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Jamás se me ocurriría decir que el Inadi no sirve para nada, pero, sinceramente, no creo que su cierre me haga perder el sueño. Luchar contra la discriminación y el racismo es una causa noble y seria que no se puede tomar a la ligera porque incluye mucho luto y dolor. Pero si una institución se propone defender esos valores debe proponerse en primer lugar estar a la altura de ellos, y me temo que desde hace unos cuantos años el Inadi solo ha sabido estar a la altura que le supo asignar Victoria Donda, es decir, a ras del suelo. Dicho con otras palabras, el Inadi pretende ser cerrado por Javier Milei, pero los que han hecho más méritos para que esta decisión disponga incluso de un alto consenso, han sido los kirchneristas con su sectarismo y sus miserables corruptelas. No es la primera vez que a una causa valiosa de la humanidad el populismo la degrada en basura. Con el Inadi los compañeros no dejaron torpeza sin cometer. Finalmente lograron su cometido. La institución perdió su capital más valioso: la estima social.
II
Más de una vez me pregunté si tiene sentido fundar instituciones de este tipo en nombre de causas que el Estado de derecho y las leyes que lo constituyen, protegen. Hay normas, hay ministerios y hay tribunales con potestad para intervenir en casos de discriminación, xenofobia y racismo. Y hay un fuerte consenso cultural a favor de estas causas justas y humanitarias. He discutido en más de una ocasión acerca de la necesidad de estas instituciones, al mismo tiempo que he defendido sus valores. Según mi criterio, en tiempos de dictaduras es importante y deseable que desde la sociedad los ciudadanos se organicen para luchar en defensa de sus libertades. Instituciones creadas desde la sociedad civil para impugnar, denunciar y combatir los excesos y atropellos de los estados autoritarios, autocráticos o dictatoriales, son necesarias y en más de un caso indispensables. Recuperada la democracia, son las instituciones del Estado de derecho y la propia opinión pública los que deben continuar esa labor. Lo demás, más allá de buenas intenciones, deriva en burocracia, sobreactuaciones, cuando no en corrupción. "Sueños Compartidos" es un ejemplo aleccionador. Y no es el único. Transformar valores cívicos, humanitarios y políticos en entes estatales y partidarios es el camino más seguro para desacreditarlos y darle espacio social a la ultraderecha para combatirlos con el aplauso popular. No ignoro que a los déspotas de todo pelaje la expresión "derechos humanos" les pone los pelos de punta, pero tampoco ignoro que en estos casos los que más han hecho para desprestigiar a estas causas han sido curiosamente los que se comprometieron en defenderlas. Presupuestos millonarios, bolsa de trabajo de militantes, disponibilidad de recursos de los cuales no rinden cuentas o los rinden mal. Conclusión: la estima social de instituciones cuyo capital decisivo es de índole moral, reducida a la nada, cuando no, a la desvergüenza. La derecha autoritaria gana estas batallas culturales no por sus méritos sino por las barrabasadas, torpezas y miserabilidades de quienes dicen defender causas que históricamente han sido virtuosas.
III
A no llamarse a engaño. El Inadi no se cierra por un decreto sino por una ley que aún no existe. Tampoco se ilusione el gobierno que la opinión pública creerá que con esa decisión se termina con la casta, se resuelve el déficit fiscal o se reduce la pobreza, desgracias lacerantes que no se atenúan con operativos de distracción social. Que yo lave los platos de mi casa, barra el piso del comedor y saque la bolsa de la basura a la calle, no quiere decir que he resuelto el drama de mis bajos ingresos o haya calmado a mis acreedores. Hice lo que había que hacer: limpiar, ordenar, acomodar; pero lo más importante aún falta: conseguir trabajo, pagar las deudas y darle a mi familia una digna calidad de vida. Cerrar el Inadi, terminar con algunos ñoquis, mostrar trapos sucios, es necesario pero no alcanza para calmar las heridas de un país con casi el sesenta por ciento de pobreza y sumergido en un ajuste con salarios congelados que pagan la clase media, los jubilados y los sectores populares. Que no nos vendan gato por liebre. A la Argentina la empobreció un régimen económico corporativo, dilapidador e ineficiente, pero esa tragedia no se resuelve con maquillajes y aspirinas.
IV
La historia, y sobre todo la historia nacional, nos enseña que los ajustes económicos suelen ser inevitables. Por lo menos ahora lo son. La historia del capitalismo es la historia de sus ajustes y de lo que se denominó "la destrucción creadora". Pero una cosa es una intervención quirúrgica en un quirófano y otra cosa es la carnicería. En un caso se recurre a profesionales escrupulosos y eficientes, y en el otro alcanza y sobra con un vulgar matarife. Todos estamos de acuerdo con que el ajuste es necesario, pero el acuerdo no incluye que nos dé lo mismo un profesional que un matarife. ¿Se entiende? Una cosa es adecuar la economía a las nuevas exigencias, esforzándonos en proteger a los sectores más vulnerables y otra cosa es un ajuste brutal con precios por las nubes y salarios congelados. Puede que en los dos casos se logre curar al paciente, pero los costos a pagar han sido diferentes como también ha sido diferente el sufrimiento infligido al paciente.
IV
Decía que como las operaciones quirúrgicas, el ajuste económico suele ser tan inevitable como desagradable. Decía que importa la calidad del profesional lo que traducido a política quiere decir que me importa el consenso y la legitimidad social de los dirigentes que deben llevar adelante una tarea que no es precisamente agradable. La historia enseña que los ajustes más duros necesitan para realizarse de un consenso político alto y de una clase dirigente respetada por la sociedad. Demás está decir que para todo ello resulta indispensable un Estado con sus agencias activas y en condiciones de intervenir con eficacia. Solo en esas condiciones, sociedades con un alto nivel de demanda como la nuestra pueden soportar las privaciones del ajuste. Milei dispondrá de un apoyo popular elevado, pero si no suma el apoyo de gobernadores y legisladores me temo que corre el riesgo de ser desbordado por la crisis. Él sabe que el cincuenta y seis por ciento de los votos es un capital político importante, pero seguramente no ignora que así como lo votaron en la segunda vuelta catorce millones de personas, fueron once millones los que votaron a otro candidato. Asimismo, no debería ignorar que sus votos responden más al imperativo de votar por el mal menor que a una convicción política. Es también la experiencia histórica la que enseña que hay una relación de correspondencia entre una situación económica y social grave y una clase dirigente responsable. Es preocupante que dirigentes peronistas expresen con absoluto desenfado sus objetivos obstruccionistas y en más de un caso sus afanes golpistas, pero también preocupa que el presidente de la nación se dirija a los opositores, a todos los que no piensan como él, en términos ofensivos e insultantes. En esas condiciones no es exagerado predecir que en el futuro inmediato nos aguarden horas dolorosas. El peronismo no tiene derecho a reeditar sus operativos "helicóptero", pero Milei no está en condiciones de creerse el Mesías designado por el dedo de Dios o las fuerzas del cielo para conducirnos a las maravillas del paraíso anarcocapitalista.