Dr. Luis Eduardo Gaite
Dr. Luis Eduardo Gaite
El 23 de febrero pasado, leí en El Litoral, la nota que lleva por título: “Ex Hospital Italiano: intervendrán el subsuelo y espacios comunes”. Como muchos de los santafesinos, hijos, nietos o bisnietos de inmigrantes, nací en su Maternidad y recibí los cuidados médicos durante mi infancia en sus consultorios. Guardo las imágenes del ascensor de hierro, la escalera de mármol, la farmacia del subsuelo y los amplios jardines. Más adelante en el tiempo, ya como médico de esta ciudad, tuve el honor de pertenecer a su plantel profesional, en los comienzos de mi carrera, en el área de Nefrología y Diálisis.
Grandeza y vanguardia
Para los que no lo han conocido en actividad, me parece adecuado realizar una breve descripción de su grandeza arquitectónica e institucional. Se llamó Hospital Italiano de Santa Fe y Colonias, con el objetivo de brindar atención de salud a una amplia zona habitada por hombres y mujeres (colonos) venidos en los barcos para trabajar la tierra. Éstos mantuvieron su fidelidad durante el tiempo que la historia política y social del país se lo permitió.
Los planos fueron realizados en Italia y hoy se conservan en el Museo de la ciudad de Santa Fe. De estructura vanguardista, contaba con habitaciones individuales de amplios ventanales, rodeadas de espacios verdes. Tenía luz natural en el conjunto de los quirófanos y block aislado tanto para la patología infecciosa como para la terapia con radiaciones.
En cuanto a sus logros médicos institucionales, en él se realizaron, por primera vez en la ciudad, tratamientos integrales de cáncer de mama, neurocirugía compleja de los aneurismas cerebrales, hemodiálisis crónica, cateterismo cardíaco, angioplastía, cirugía cardíaca central, terapia intensiva y la bioquímica de alta complejidad.
Lo cierto es que en 2003, el Italiano dejó de ser hospital y pasó a ser por decisión legislativa “patrimonio histórico provincial”. De ese modo, se evitó el remate y que pudiera ser transformado en el primer casino privado de la ciudad. Cabe recordar que previo a su cierre, ni el oficialismo, ni la oposición ni la intervención con tinte político, hicieron esfuerzo alguno, para favorecer dignamente la continuidad que se merecía. Los gobernantes actuales tampoco marcaron diferencias. Desestimaron rápidamente la iniciativa de readecuar y modernizarlo junto al Hospital J. B. Iturraspe.
Muros imaginarios
Al leer el artículo, mis recuerdos buscaron enfrentar el estado actual del entrañable hospital de los italianos, y se unieron a otros dramas de la posmodernidad: abandono, pobreza, ignorancia, desocupación, exclusión.
A propósito, recordé el contenido del último libro del filósofo polaco Zigmunt Bauman “Extraños llamando a la puerta”. Bauman relata el drama de los refugiados inmigrantes y la reacción de quienes desde su condición de “naturales” sienten amenazados sus modos de vida, y plantea que la política no ayuda a resolver este drama en forma eficaz, más bien saca partido de él, y que la única salida a la crisis humanitaria es convivir en la diversidad con solidaridad y cooperación.
Aquí también se ha escuchado que la culpa la tienen “los inmigrantes”, las empresas con apellidos de hijos y nietos de extranjeros que abren y cierran cien veces sus fábricas y campos por el vicio inquebrantable de producir; los que lograron plasmar el sueño de “mi hijo el doctor” y abrieron el camino del acceso universal a la educación; los nacidos en Bolivia, que cultivan en familia la huerta de sol a sol; los provenientes del Paraguay que cuidan niños argentinos, o las monjas peruanas que asisten enfermos en casas particulares, expulsadas de los hospitales por una “avanzada visión laicista de la vida”.
Y acá también se invierte en la construcción de muros imaginarios, reforzando la idea de que la pobreza es la cuna del delito. Por lo que todos los pobres serán en algún momento criminales, como serán terroristas todos los musulmanes en Europa.
¿Y el Hospital Italiano? Argentina y Santa Fe no parecen estar fuera del mundo. Algo así como el “muro” entre la ciudad de las nuevas torres y la ciudad del abandono y la inseguridad, el límite entre el recuerdo del inmigrante trabajador y la perversa descalificación para quienes buscan refugio huyendo del abandono y la miseria con un trapito en sus manos. Como la confrontación entre la fortaleza y perseverancia impregnada aun en sus viejos ladrillos, con la efímera impronta de las promesas incumplidas y la falta de políticas públicas.
¿Seremos capaces los santafesinos de intervenir el subsuelo de nuestro entramado social y ocupar los espacios comunes de nuestra sociedad como no lo hicimos hasta el presente? ¿Podremos incorporar la diversidad cultural, revalorizando la solidaridad y el diálogo como camino superador a los fantasmas de la pobreza y la exclusión que cual extraños golpea a nuestra puerta? Si lo intentamos, tal vez sea posible ampliar el título a un concepto más profundo: “Todos somos Santa Fe”.