Jueves 6.10.2022
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Flanqueando precisamente al Día del Estudiante, lo que sugiere una maquiavélica programación, los pasados días 20 y 22 de septiembre, martes y jueves, no hubo clases en las escuelas públicas. Porque había huelga, paro docente. La semana siguiente tampoco hubo clases públicas durante los tres días que precedieron a nuestro patrono San Jerónimo, con igual argumento, lo que al parecer confirma lo maquiavélico del calendario.
La cuestión es polémica. Si aceptamos que todas las personas tienen derechos, aceptaremos también que existe la obligación de unos de respetar los derechos de los otros. Pero está claro que hay unos derechos más relevantes que otros, y que a veces el derecho de uno colisiona con el derecho del otro, y en este caso debe haber un derecho que prevalece sobre el otro.
La cuestión es polémica. Lo es porque el legítimo derecho de un niño a recibir educación, formación, clases en la escuela pública, el acceso a la escuela, debe prevalecer sobre el derecho docente, igual de legítimo, de reclamar mejoras en sus condiciones laborales.
Y la cuestión es abusiva, porque las estructuras disponibles para el reclamo docente superan en mucho a las que podrían usar los alumnos, o sus padres, para reclamar lo que les es propio. Será fácil admitir que cuando el derecho de un adulto colisiona con el derecho de un niño, prevalecen los derechos infantiles.
Aquel martes 20 de septiembre, a eso de las 8 de la tarde, casi de noche y ya hacía un poco de frío, estaba tomando un liso con una empanada en la vereda de una conocida esquina santafesina. Casi todas las mesas, incluso las del interior, estaban ocupadas por otros que consumían más o menos en el mismo plan. Entonces, desde lo oscuro apareció una nena pidiendo algo de dinero. Lo hacía con un mensaje breve y poco comprensible, desganado, sin esperanzas ni ilusión, sin una sonrisa, con las manos sucias, con mocos en la nariz. Repetía su argumento de mesa en mesa, sin cesar, monótono. Estaba cansada. Quien parecía ser su madre, un poco más allá, la vigilaba, y sostenía en sus brazos, sin duda maternales, un bebé.
Nadie levante el dedo acusador. Nadie se atreva a lanzar la primera piedra, porque nadie está libre de un pecado que es de todos, aunque las víctimas, como siempre, son aquéllos que tienen menos voz, menos representación, son así más vulnerables. Vale la pena detenerse para pensar qué poco quiere Santa Fe a sus hijos, y qué poco hace por ellos, y qué mal que lo hace ahora.
Se dice que no hay suficientes profesionales para atender las necesidades de pediatría de la periferia. Pero también se dice que no todos los pediatras cumplen en el hospital todas las horas que tienen contratadas. El paciente tiene unos derechos, y nadie tiene el derecho de dejar sus funciones públicas para atender a sus asuntos privados. Y si esto último es un pecado que provoca náuseas, más lo es quien permite el pecado y mira para otro lado, y más todavía quien acepta un turno en la privada sabiendo que el turno es en el horario de la pública.
Que mire cada uno en derredor y se pregunte si es cierto, o no, aquello que se dice. Y que se mire al espejo quien esté a punto de caer en la tentación de levantar el dedo acusador. Y que por último considere que si pretende que se le respeten sus derechos, al mismo tiempo y en la misma magnitud debe respetar los derechos de los demás.
Hace un cierto tiempo comentaba aquí que los pediatras, y en general los recursos médicos, se ofrecen a la población de manera desproporcionada. Son escasos allá donde más falta hacen, y abundan allá donde menos falta hacen. Es fácil confirmar este extremo, aunque de forma empírica, por pura observación, puesto que no conseguí saber cuántos pediatras hay en la ciudad de Santa Fe, ni cómo se distribuyen los consultorios de pediatría según los barrios, ni cómo se distribuyen los pediatras y las enfermeras de pediatría según el número y la densidad de chicos en cada barrio.
Parece lógico pensar que debería haber más recursos profesionales, de la salud y educativos, allá donde más chicos hay, o allá donde más falta hacen.
Es evidente que Santa Fe quiere poco a sus hijos y que no respeta los derechos de todos. Sabe bien que muchos deambulan, de mañana, de tarde y de noche en busca de las migajas que caen de las mesas. Esos hijos tienen el derecho de ir a clase por la mañana, hacer los deberes y jugar por la tarde, y dormir por la noche. Este derecho prevalece sobre otros.
Este derecho, en cambio, parece que sí se respeta en las instituciones privadas. Y esto hace que la cuestión sea todavía más polémica, puesto que si en lo privado se respetan los derechos de niños y jóvenes pero no así en lo público, de aquí se desprende que el respeto por el derecho de niños y jóvenes es sobre todo una cuestión de dinero.
Y los derechos de niños y jóvenes no son una cuestión de dinero, sino de dignidad. Indigno será entonces quien no sepa ver la dignidad del otro.
En la esquina
Conviene sentarse en una esquina y desde allí entender que aún queda mucho por hacer, y que por tanto no conviene ir más allá de un liso único y una única empanada. Tenemos que hacer que la vida de ciertos chicos tenga sentido y sea útil en el futuro, para ellos y para todos. Si no somos capaces de ofrecerles un presente como base de un futuro, seguiremos siendo testigos de una inseguridad creciente.
Hay que saber cómo fue la infancia de los muchos jóvenes que hoy protagonizan los muchos episodios de violencia.
Quizás necesitemos más maestros que policías. Más escuelas, o las mismas escuelas pero más activas durante más horas al día y más días a la semana. Más maestros y escuelas que policías y comisarías.
Hay que prepararlos para que, cuando les llegue el momento, la droga no les sea la mejor y más fácil alternativa.
En la esquina que decía y en muchas otras, y en mitad de cuadra, abundan los chicos que piden, o que venden a cuenta de otro. Esta es una realidad de Santa Fe, y desde hace mucho tiempo, aunque también es una realidad de muchas otras ciudades del mundo. Es necesario que las escuelas permanezcan bien activas, incluso cuando el personal docente se quede en casa. Incluso será necesario comprender que un paro docente no implica que el maestro deba quedarse en casa o salir a manifestarse, porque esto conlleva un daño para el alumno.
Hay que buscar la manera para que sean compatibles, el derecho al acceso escolar y el derecho a unas condiciones laborales dignas y acordes a los tiempos. Esto suena difícil, pero no lo es en absoluto. Requiere, eso sí, una mentalidad generosa y abierta, espíritu solidario y perspectiva de futuro. Requiere entender cuál, y sobre todo quién es el objetivo.