Por Sonia Rosa Tedeschi
Por Sonia Rosa Tedeschi
Las conmemoraciones de hechos y procesos históricos significativos para una sociedad -en particular las "números redondos" como aniversarios, centenarios, bicentenarios- constituyen campos de observación privilegiados para conocer mejor lo que se recuerda, entender, interpretar, realizar balances y proyecciones, desde cada presente que rememora.
Los 200 años de la independencia del Brasil, constituyen un número redondo, estimulante para la evocación, para exaltar los sentimientos colectivos relacionados con pertenencia e identidad, discutir las implicancias de ese acto desde las preocupaciones actuales. Observándolo en perspectiva el 7 de septiembre de 1822 es como un nudo histórico, para mirar hacia atrás y hacia adelante en términos de proceso…para evaluar aquellos legados significativos capaces de operar en el reconocimiento de una sociedad cuando mira hacia atrás y traducirse en desafíos cuando se mira hacia adelante. En este año, la sociedad brasileña está transitando esta conmemoración por medio de variadas formas y estrategias de evocación, cambiantes asignaciones de sentido, y hasta disputas en torno a cómo y qué recordar que no podemos analizar aquí en un ejercicio simultáneo sino tomar distancia y hacer evaluaciones de conjunto en un futuro.
En la declaración de independencia del Brasil confluyeron varios factores que se pueden remontar a 1808 como punto de inflexión en la relación colonia y metrópoli imperial. En ese año, el rey Juan VI y su familia fueron expulsados por la invasión napoleónica a Portugal a causa de no obedecer la orden de Napoleón de romper relaciones diplomáticas con Inglaterra. El rey y su nutrida comitiva cruzaron el Atlántico con protección inglesa y se instalaron en Río de Janeiro transformando a esa ciudad en centro del reino. En 1815, Juan VI jerarquizó política y jurídicamente a su colonia integrándola en el Reino de Portugal, Brasil y Algarve, nombrando a su hijo Pedro I como Príncipe Regente y fortaleciendo la unidad con dominio de la Casa de Braganza. En 1820 con Portugal liberado desde hacía tiempo, las Cortes se reunieron en Lisboa, exigieron el regreso del rey, abolieron la regencia de Pedro y se dispusieron a elaborar el plan de recolonizar al Brasil. Estas drásticas decisiones precipitaron el corte de los lazos con el imperio portugués y la erección de un imperio brasileño independiente.
El 7 de septiembre de 1822, el Príncipe Regente, Pedro de Alcántara y Braganza, en camino hacia San Pablo, declaró la independencia de Brasil sobre las márgenes del río Ipiranga. En su Manifiesto del 1 de agosto de 1822, preludio de la declaración de setiembre, él asumió el compromiso de defender los derechos de los pueblos del Brasil y el mantenimiento de su libertad e independencia política. En algunos pasajes del escrito se revelan las pretensiones de ciertas continuidades y cambios. Por un lado, estaba la necesidad de no romper los lazos de "fraternidad portuguesa" y seguir siendo una familia a ambos lados del Atlántico como un llamado a la tradición y a la historia común. Por otro, se pensaba en una transformación institucional con base en una Constitución como instrumento moderno para regular el poder y la vida social:
"(…) Ya sois un pueblo soberano, ya entrasteis en la gran sociedad de las naciones independientes a que teníais todo el derecho. La honra y la dignidad nacional, los deseos de ser venturosos, la voz de la misma naturaleza, manda que las colonias dejen de ser colonias cuando llegan a su virilidad, y aunque tratados como colonos, no lo creáis realmente, y seréis, por fin, un reino. Además, el mismo derecho que tuvo Portugal para destruir sus instituciones antiguas y darse una Constitución, con más razón la tenéis vosotros, que habitáis un vasto y grandioso país, con una población que (aunque diseminada) es mayor que la de Portugal, y que irá creciendo con la rapidez con que caen en el espacio los cuerpos graves".
En el Manifiesto existe también otra expresión muy significativa que iba en consonancia con las aspiraciones de expansión territorial de larga data del Imperio portugués sobre el sur continental. Ya desde 1808 la diplomacia portuguesa había reavivado la idea de "frontera natural" llegando al Río de la Plata como límite sur. Un resurgimiento del llamado mito de la Ilha do Brazil alimentado por cartógrafos portugueses desde el siglo XVI, un Brasil contenido entre las dos cuencas más grandes de América meridional, la del Amazonas y la del Plata que Don Pedro estaba decidido a sostener como parte del proyecto independentista:
"(…) No se oiga pues entre vosotros otro grito que no sea el de unión del Amazonas al Plata; no retumbe otro eco que no sea independencia".
Don Pedro fue aclamado como emperador en el mes de octubre y coronado con los atributos imperiales en diciembre de 1822. Esto provocó la guerra con Portugal. En efecto, el proceso de independencia no fue totalmente pacífico, si bien no reprodujo con Portugal las largas guerras emprendidas por los pueblos americanos para emanciparse de España, hubo tensiones, violencia política y enfrentamientos armados entre 1822 y 1824. Los imperiales de Pedro I confrontaron con los leales a Portugal quienes querían mantener el orden colonial pero estos fueron derrotados y expulsados. Internamente se generaron focos de resistencia hacia el centralismo político imperial de Río de Janeiro, por ejemplo en Bahía y Pernambuco pero terminaron sofocados. Finalmente, la independencia fue reconocida formalmente por la antigua metrópoli portuguesa en 1825.
¿Cómo ha impactado la rememoración de este suceso en la construcción de su conocimiento histórico? Los estudios generados revisan el proceso independentista en torno a los modos de participación de las mujeres, los indígenas, esclavos y libertos, sus formas de acción, sus motivaciones y trayectorias. Por otro lado ¿Cómo se entiende la independencia del Brasil si no se lo estudia en conexión con lo que sucedió en el resto del continente americano o en Portugal de manera contemporánea? Entonces, esa es otra dimensión global que permite una comprensión de los sucesos y de los protagonistas de una manera más amplia e inclusiva.
La otra pregunta importante es ¿Cuáles son los debates que ha desatado esta conmemoración bicentenaria vinculada al presente? Entre la multitud de asuntos abiertos a la reflexión, los viejos y nuevos debates confluyen en un postulado fuerte y preocupante que es la presencia de rasgos coloniales aún después de transcurridos 200 años desde aquel Grito de Ipiranga. Uno de los aspectos más críticos es el que alude a la persistencia del racismo, el denominado "racismo estructural" como centro de intensa discusión. Basta con mencionar al XII COPENE, un multitudinario Congreso Brasilero de Investigadores/as Negros/as -realizado entre el 11 y 15 de septiembre pasados, y organizado por universidades de Pernambuco-, para observar los asuntos de debate que aquí dejamos como una pequeña muestra: la afrociudadanía como proceso de fomento, conquista y concreción de la ciudadanía plena de la población negra del Brasil; el racismo institucional en el ambiente académico y científico; educación y relaciones étnico raciales; políticas de acciones afirmativas en torno a las prácticas antirracistas y decoloniales.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.