Jueves 7.7.2022
/Última actualización 6:21
Al parecer, ciertos síntomas pasan de moda, al menos en la infancia. Es el caso del mal humor y la tristeza. Otros síntomas, en cambio, persisten, y es el caso del fracaso escolar, el abandono, luego la ignorancia. No se nota que despierten suficiente interés, y esto pasa porque quienes creen que saben piensan que no vale la pena preguntarle, a un niño, qué te pasa.
Suele pasar que quienes creen que saben, y ocupan un cargo, son quienes, precisamente, saben menos. Tal vez porque confunden la verdad con la propia opinión, o tal vez porque piensan, ingenuos y vanidosos, que junto con la silla les vino también la sabiduría.
Media hora más, obviamente, no es nada. Todos lo sabemos, porque sabemos que no es cosa de cantidad, sino de calidad. Igual, gracias. Es más bien cosa de mente amplia, de programa flexible, de sentido común, de autonomía, de compromiso, de espíritu local. Y la tristeza y el mal humor, por otra parte, son síntomas de la enfermedad celíaca, al menos en la infancia.
La enfermedad celíaca, o celiaquía, afecta, por ejemplo, a uno o dos de cada cien escolares en Italia, y en Argentina hay sangre italiana. Hay una forma particular de mal humor infantil y una forma particular de tristeza infantil que son distintas, que se ven diferentes, que llaman la atención, que no responden a un momento concreto ni a una causa determinada.
Los textos modernos de pediatría ya no hacen mención a estos dos síntomas, tal vez porque apuntan más al ojo técnico que al ojo clínico. Pero los libros que tienen unos años sí que se toman un tiempo para describirlos como síntomas de celiaquía.
No se sabe por qué esta tristeza y este mal humor son síntomas de celiaquía. Se cree que podría deberse a que el niño celíaco, sin tratamiento, tiene hambre. Sí, pese a que come bien, es posible que tenga hambre, tal vez sin saberlo, porque el intestino delgado le funciona mal.
Ya se sabe que los niños con hambre suelen tener tristeza o mal humor. Los adolescentes también. Y los adultos. Es fácil entender, entonces, por qué está mal quien tiene hambre, por qué quiere morder, por qué sale a ver qué encuentra para comer.
Éste hambre, sin saberlo, sin reconocerlo como tal, admite otra lectura. Las escuelas rurales de Santa Fe tendrán ahora una jornada diaria de media hora más. No me consta que nadie les haya preguntado, a los alumnos, si querían esa media hora, o si querían quedarse a comer todos juntos en el comedor escolar, o si querían quedarse por la tarde en el patio, o si querían ir los sábados. O si tienen hambre de más y más aún. Hubiera sido, esta encuesta, una experiencia novedosa y útil, y un argumento poderoso. Pero no me consta que desde la silla se haya alzado lo suficiente la vista, el punto de vista. Les cuesta entender que esta silla no es para sentarse, ni menos para permanecer sentado.
Para entender qué piensa el otro, qué siente, qué quiere, qué necesita, hay que acercarse y preguntar. Los chicos son sinceros, y esto hace que la respuesta infantil y juvenil sea válida. Vale la pena tenerla en cuenta.
Hay que preguntar sin apuro, con las orejas atentas, los ojos abiertos y la boca cerrada. Es así como se descubre, por ejemplo, que cierta tristeza infantil es patológica y puede corresponder a celiaquía. O que cierto mal humor no es una pataleta sino un síntoma. Y para entender estos síntomas, y otros, incluso el fracaso escolar, el abandono y luego la ignorancia, hay que prestar atención, y no tanto a los focos y al micrófono, sino a las personas.
Sin oportuno diagnóstico y correcto tratamiento, la enfermedad celíaca, como el fracaso escolar, tienen malas perspectivas a corto y a largo plazo. No mejoran con un tratamiento cualquiera, sino con un tratamiento específico y basado en el diagnóstico previo. A unos hay que enseñarles aquello que necesitan saber para salir adelante. A los otros, que no deben comer nada con gluten.
El gluten es el culpable, aunque sólo en aquellas personas que tienen una predisposición genética a tener la enfermedad. El fracaso escolar, el abandono y luego la ignorancia también son cosa de familia, incluso de barrio. Los alimentos para celíacos son más caros, pero mucho más caro resulta el abandono escolar.
Se trata de preguntar y de mirar, y de abrir el debate hacia círculos concéntricos cada vez más amplios. Es allí donde está la verdad. Hay que escuchar sin apuro, con las orejas atentas, con los ojos abiertos y con la boca cerrada.
Escuchar para descubrir que el síntoma puede pasar de moda, o lo pueden disimular, o pintar de colores, o llamarlo de otra manera, o disfrazarlo de princesa, y vestir la mona de seda, pero no por ello desaparece la causa que lo provoca. Así, la tristeza y el mal humor son síntomas de celiaquía. Y también son síntomas de fracaso escolar, abandono y luego ignorancia. Y no pasan de moda. Y remedio entonces hay que ponerles.