Luciano Lutereau (*)
No debe haber regresión más propia de los varones que la que lleva al infantilismo del delirio de traición por el cual, cuando se pelean con su pareja, se empiezan a victimizar y acusan al otro de que los dejó tirados.
Luciano Lutereau (*)
El trabajo psíquico más difícil de realizar en nuestro tiempo, lo que justifica hoy en día una práctica como el psicoanálisis y es, al mismo tiempo, su mayor desafío, radica en hacer del otro un “objeto de amor”. Algo tan simple. Lo que cada vez menos personas consiguen, en particular los varones.
No debe haber regresión más propia de los varones que la que lleva al infantilismo del delirio de traición por el cual, cuando se pelean con su pareja, se empiezan a victimizar y acusan al otro de que los dejó tirados. La música popular tiene mil ejemplos. Lo demuestran la reciente canción de Wolfine: “Ay baby, me dañaste el corazón, ya no creo en el amor, ahora por ti soy peor”, o la de Yatra: “Me dices que me quieres y no puedes ser fiel, me dejaste manejando solo y triste”.
Esa regresión infantil que se regodea con la fantasía de la mujer desleal (es decir, la madre) es una de las posiciones de la que es preciso librarse prontamente (en la vida, en un análisis, como sea), porque autoriza el maltrato y la culpabilización del otro, cuando no hubo más que desencuentro y decepción (neurosis o acto que separó dos vidas). Es una de las posiciones edípicas del varón más profundamente arraigadas. Se reconduce a la escena en que un niño de dos años ya es capaz de decirle “sos mala” a la mamá cuando quiere angustiarla. Por suerte, muchas veces ellas no les creen. Quizá porque ellas ya no les creen es que ellos se enojan tanto y son capaces de decir cualquier cosa para lastimar.
Hace tiempo noto que, tarde o temprano, cuando les gusta una chica, llega el punto en que el varón dice que, en tal o cual rasgo, le hace acordar a la madre. Es obvio que ese parecido puede no ser objetivo, sino que es una necesidad subjetiva. Es corriente también que esa semejanza no se viva como placentera. ¿Por qué un varón necesita que su mujer haga serie con su madre, una serie que incluso puede basarse en la absoluta falta de relación (lo importante es que lo piense)? La respuesta es simple: porque sólo con un sustituto de su madre puede estar seguro de no estar con su madre. Las relaciones más incestuosas son aquellas en la que la serie no se constituye; eso garantiza el máximo edipismo del varón. Reencontrar es la única garantía de haber dejado atrás algo. Cuando un varón no reencuentra a su madre en una mujer, es porque él es la madre y eso justifica todas las perversiones de los varones con las mujeres. De lo materno se sale metafóricamente, es decir, por sustitución; o por desplazamiento, es decir, metonímicamente. Ésta es la diferencia entre neurosis y perversión.
En un célebre artículo Freud se refiere a la indiferencia inicial del niño respecto del mundo exterior. Es una forma de autoerotismo. Que se expresa, por ejemplo, en el bebé que cree que el pecho es suyo, pero... para no tomar siempre el caso del bebé (que pobrecito siempre hace todo mal para nuestra teoría), también podría ser quien al separarse acusa al otro de traición, o se enoja y necesita crearse una versión horrible para separarse: hablar mal del otro con los demás, borrar sus mails, eliminar sus fotos, etc. Esto también es el autoerotismo, porque no hay diferencia entre el bebé que cree que el pecho es suyo y quien creyó que el amor de otro era de uno y que cuando decidió ya no darlo nos quitó algo propio. La madurez existe y no es gran cosa, es apenas poder sufrir por amor con dignidad, algo tan difícil, porque la mayoría cuando sufre por amor pierde esa dignidad (límite narcisista) y sale a hacer cualquier cosa y, por ejemplo, manda mensajes a las 3.00 am o sube fotos a Instagram, etc. y así regresa al autoerotismo. Así que para explicar los conceptos mejor dejar tranquilo al bebé (y su mamá), que los ejemplos de la vida amorosa son mucho más claros. Porque la vida amorosa es cada vez más infantil.
(*) Psicoanalista, Doctor en Filosofía y doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.