"Mi deber es hablar, no quiero ser cómplice. Mis noches serían atormentadas por el espectro del inocente que expía allí, en la tortura más horrible, un crimen que no cometió"
"Mi deber es hablar, no quiero ser cómplice. Mis noches serían atormentadas por el espectro del inocente que expía allí, en la tortura más horrible, un crimen que no cometió"
Émile Zola ("Yo acuso")
¡Uff! En este bendito país uno no gana para sustos (entre otras cosas que tampoco ganamos), pues amigos, poner en una lista aquello que entre sustos no ganamos sería algo así, como mínimo, interminable. Así somos. ¿Así nos gusta ser? Tenemos mucho de masoquistas, ya lo sentencia el tango "Naranjo en flor": "Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento".
De sufrimientos somos ricachones, de eso no cabe dudas; no solamente sabemos sufrir, creo que estamos doctorados con honores en eso del sufrir, sufrimiento que indefectiblemente cada dos lustros, años más, años menos, se intensifica. Amando…y sí, pongámosle, amamos nuestros colores, los defendemos cada mundial de fútbol. Cada cuatro años nos calzamos la remera y orgullosamente exhibimos nuestros colores, exaltamos nuestro patriotismo –patrioterismo- durante treinta días, si tenemos suerte y la pelotita entra, mostramos la albiceleste con cierta altanería y muchísima pasión, sabiéndonos los mejores y alardeando, cual hijo prodigo, que esta tierra parió a Maradona, al Papa y a Messi.
Después partir, bueno, partidos al medio, es casi como nuestra única forma de sobrevivir; andamos en esa dualidad tan afecta a nuestra manera de ser, nuestro ser nacional, odiando y amando con la misma intensidad que el abrazo amigo o con la que devoramos una milanesa con papas fritas y huevos fritos (y la culpa a caballo). Pero partir, dicen los Expósito, me imagino a que es de irse, de tomárselas… ¿Para qué? para después volver con la frente marchita y teniendo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con la vida (la pucha, acabo de darme cuenta que nuestra argentina forma de vivir es un tango)
Siempre terminamos volviendo. Dicen los que estudian para saber sobre el comportamiento humano, que uno busca volver siempre al lugar donde se fue feliz. Pero hasta en eso somos muy particulares, porque si nos basamos en lo que decimos y/o hacemos, siempre estamos volviendo al lugar en que fuimos totalmente infelices.
Es que Argentina es ese lugar donde profesamos y sufrimos a los ocho vientos (es que a veces vienen compuestos: sudeste, noroeste, etc.), la injusticia, el resentimiento, la iniquidad, los devaneos y desvaríos de la política económica, la gran zanja ideológica que nos separa cada vez más, apodada "La grieta", la dualidad entre el pensamiento y la acción… Y podría seguir nombrando algunas de las características que nos definen como ciudadanos, auténticos criollos de nuestra Argentina.
Y si se vuelve, se sufre, y si sufrimos, según la visión -acertada- de los hermanos Expósito, deberíamos andar sin pensamiento. Andar sin pensamiento es como andar por la vida como zombies. Pero el zombie es un ser sin vida y creado por los cineastas y la literatura del Comic, así que quizás el término que mejor le cabe para eso de andar sin pensamiento es el de ser autómatas.
Según el diccionario, autómata se refiere a una máquina dotada de un mecanismo que le permite moverse, en particular la que imita la figura y movimientos de un ser animado que generalmente es humano. Se usa muy a menudo en comparaciones referidas a personas que actúan de modo mecánico, sin reflexión o sin voluntad. Ahí me acerco un poco más lo que quiero expresar. No les niego, queridos lectores, que a veces está buenísimo ponerse en modo "Stand By", andar por ahí como un autómata, sin dudas y sin reflexión, hasta sin sentimientos empáticos. Además, es bueno para ahuyentar boludos y/o vendedores ambulantes.
Pero no se puede andar por la vida sin tomarse un tiempo para reflexionar, aunque sea para profundizar en lo que consumimos como noticias. Está bueno andar sin pensamiento. ¡Sí! Y ponerse en "modo vacaciones" mucho mejor, porque el cuerpo no es una máquina, porque la diaria tarea constante agota el espíritu, la cabeza y el cuerpo. Pero hay algo que no descansa y es la conciencia. Esa vocecita interior, la mayoría de las veces tiene la razón. Es la conciencia aquella que te dicta lo bueno y lo malo.
Está bien, me podrán decir que la conciencia es heredada y que nos fue inculcada por nuestra educación, y que tu conciencia es muy diferente a la mía, y que la conciencia de aquel otro que fue criado de forma desigual y ante circunstancias muy diferentes a la nuestra es casi nula. Pero amigos, estamos todos en la misma bolsa, en un mismo país. Somos vecinos, amigos, coterráneos, congéneres… con este sí, con este no, me dirás, pero bueno, seguí la voz de tu conciencia. Pero lo que baja, lo que nos llega, lo que vivimos y vemos, nos sucede a todos; por eso, más allá de la conciencia, de lo que te diga o no, deberíamos ser conscientes de lo que nos pasa y tener una mirada crítica de una realidad que, nos guste o no, es nuestra y en la que deberíamos dejar de actuar como autómatas, asintiendo o negando situaciones en las que internamente sabemos que se contradicen con lo que pensamos. Y eso es andar sin pensamiento, porque así andamos, "pobres, sin más cobre que el anhelo de triunfar" (pa´ seguirla con eso del tango).
La conciencia tiene una manera dictatorial de decir las cosas, ella acusa, no aconseja. Y en este bendito país, que tanto odiamos amar, las cosas pasan tan rápido que nos olvidamos del precio del dólar, del aumento de los combustibles, de la inflación, de nuestro nuevo ministro de Economía y de todo lo demás (Acotación al margen: no sé si ustedes se han dado cuenta que nuestro país mide el daño de una crisis directamente proporcional a los poderes otorgados a nuestros ministros de economía. El axioma sería: más poder tiene el ministro de economía, más profunda es la crisis).
Ahora el foco de atención (de los medios especialmente) está puesto en el fiscal y la ex presidenta. La importancia de repetir un titular una y otra vez, la argucia periodística de descontextualizar; la argumentación vacía; las mismas voces y los mismos silencios.
Y seguimos así, hablando con nosotros mismos; la imperativa voz es acallada por la imperativa realidad. La voz de la conciencia, que no es otra voz que la propia, tiene como característica principal la del derecho de reclamar para sí misma cada una de las cosas buenas que hacemos. Y tiene la camaleónica predisposición de susurrarnos los prejuicios y las acusaciones en nuestras equivocaciones. Pero siempre es preferible actuar siguiendo la voz de la conciencia antes que andar por ahí, sin pensamiento, por más de que nuestra argenta vida siga siendo un cambalache. Sonido de bandoneón.