I
I
En pocas horas el ejército de Israel invadirá la Franja de Gaza. Nadie ignora las consecuencias de esa decisión: muerte. Morirán muchos terroristas de Hamás, pero también muchos palestinos que no comparten las decisiones de los jefes terroristas, o por lo menos no las comparten con tanto entusiasmo. La lista de muerte incluye, por supuesto, soldados de Israel. Y queda pendiente con un resaltado e inquietante signo de interrogación la suerte de los rehenes judíos, cerca de 200, cifra que incluye hombres, mujeres, niños, adolescentes y viejos. Así son las guerras: crueles, inhumanas, impiadosas. Si alguien hiciera una consulta en el mundo acerca de si prefieren la guerra o la paz, la inmensa mayoría respondería que prefiere la paz. Pero está visto que esta encuesta no alcanza o no refleja la complejidad de intereses y, en particular, la complejidad de los pueblos y la complejidad de la condición humana. Se sabe que resulta políticamente correcto estar en contra de la guerra, pero también se sabe que todas las argumentaciones, religiosos y laicas, en contra de la guerra no impiden que en determinadas circunstancias la guerra se declare. Y no solo se declare, sino que a veces sea inevitable y, aunque algunos se escandalicen, justa. ¿O alguien cree, por ejemplo, que a Adolfo Hitler se lo podía detener con discursos pacifistas? ¿O alguien supone que a Ben Laden, al Isis o a los talibanes se los convencerá con dulces y piadosas palabras acerca de los beneficios de la paz?
II
Israel no puede dejar pasar por alto lo sucedido. Para un judío, para un sabra auténtico, nadie puede matar judíos y no pagar un precio por ello. "No estamos dispuestos a ir al matadero como mansas ovejas; ya lo hicimos una vez; dos veces, no". Israel es un puntito trazado en un inmenso territorio poblado por millones y millones de árabes que en su inmensa mayoría los detestan y quisieran arrojarlos al mar. Las cifras territoriales son elocuentes: Israel suma unos 22.00 kilómetros cuadrados, algo así como la provincia de Tucumán, un territorio áspero, árido que ni siquiera dispone de petróleo. Los países árabes suman más de tres millones de kilómetros cuadrados. La proporción de habitantes es parecida: ocho millones de judíos contra más de 150 millones de árabes y musulmanes. El odio a Israel es el rasgo dominante de todos. Si no lo han destruido no ha sido porque no lo han querido, sino porque los judíos se lo impidieron. Israel, por ejemplo, está, o estaba, a punto de firmar una paz con Arabia Saudita. Sabe que esa paz con una satrapía corrupta, infame y criminal está dictada por los intereses. Si hoy las tratativas se suspendieron es porque los jeques árabes en su intimidad y los pobladores de La Meca y La Medina salieron a la calle a festejar la degollina perpetrada por Hamás en Israel. La guerra de Israel con sus vecinos fue siempre una guerra despareja. Y así lo fue desde 1948. Los árabes el único riesgo que corrían en esas aventuras militares, era perderla; luego retroceden, regresan a sus hogares y se dedican a litigar en los foros internacionales para recuperar las tierras perdidas, algo así como jugar al póker en una timba de hacha y tiza, y después reclamar que le devuelvan el dinero perdido. Es lo que hicieron los egipcios, los jordanos, los sirios, los palestinos. Israel no puede permitirse esos lujos. No solo debe ganar la guerra, sino que ni siquiera puede aspirar a obtener algo así como un empate. Debe ganar y de manera concluyente, porque si así no fuera su destino es un Holocausto II. Recordemos una vez más: Israel es el único país en el mundo cuya existencia como estado, como nación, está en peligro. ¿Se entiende por qué no puede permitir que bandas de terroristas islámicos entren en su territorio y maten más de mil personas y secuestren cerca de doscientas? No está en juego el orgullo nacional, está en juego la vida como nación.
III
Antisemitas, juedofóbicos e izquierdistas de diferentes pelajes imputan a Israel haber ocupado ilegalmente tierras palestinas. ¿A qué ocupación se refieren? No responden a esa pregunta; la dejan en puntos suspensivos. Y no la responden, porque según se mire, los tierras ocupadas aparentan ser las de la Guerra de los Seis Días en 1967, aunque en su intimidad todos saben que las tierras ocupadas son las de 1948, es decir, las tierras que las Naciones Unidas le otorgaron a Israel con el voto de la Unión Soviética y Estados Unidos, entre tantos. Los países árabes no aceptaron esta resolución y fueron a la guerra: seis ejércitos contra uno. Y perdieron. Cientos de miles de judíos que vivían en estos países se mudaron a Israel para salvar sus vidas. Los países árabes con sus paisanos, que todavía no se llamaban palestinos, se lavaron las manos o se resignaron a aceptarlos en campamentos mugrientos e infectos. Conclusión: cuando los judeofóbicos hablan de tierras ocupadas, simulan que son las de 1967, pero en realidad son las de 1948. Si esto es así -y efectivamente es así- lo que se niega es lisa y llanamente la existencia de Israel. Por lo menos es lo que está presente en el estatuto fundacional de Hamás. Pero supongamos que las tierras ocupadas fueran las de 1967. Estamos hablando de la guerra de los seis días declarada por Gamal Nasser. Como en 1948, supusieron que el enemigo era pan comido, pero se comieron la derrota más humillante de su historia. Allí es donde Israel ocupa la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán. Otra vez la lógica de malos perdedores: posan de guapos, declaran la guerra, prometen arrojarte al mar, pero cuando pierden empiezan a lloriquear para que les devuelvan las tierras. Israel devolvió la península del Sinaí a los egipcios a cambio de un tratado de paz. ¿Y los palestinos? Hasta 1967 los palestinos como entidad política no existían.
III
La consigna de los jefes militares judíos en esta expedición militar que está a punto de iniciarse es la siguiente: "Pelear la guerra como si no hubiera rehenes; negociar la recuperación de los rehenes como si no hubiera guerra". La otra consigna es que el operativo será rápido y eficaz. A los judíos no se le escapa que si la semana posterior al 6 de octubre contaron con la simpatía mundial, a partir de la segunda semana comenzarán los reclamos acerca de la desproporción de las respuesta judía, o acerca de la naturaleza genocida y terrorista del Estado de Israel. Hay algo que para un judío combatiente, para un sabra auténtico, está claro: en las situaciones límites estamos solos y la salvación depende de nosotros mismos. Su consigna hoy es que Hamás debe ser exterminado. Lo han dicho sin eufemismos. A partir de allí todo puede negociarse. Incluso con los jefes palestinos de Cisjordania. Se trata de aniquilar a Hamás, pero si es posible impedir que el conflicto se extienda a la frontera del Líbano, a las ciudades de Judea y Samaria o, incluso, a la población árabe que vive, y vive muy bien, en Israel. Todas las variables están estudiadas. Israel dispone de recursos militares y humanos para soportar los peores escenarios. Mientras tanto no dejarán de atacar a Hamás. Por lo pronto, han advertido a la población civil que se traslade a la frontera egipcia para comprometer al gobierno de El Cairo que atienda su frontera con la Franja de Gaza; el mismo Egipto que la ocupó desde 1948 a 1967 sin que se registren noticias de que algún palestino haya reclamado ese territorio, del mismo modo que tampoco se sabe que la monarquía jordana se haya interesado por la suerte de los palestinos en la Cisjordania. Por el contrario, cuando los palestinos refugiados entraron a fastidiarlos, el muy devoto rey jordano ordenó una expedición punitiva que concluyó en una masacre de palestinos, masacre que nunca los judíos cometieron en esa escala porque, importa saberlo, los árabes han matado en los últimos cincuenta años más palestinos que los judíos. Ironías de la vida. La masacre cometida en el mes de septiembre de 1969 los palestinos la bautizaron "Septiembre negro" y organizaron una milicia armada con ese nombre. ¿Qué fue lo primero que hicieron? Viajar a Alemania y asesinar atletas judíos. Toda una lección para conocer cómo funciona la lógica en estos pagos. Hussein, Assad o los cristianos libaneses masacran palestinos, pero la culpa siempre la tienen los judíos. Alá es grande.