Estanislao Giménez Corte
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I
Algunos de los cuentos aquí incluidos exponen, si no una estructura, sí un procedimiento similar. En “El encerrista”, en “Matungo” en menor medida y en “Marketing taurino”, aunque también en “El metro llano”, pareciera repetirse tal procedimiento. ¿En qué consiste éste?: los cuentos son trabajados a partir de la elaboración o invención de una situación absurda (paródica, irónica, pseudo-humorística, paradojal, imposible), que deviene inmediatamente después de la descripción de una situación convencional.
Esta situación absurda, introducida con una aparente displicencia o despreocupación, quiebra la línea del cuento apenas después del inicio, pero tiende lentamente a presentar una inversión de la lógica aceptada del devenir de las cosas, por decirlo así, de tal modo que posibilita la introducción de lo anómalo en un contexto ordinario, al menos hasta dicho instante.
Lo absurdo -aunque esto pareciese una contradicción- irrumpe de formas sutiles; no necesita caer en un énfasis, elaborarse una desmesura o presentarse como hipérbole. Sencillamente sucede, y el lector lo aloja. Ello, en pos de una sorpresa que no cae en exageraciones, más que la mera radicalización del argumento en sí. El autor, entonces, procede mediante la búsqueda de un hallazgo, como quien hurga en el revés de la trama o como quien observa las cosas sólo para imaginar sus opuestos, sus otros lados.
La historia contrafactual o contrafáctica parte de una premisa a todas luces perturbadora: ¿qué hubiese pasado si...?; Pereyra parece trabajar a partir de una variación leve de aquello, mediante una tesis que se podría expresar de la siguiente forma: ¿qué pasaría si...?. Ello recuerda la famosa aseveración de Coleridge sobre la fe poética y la necesidad de la suspensión de la incredulidad.
Presentada la situación absurda, el autor desarrolla el argumento en sí, trabajando narrativamente de una forma directa. No hay una búsqueda de innovación en lo formal/estilístico, ni juegos ornamentales o retóricos; pero sí un trabajo muy propio en lo argumental. El estilo responde a la necesidad primigenia de contar ese argumento.
Si considerásemos las viejas categorías binarias, diríamos que el autor posterga la forma para hundir la lente en el contenido, o que privilegia éste por sobre el “plano de la expresión”; o que el “qué” determina y se impone sobre el “cómo”. Ahora, si el procedimiento de algunos de los cuentos podría verse como equiparable, cada una de las invenciones argumentales se vale autónomamente como ejercicio creativo en sí mismo. Si tuviésemos que sintetizar lo hecho por Pereyra, podríamos aseverar que hay una imposición de la imaginación a (y sobre) la forma.
Con todo, aquella similitud de procedimiento tiene que ver, puede presuponerse, con el mismo hallazgo de su narrativa; es decir que el autor encuentra su voz y sus temas, y luego, por una consecuencia natural, de alguna manera queda preso de su hallazgo. Esto, sin exageraciones, les sucede a todos los autores, en cualquier arte: la obtención de un estilo propio también es de alguna forma una condena (piénsese en cualquier escritor o autor de canciones). En este caso, empero, el estilo no deviene en su caricatura.
II
El autor es un consecuente y sólido lector, admirador de una profusa herencia literaria que tiene, si no me equivoco, el epicentro de su preferencia en Poe. En “Los Ferrodones” resuena su eco por momentos, especialmente en lo relativo a ciertas tramas de naturaleza policial y en el concepto general de la noción de cuento; cierto tono paródico puede llevarnos a asociarlo a algunos textos de Dolina; cierto sentido de la irrupción de lo fantástico en el relato -y de su presentación como algo convencional- amén del carácter “lúdico” de algunos de los textos, puede llevarnos vincularlo a los cuentos de Julio Cortázar. Desde el inicio, se le quita solemnidad a la escritura para entrar en un registro de “exposición del absurdo” o de “exposición de lo absurdo”.
Como dijimos, puede decirse que Pereyra parte de un modo de construcción del cuento que pone la imaginación en el reverso de las cosas, en la búsqueda por hallar los costados más inverosímiles de las situaciones, con personajes que son, por lo general, perdedores en el borde del abismo o del infarto. Ese universo irónico, paródico, paradojal, es el que “unifica” todo el volumen. Puede decirse que ése, y no otro, es el hilo conductor de todos los textos.
Pareciera haber, además, una suerte de arquitectura, determinada por la relación causal contexto-acontecimiento-consecuencias-interpretación. Se describe un contexto, por lo general convencional (un joven asume la dirección de una empresa de cristales); quiebra el relato el acontecimiento (introducción de lo absurdo), se explicitan las consecuencias (a menudo dramáticas para los protagonistas); se interpreta lo sucedido (sin moralejas, por cierto). Los perdedores de los relatos de Pereyra son perdedores delirantes, sujetos perdidos fuera de la lógica convencional, que se mueven de maneras no convencionales. Pero aquí estaría cifrada la mirada misma del autor sobre el mundo que lo rodea, una mirada de incomprensión, perplejidad y, una vez más, absurdo, como la de tantos otros escritores o artistas en general.
La “vuelta de tuerca” que presenta Pereyra es una vuelta de tuerca, como dijimos, que busca hurgar en el reverso de las cosas: un mago que admira a Houdinni y presenta un espectáculo en el que se encierra; un toro que recorre educadamente una cristalería; un apostador sumido en la miseria que rompe su único número ganador; un desambalsamador de cadáveres; un grupo de sicarios que deja de matar.
El libro está atravesado por una delicada mixtura de inteligencia, sensibilidad y humor. De la primera parte, los textos más logrados son “Carozos”, “Terraplén”, “Sicarios en huelga” y “Sábado Atávico”. “Un punto de menos” se destaca por un crescendo (rítmico digamos) y por cómo las tribulaciones del personaje del autor (primera narración) afectan al desenvolvimiento del personaje que está creando (narración a la segunda potencia). “La caja de madera” es una bella pequeña pieza circular.
Pero “Los Ferrodontes” es -según nuestra perspectiva- el mejor trabajo. Por argumento, por resolución y porque allí está, concentrado y expuesto, el concepto general de la obra: una trama de corte policial pero entremezclada o caracterizada por lo fantástico o lo imposible. Se diría, finalmente, que en la imaginación y la invención está la voz de un santafesino que, siendo uno de los tantísimos hombres y mujeres que hacen literatura callada, casi anónimamente -sin contratos editoriales, sin cargos oficiales, sin becas de ningún tipo, sin apoyo de ninguna índole- sólo con su férreo amor a cuestas por el trabajo con y sobre la palabra, abrió su propia brecha cuando, en 2009 y sobre 4500 trabajos, tras silencios varios de editoriales y jurados, ganó el Premio Juan Rulfo. Comenzó entonces una intrincada negociación, con ribetes no menos inverosímiles que algunos de sus cuentos. Tras casi dos años y con un sello editorial reconocido, Pereyra ve ahora materializado aquello que, de algún modo, le ha llevado la vida entera. Allí, en las tribulaciones de un escritor por ver su propia obra publicada, puede hallarse otro tema acorde a su narrativa. Es seguro que el germen de un argumento a propósito ya lo atosiga desde alguna de sus libretas de apuntes.