Por Ignacio H
Por Ignacio H
En mi último viaje a Buenos Aires quedé varado en medio de una manifestación contra Uber de taxistas, que no se pudieron desconcentrar por las columnas de ATE que reclamaban contra la amenaza neoliberal de achicar el Estado bajo el pretexto de la modernización, mientras la izquierda desplazaba del palco a los burócratas de la CGT, que no pudieron huir más rápido porque se toparon con un piquete de organizaciones sociales que ya se garantizaron -a instancia del Papa- un subsidio del Estado por ser “trabajadores de la economía informal”.
Preso en las luchas del siglo XIX, en el ombligo porteño de la argentinidad, me compadecí del pobre de Baradel; no llegaría tampoco ese día a esa escuela de carton pintado que Sarmiento jamás imaginó. Pasadas las horas supe que no resistiría mi propio impulso irascible; pero recordé las brabuconadas incendiarias de Viviani y preferí cuidar mi integridad. El ocio me obligó a la pregunta siguiente: ¿qué sentido tendrán las quejas cuando irrumpan, menos tarde que temprano, los autos sin conductor? Ni los choferes de Uber se salvarán.
Cruje el sistema. Por todos lados lo hace. Las grietas son eso, fallas en los sistemas que no funcionan, con inconducentes gestores menos preocupados en el bienestar general que en sus estamentos, sus bolsillos o en las próximas elecciones. La revolución industrial 4.0 es un tsunami que la miseria no deja ver, aún cuando sea tema central en lugares lejanos como la Organización Internacional del Trabajo. (Hay mucho y buen material en www.ilo.org)
Nadie sabe cuán profunda será; pero todos coinciden: afectará al empleo, al derecho laboral, al derecho de huelga (los robots no adhieren) y al Estado Nacional, lo gobierne quien lo gobierne. Sin ir más lejos: Uber se paga con tarjeta de crédito en dólares que se van del país; deja renta a un trabajador que no paga cargas sociales ni tendrá jubilación, y no tributatasas en la ciudad donde presta servicios.
Los apocalípticos auguran un mundo sin asalariados; los integrados pronostican que se creará empleo más rápido de lo que se destruirá. El Parlamento Europeo instruyó a principios de este año a la Comisión Europea a “vigilar tendencias”. Debaten en el viejo continente la posibilidad de cobrar impuestos a los robots para “rentar la ciudadanía” a personas que se quedan sin trabajo. Ya constatan que el empleo demandado es -será- muy bien remunerado, de alta calificación y baja escala. Léase: pocos puestos.
Claro que Europa también cruje. Y si el Frexit -por derecha o izquierda- termina por disolver desde Francia a la Unión continental, serán los nuevos-viejos Estados nacionales los que deban asumir, añorando el pasado, que nada es igual.