Por Mgter. Arq. Juan C. Ortiz (*)
Más allá de las evidencias patrimoniales del actual complejo y en particular de la iglesia edificio, destaca en la historia singular de la orden de los dominicos esa dimensión intangible del patrimonio que ha logrado instalarse en el imaginario colectivo.
Por Mgter. Arq. Juan C. Ortiz (*)
La noticia sobre la partida de los frailes de la iglesia y convento de Santo Domingo en la ciudad de Santa Fe, si bien fundada en criterios de reestructuración propios de la deriva de la orden dominicana en nuestro país, abre no sólo un margen de interrogantes, sino que instala una reflexión respecto de aquellos valores intangibles que la sociedad puede perder, y de modo irreversible.
Rastro potente aquel que se iniciara a mediados del siglo XVI con la llegada de los primeros frailes de la Orden, radicados en el Tucumán, y el primer convento erigido en la actual provincia argentina de Santiago del Estero, en el año 1553, arribando luego a la ciudad de Santa Fe a finales o al cambio de siglo.
Más allá de las evidencias patrimoniales del actual complejo y en particular de la iglesia edificio, que data de finales del siglo XIX, obra del arquitecto italiano Juan Bautista Arnaldi, cuyo proyecto se desarrolló entre 1892 y 1905, para luego continuar con los exquisitos trabajos de pintura a cargo de Juan Marinaro y Juan Cingolani; destaca en la historia singular de la orden de los dominicos esa dimensión intangible del patrimonio que ha logrado instalarse en el imaginario colectivo.
La condición de intangibilidad lo hace un tanto inasible desde su inmaterialidad, aunque resulta igualmente valioso al momento de sopesar la historia, la memoria y la identidad de los santafesinos a la luz de una presencia crística que se disuelve en múltiples hechos y acciones, la de una feligresía que construye su identidad como pueblo elegido en virtud de la riqueza y el carisma de una orden, de un espacio arquitectónico, de una localización y de una densidad de fe propia del área central fundacional de la ciudad.
Si bien la permanencia y el recupero del espacio sacro del templo podría estar asegurado en su eventual traspaso a la Arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz, la partida del componente humano de la orden deja un vacío imposible de llenar, arrastrando detrás de sí una historia rica y abundante en el marco de las actividades propias de una iglesia y de una comunidad religiosa y sacerdotal que ha contribuido enormemente tanto desde lo litúrgico como desde lo formativo. Basta hacer memoria respecto de la presencia sólida de un saber teológico especializado en el ámbito, por ejemplo, de la Universidad Católica de Santa Fe.
La integralidad de la historia tanto de la iglesia como del convento de Santo Domingo convoca necesariamente a sus fundadores y gestores históricos. La estructura histórica del área fundacional se nutre de dicha presencia, sostenida a lo largo del tiempo, y la sola posibilidad de su cierre con criterios de reestructuración causa cierta conmoción.
Numerosos son los hechos que respaldan la importancia superlativa de este complejo, el que alguna vez, en los albores del siglo XIX, recibiera al Gral. Manuel Belgrano en relación con los hechos de la gesta de mayo de 1810, y que fuera declarado Monumento Histórico Nacional en 1982. Motivos sobran para respaldar la importancia de la permanencia de la Orden dentro de los mismos espacios que los frailes supieron habitar y resignificar debido a una tarea profunda, propia del carisma que los alumbra: el estudio y la predicación.
(*) Docente Titular en el Área de las Historias de la Arquitectura y el Urbanismo de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santa Fe. Investigador Formado y representante por la misma universidad en la Comisión Municipal para la Defensa del Patrimonio Cultural.
Es valioso sopesar la historia de una feligresía que construye su identidad como pueblo elegido en virtud de la riqueza y el carisma de una orden, de un espacio arquitectónico, de una localización y de una densidad de fe propia del área fundacional de la ciudad.
Si bien la permanencia y el recupero del espacio sacro del templo podría estar asegurado en su eventual traspaso a la Arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz, la partida del componente humano de la orden deja un vacío imposible de llenar.