A los dos meses de edad, con razonable puntualidad, a los bebés argentinos y santafesinos en particular se les ponen las vacunas de los dos meses. Pueden sentirse orgullosos, puesto que las mismas vacunas reciben los bebés de los países más avanzados del mundo. Se trata de un conjunto de vacunas que ofrecen una primera dosis de protección contra enfermedades de triste recuerdo, que queremos olvidar, que tenemos tendencia a olvidar, pero que no hay que olvidar: la parálisis infantil, la difteria, el tétanos, la meningitis, etc.
Gracias a estas vacunas, en las dosis previstas, estas enfermedades son hoy casi un recuerdo, al menos en nuestro medio. De la parálisis infantil (o poliomielitis, o polio), por ejemplo, pocos recuerdan que puede dejar al paciente para siempre sin fuerza alguna de la cintura para abajo. Esta enfermedad no tiene cura. La vacuna es efectiva y segura, y se aplica desde hace mucho tiempo. Hasta hace unos años se administraba en forma de gotas, y era conocida como Sabín oral, pero desde entonces se administra como inyección intramuscular.
La forma inyectable es mejor que la forma oral y es por tanto preferible, pero la forma oral es más práctica, más fácil y más rápida de administrar. Ambas son seguras y efectivas. Pero la enfermedad es inflexible, y allá donde por algún motivo dejan de vacunar, tal el caso de Gaza, la enfermedad reaparece y hace estragos.
La experiencia enseña que durante los conflictos bélicos se detiene la vacunación infantil a causa de la destrucción de las estructuras sanitarias y de la logística que necesitan las vacunas. Por lo tanto, los niños, además de perder la casa y la familia a causa de la violencia, pueden quedar a merced de enfermedades que no tienen cura. Los que más pierden, siempre, son los niños.
En todos los conflictos, en todas las crisis, los que más pierden son los chicos. Pierden más que otros porque por causa del presente se les recorta el futuro. Aquí, en Argentina, dadas las circunstancias actuales y las que son previsibles para lo inmediato, los chicos necesitan un grado más de protección para que no se les recorte el futuro a causa del presente.
Gracias a la vacuna, al mucho vacunar, parece que acá nos hemos olvidado de la parálisis infantil, pero aún existe. También parece que nos hemos olvidado de la meningitis, que no hasta hace mucho era quizás lo más temido para un bebé, o para el niño pequeño. Hay varias formas de meningitis, y varias vacunas que los protegen, y todas son necesarias, y todas son gratis. La meningitis no ha desaparecido pero está en gran medida controlada gracias a la vacunación masiva y sistemática.
Del tétanos, en cambio, nadie se olvida, tal vez porque ya se sabe que conviene volver a vacunarse cada tanto. Pero del tétanos neonatal ya nadie se acuerda, y este olvido significa que seguimos teniendo estructuras sanitarias competentes. De la difteria ya nadie tampoco se acuerda, pero aún existe. Y pronto nos habremos olvidado de la varicela y de la hepatitis.
No hemos olvidado todavía al sarampión, porque todavía circula, con fiebres tan altas y tan graves complicaciones, tan contagioso, contra el cual se aplica una vacuna segura y efectiva. Y no nos olvidemos de la rubéola, capaz de provocar grave daño fetal. Para olvidar las enfermedades tenemos que recordar las vacunas.
Gracias a las vacunas, quizá consigamos olvidarnos, en un futuro próximo, del cáncer de cuello uterino y de otros tipos de cáncer provocados por el virus papiloma, que pasa de unos a otros mediante los diversos modos de la actividad sexual. Otras enfermedades esperan vacuna, como el sida.
El calendario argentino de vacunas infantiles es un motivo de orgullo porque es muy completo y es gratis. Esto demuestra que la inversión en vacunas es una buena inversión, puesto que todos salimos ganando, unos por unos motivos y otros por otros. Similar puede decirse de la inversión en educación y en formación profesional. Es decir, apostar por la infancia y la juventud, siempre, pero en especial en tiempos de crisis, es una buena inversión.
Porque previenen la enfermedad, las vacunas son una buena inversión. Esto es así porque se previene el alto costo de la enfermedad y de sus complicaciones y secuelas. Vacunar, en efecto, es mejor que tener luego que atender, diagnosticar, medicar, volver a atender, volver a diagnosticar y a medicar, etc. Esta mirada requiere la capacidad de saber mirar tanto el hoy y aquí, como el mañana y el pasado mañana. Y esta debe ser la mirada que tienen que tener quienes son responsables de diseñar y presupuestar las políticas sanitarias. Similar puede decirse de la inversión en políticas educativas y de formación profesional.