Rogelio Alaniz
Hay un momento de la película “Carlos” que me parece un buen punto de partida para una reflexión política. Carlos y uno de sus principales colaboradores están refugiados en un país árabe, en una de esas dictaduras islámicas que decían simpatizar con el socialismo, que hacían buenos negocios con la URSS o algunas de las democracias populares del Este y que contrataban terroristas para realizar algunos ajustes de cuenta contra los judíos, pero en la mayoría de los casos entre las diversas facciones del terrorismo árabe. Es de noche y están tomando tragos en un bar acompañados de lindas mujeres, cuando el noticiero anuncia que ha caído el Muro de Berlín. “La guerra ha terminado” dice unos de los asistentes. “La guerra ha terminado y nosotros perdimos”, contesta el otro. Todos hacen silencio. Nadie le da la razón pero todos saben que es así. La caída de la URSS representa también la derrota de un particular tipo de terrorismo alentado por el comunismo durante la guerra.
A partir de ese momento se inicia la declinación política y hasta física del temible comandante Carlos. Nadie quiere ayudarlo, nadie está dispuesto a hacerse cargo de él. Ni siquiera Libia, ni siquiera el temible coronel Kadafi. Derrotado el comunismo, Carlos ha pasado a ser una mala palabra o una molestia. No importan los favores recibidos. En el submundo del terrorismo no hay códigos. Carlos empieza a darse cuenta de que él que se suponía muy importante en realidad no es nada. Hasta su hombría ha ingresado en una declinación sin atenuantes. El macho bravío, el amante incansable, el fauno amado por las mujeres ha engordado y la enfermedad que ataca a sus testículos es también un símbolo de su decadencia.
Un sencillo operativo de los servicios de inteligencia franceses finalmente logra capturar a quien se consideraba el más peligroso terrorista del mundo. La dictadura que le ha dado refugio lo entrega por nada; también lo abandona la mujer que lo acompaña. Sólo y enfermo ingresa a la cárcel en 1994. Todavía está allí. El único jefe de estado que reclama por su libertad es Hugo Chávez. Por algo será.
Para quien no está debidamente informado sobre el personaje, digamos a modo de síntesis biográfica que Ilich Ramírez Sánchez nació en Venezuela en 1949, que se formó en un hogar en el que los libros de Marx y Lenin eran tan importantes como la Biblia para un creyente de misa diaria. Estudió en la URSS donde se dice que adquirió el título de licenciado en Economía, aunque luego debió dejar los estudios por problemas de disciplina. ¿Qué es tener problemas de disciplina en una universidad comunista y seguir siendo comunista?, es una pregunta que por el momento renunciaremos a responder.
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