuición son territorios donde la IA simplemente no puede competir. Al menos no por ahora, y probablemente tampoco en el futuro cercano (dado que carecen de cuerpo, historia y contexto emocional).
Sobre Federico Viola y Estanislao Molinas
(*) Federico Viola es doctor en Filosofía, director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFH) de la Universidad Católica de Santa Fe. Por su parte, Estanislao Molinas es estudiante de la licenciatura en Relaciones Internacionales de la UCSF y becario de investigación en el Instituto de Filosofía de la FFH.
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