Sábado 10.12.2022
/Última actualización 14:41
Mientras el Museo Ocampo prepara la muestra titulada "Panorama", que abarca la obra del pintor en sus distintas etapas, la Municipalidad de La Cumbre, ciudad que luego de un largo peregrinar por el mundo él eligió para vivir, le rinde homenaje con la imposición de su nombre a la calle por la que se accede al infrecuente museo de artista único. Infrecuente por su contenido y, también, por su arquitectura, que combina conceptos modernos y hallazgos lumínicos con una evocación, en sus muros, de antiguas construcciones jesuíticas de piedra y ladrillo.
Este singular conjunto cultural erigido en lo alto de una loma, al que se llega luego de recorrer un sendero que ondula entre árboles antiguos y una vegetación gestada por las paisajistas de una familia genuinamente vinculada con la naturaleza, reúne piezas fundamentales de la obra de Miguel Ocampo, que jalonan, con sus cambios expresivos, su vida de artista.
Radicado en La Cumbre en los 80, Ocampo, una persona sensitiva que vivía para pintar, creó en 2007 la "Sala" que llevaría su nombre y albergaría su obra. La "Sala", hoy Museo, levantada a poca distancia de su atelier, laboratorio íntimo de sus búsquedas incansables de formas y colores, el edificio que hoy permite acercarse a sus renovadas expediciones creativas que, con frecuencia, trasponían los límites de lo conocido o de lo sacralizado por la crítica. Ese mismo año, el municipio lo declaró ciudadano ilustre de esa ciudad serrana, "el país abstracto que todos deseamos", como solía decir.
Ya han transcurrido 100 años de su nacimiento, y un poco menos de su iniciación en la pintura, a la que se entregó desde niño, como lo muestra una foto histórica, a pesar de la resistencia del padre, que imaginaba otro destino para él, pero alentado por la sensibilidad de la madre. Un siglo que deja el legado de una obra importante e inspiradora y el ejemplo de una vida que ganó en sustancia cuanto más se alejó de los oropeles y sus distracciones.
A cien años del nacimiento de Miguel Ocampo
Un vínculo poético con el Museo Rosa Galisteo
Por Analía Solomonoff (*)
Acrílico sobre tela, donado por Ocampo al Museo en 1993. Aunque carece de nombre, la imagen del pajonal que alfombra la sierra habla por así misma. Crédito: Rodrigo Stettler / Museo Rosa Galisteo.Recordar al artista argentino Miguel Ocampo a los 100 años de su nacimiento nos invita a recordar que ese mismo año el Museo Provincial de Bellas Artes "Rosa Galisteo de Rodríguez" abría sus puertas por primera vez. Es un tiempo de vida, de un pintor y un museo que se entrelazan en el camino de la Historia, del Arte. 100 años atrás, ese lazo azaroso y poético encontró su camino. Hoy el Museo cuenta con una obra que generosamente el artista donó en 1993, obra que acompaña estas palabras y que puede ser visitada en la muestra "Museo Tomado". La donación destaca así un generoso gesto que el artista activa, un gesto dirigido a un museo público, un museo de la provincia de Santa Fe. Es esa generosidad la que permite al visitante encontrarse con Miguel Ocampo, conocerlo y reconocerlo, ser testigo de su práctica constante, de una fuerza pictórica total y un contexto matérico y disciplinar que se activa en el lienzo. Por otro lado, la obra "Sin título" (1988) ingresa al patrimonio del Museo para activar ese mapa simbólico de artistas que se entrelazan y cuentan historias. Tiempo después, en el año 2001, Ocampo es convocado como artista invitado en el 78º Salón anual de Santa Fe y el crítico y curador Jorge Taverna Irigoyen lo llama "Pintor de lo intangible". Hoy lo recordamos, a través de su obra, de su práctica y su generosidad. Y con las palabras con las que el Dr. Taverna Irigoyen cerraba el texto curatorial que acompañaba la muestra: "En la pintura de Miguel Ocampo, reposadamente, con una naturalidad que envuelve y que concilia, los argumentos ceden ante el secreto orden de las imposiciones".
(*) Directora del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez, Ministerio de Cultura de la Provincia de Santa Fe.