No debería sorprendernos que Isabel Martínez y Victoria Villarruel se reúnan, sonrían para las cámaras y se digan cosas tiernas. Después de todo, se trata de dos vicepresidentes que de hecho o de derecho se reconocen peronistas y como tales se tratan, impulso afectivo afirmado en este caso porque la reunión se celebró el 17 de octubre, el Día de la Lealtad, como les gusta decir a los peronistas siempre aferrados a consignas ruidosas, retóricas y con la ambigüedad necesaria para que cada uno haga con ellas lo que le parece conveniente.
Me dirán que Victoria Villarruel no es peronista y que fue votada precisamente por los opositores al peronismo. Puede ser, pero convengamos que se comporta, habla y reivindica banderas en las que un peronista tradicional se reconocería en el acto. No es peronista, pero cada vez se parece más, y cada vez hay más peronistas que la miran con cariño. Solo desde esa certeza vital se explica que Villarruel haya decidido visitar a Isabelita, con la que seguramente comparten certezas políticas y en particular una similar mirada acerca de aquel pasado en el que la esposa de Juan Domingo Perón fue vicepresidente y luego presidente. Digamos, a modo de síntesis, que el peronismo nos ha obsequiado en el último medio siglo tres vicepresidentes peronistas: Isabel, Cristina y Victoria. No sé si la causa feminista está bien representada en la ocasión, pero intuyo que la causa peronista ha instalado en el poder las mujeres que se merece.
Muchos dirigentes de La Libertad Avanza pusieron el grito en el cielo por ese gesto de la vicepresidente de Javier Milei, y algunos hasta se atrevieron a usar la palabra "traición". Desde el actual peronismo oficial, también abundaron las críticas, en particular contra Isabelita, algo que para muchos hoy resulta previsible, aunque si repasamos la historia con un poquito más de atención vamos a observar que no siempre el peronismo fue crítico con Isabelita y es más, en algunas ocasiones compitieron entre ellos para probar quién era más leal, más obsecuente y respondía con más verticalidad a sus órdenes. Lealtad, obsecuencia, verticalidad. palabras sagradas en el diccionario peronista.
Les recuerdo a los jóvenes y a los veteranos poco memoriosos que a principios de los años ochenta, todo o casi todo el peronismo peregrinaba una vez más a Madrid, aunque esta vez no a Puerta de Hierro sino hacia el lujoso dúplex de Villafranca del Castillo, para solicitarle de rodillas a Isabel que acepte ser candidata a presidente en 1983. Recuerdo a Carlos Menem con sus tarros de dulce de leche, que Isabelita tiró a la basura; también recuerdo a dirigentes peronistas asegurando que Isabel era Perón y que a través de ella Perón nos iba a gobernar desde el cielo. Siempre tan encantadores, tan lúcidos y tan racionalistas nuestros compañeros. Recuerdo a una parejita de Santa Cruz que hasta mediados del año 1983 bregaba para que Isabel fuera la conductora del peronismo. Néstor y Cristina se llamaban. Si los argentinos dispusimos de la tranquilidad moral de saber que Isabel no retornaría a estos pagos, fue una gracia que se la debemos a ella, porque si por los peronistas hubiera sido, la candidata para "que Perón nos gobierne desde el cielo" habría sido ella. Isabel, Cristina y Victoria. Lindo trío para un truco. Ninguna está incómoda en ese friso. Cada una ha hecho lo que se debe hacer para ganarse ese lugar de honor.
"Es una pobre mujer", dijeron de Isabel algunos peronistas hace unos años. No comparto. La pobre mujer fue la esposa que eligió Perón para compartir su cama pero también para compartir los destinos de la república sin otro mérito que la participación en un modesto ballet de danzas folclóricas y la participación como bailarina en un local centroamericano que la sabiduría popular designa con el nombre de "cabaret". "Mi único heredero es el pueblo", dijo el viejo pícaro, aunque en realidad a la hora de los bifes su heredera fue Isabel. Y lo fue desde el momento que el Líder decidió, sabiendo del deterioro de su salud, que ella lo acompañara en la fórmula presidencial de 1974. Ella y su secretario privadísimo. Lujos que nos damos los argentinos o que el peronismo nos suele obsequiar de vez en cuando. Primero, un rufián de prostíbulo como Raúl Alberto Lastiri en el cargo de presidente provisional; luego, una bailarina de cabaret como vicepresidente y presidente. ¡Vamos Argentina si querés! Digo, a modo de disculpa, que la "pobre mujer" siempre me resultó un personaje sórdido, grotesco y siniestro. Muerto Perón, tuvimos que soportar su rampante mediocridad, su histeria invasiva, su luto sombrío y su tilinguería regada con hostias y agua bendita.
Una observación merece hacerse a su favor. Las Tres A, el terrorismo de Estado, los parapoliciales masacrando disidentes en las calles no fue una creación de ella o de José López Rega. Ninguno de los dos se hubiera atrevido a dar ese paso sin el aval del propio Perón. Lo que Isabel hizo fue cumplir al pie de la letra con las enseñanzas que les había dado el general respecto a cómo se debe ajustar cuentas con los que molestan. De hecho, el 1 de mayo de 1974 el general dejó públicamente las instrucciones del caso. A las tres I -es decir a los imbéciles, imberbes e infiltrados-, había que responderle con las Tres A, porque ese es el destino, según sus palabras, que se merecen los traidores, cipayos y vendepatrias.
Cuando los militares llegaron al poder, en marzo de 1976, la mitad del trabajo sucio estaba hecho y bien hecho. Es más, no sé si los militares se hubieran atrevido a perpetrar la carnicería que perpetraron si previamente Perón no hubiera dado los primeros y decisivos pasos. Muerto Perón, la pobre mujer pudo haber renunciado o algo parecido, pero se empecinó en mantenerse en el poder para precipitar a toda la Argentina en la tragedia. Ella misma, fue la tragedia y el horror; el fracaso y la muerte.
Está claro que no estuvo sola en su faena. Institucionalmente todo el peronismo la acompañó: los sindicalistas, el Partido Justicialista y la mayoría de los gobernadores. Muchos peronistas fueron víctimas de este operativo quirúrgico. Hazaña del populismo criollo: en la misma causa militaban torturados y torturadores, víctimas y verdugos, asesinos y asesinados. Para 1975 ya eran lejanos los tiempos en que Perón aconsejaba a la juventud a tomar el fusil y la propaganda oficial de 1973 presentaba a los asesinos de Pedro Eugenio Aramburu como "juventud maravillosa". Cuando el gobierno se reúne con los militares para habilitarlos en la tarea de exterminar a los subversivos, Isabel está de licencia en Ascochinga acompañada, la muy tilinga, por las esposas de los flamantes comandantes en jefe que ella había ascendido: Jorge Videla, Orlando Agosti y Emilio Massera. Isabelita mientras tanto tomaba té y bordaba chucherías que luego le regalaba a las esposas de sus futuros verdugos. El presidente provisional en la ocasión era el pavo real de Ítalo Argentino Luder, que habilitó a los militares en todo lo que le solicitaban y, para asombro de los propios militares, en más de lo que ellos pedían.
Las crónicas recuerdan que los jefes militares le propusieron tres alternativas para liquidar a la subversión: una, en el marco de la ley; otra, mitad y mitad y la tercera aplicando el más crudo terrorismo de estado. Por supuesto, los caciques peronistas, para asombro incluso de los militares, se inclinaron por la salida más ilegal y más dura. "Hay que fumigarlos como a ratas", dijo un dirigente sindical ante la mirada algo atónita de los jefes militares que no terminaban de creer que hubiera civiles que proponían soluciones más duras que las que ellos mismos propiciaban.
La pobre mujer avaló la carnicería que se avecinaba, aunque el premio que los militares le otorgaron fue el de cinco años de cárcel, castigo que comparado con el que padecieron otros argentinos fue una dulzura. Cuando recuperó la libertad se fue a España y jamás de los jamases dijo una frase, una palabra contra los militares. Lo que se dice, una mujer acostumbrada a obedecer y someterse a los rufianes que la maltratan. Esa por lo menos fue la opinión de su edecán, cuando ingresó al despacho de la Casa Rosada y vio que su secretario le estaba pegando unas cachetadas. Como indica el honor y las leyes, el edecán intervino protegiendo a su presidente, intervención ruinosa para él porque la mujer golpeada en lugar de agradecerle lo sancionó con arresto. Lo que se dice, una pobre mujer.