Por Bárbara Korol
Por Bárbara Korol
No es culpa de las margaritas que no me quieras…
Lucen tan hermosas y tristes bordeando la rabia del sinuoso camino, que con manos bondadosas las rescato para que acompañen mis nostalgias blasfemas. El sol se va filtrando entre los árboles y los recuerdos, iluminan con pereza los meandros y el precipicio oscuro de tus ojos en el borde de mi memoria. Sobre la mesa de clara madera de la cocina, coloco las flores en agua junto a una ramita de salvia. El sahumerio recién encendido deja un rastro de humo y perfume que juega con mis ondulantes emociones. Miro la geométrica blancura de los pétalos que se conjuga con la gramática esperanzada de mis anhelos, y quiero consolar la sencilla perseverancia de su melancolía. Sé que las probabilidades son escasas. Silenciosas, en la transparencia del vidrio disipan su pena. No fueron ellas quienes llamaron a las nubes para que esta mañana se tornara repentinamente gris, ni quienes callaron de manera abrupta y cruel el tierno ronroneo de mis gatos. Tampoco escondieron las risas remotas de la infancia ni soplaron los vientos que derribaron los antiguos cipreses del bosque. No voy a arrancarles su inmaculada fragilidad por la ilusión de que me quieras. Ellas no enturbiaron tu corazón ni generaron la hipocresía de tu olvido.
Son inocentes del espanto dulce que dejó el desamor al astillar mis verdades y mi pecho. Entonces, una albura de piedad se despierta en mis labios inventando una sonrisa.
No es culpa de las margaritas que no me quieras…