I
Sin concesiones. Javier Milei estima que la izquierda, asimilada a socialismo y comunismo, es el principal adversario y en más de un caso, el enemigo. Según el flamante presidente, es perversamente peligrosa.
I
La izquierda, y no solo la izquierda, califica al actual gobierno de extrema derecha. Yo no estoy tan seguro de que así sea. ¿Extrema derecha o solamente derecha? No lo sé, pero sí estoy seguro que de izquierda o progresista no es. ¿A alguien le importa que sea de un signo o del otro? Supongo que al hombre común el tema le resulta indiferente, del mismo modo que ignora el contenido de los libros de Friedrich Hayek, Milton Friedman o Ludwig von Mises. Sí sospecho que a políticos e intelectuales la distinción alrededor de derecha-izquierda, les interesa. Así lo certifican la cantidad de libros que se han escrito en los últimos doscientos años polemizando por los contenidos y alcances de estas dos palabras, motivo por el cual sería un derroche imperdonable haber gastado tanta tinta y tantas neuronas para arribar a la conclusión de que "derecha e izquierda" son términos anacrónicos. Por lo pronto, hoy para la izquierda política la derecha existe y en todos los casos su existencia constituye su principal desvelo. Asimismo, para la derecha, la izquierda también existe, aunque más no sea como espantajo. Javier Milei estima que la izquierda, asimilada a socialismo y comunismo, es el principal adversario y en más de un caso, el enemigo. Milei podrá conceder en temas como la dolarización, el derrumbe del Banco Central o la casta, pero en lo que nunca va a retroceder un tranco de pollo es alrededor de los riesgos que representa para la humanidad la vigencia de la izquierda, según él, perversamente peligrosa no solo porque suele travestirse con los rostros y los encajes más insólitos, sino porque de hecho ejerce el poder, en Roma y en la Casa Blanca, una proyección que en su momento el senador Joseph McCarthy, recordado por su afición a la caza de brujas y la caza de comunistas, hubiera considerado algo exagerada.
II
Después están los excesos verbales, la mala fe y la ignorancia. Un conocido periodista español, cuya pertenencia a la derecha está fuera de discusión, dijo el pasado 20 de noviembre que en la Argentina había sido derrotado el comunismo. En la vereda de enfrente, se aseguraba que Argentina había caído bajo las garras del fascismo. Un mínimo de rigor intelectual sabe que Sergio Massa es un burgués aferrado con uñas y dientes a los principios de la propiedad privada, del mismo modo que Milei podrá ser un liberal conservador, un neoliberal o un anarco capitalista, pero su concepto del Estado, su concepto del hombre y su concepto de sociedad no se asimila a los principios fundacionales del fascismo. Eslóganes, consignas, disputas no cambian el dato fuerte de la realidad, es decir, que la batalla entre capitalismo y comunismo la ha ganado el capitalismo. No sé si por sus méritos o por las torpezas de quienes decían defender la causa comunista, pero en todos los casos lo cierto es que lo que hoy se discute en el mundo libre gira alrededor de las modalidades del capitalismo y de la democracia, pues aquel fantasma del comunismo que invocaba Carlos Marx ha quedado fuera de circulación o reducido a infames experiencias de poder autocrático y totalitario como son los casos de Cuba, Nicaragua, Corea del Norte o Venezuela. Lo siento por la izquierda, pero el objetivo político de estos tiempos no es destruir el capitalismo sino hacerlo funcionar como modo de producción y como estilo de vida. Liberales conservadores, religiosos, socialistas democráticos, humanistas, deliberan alrededor de ese desafío. En esa disputa y en esa lucha por el poder, la izquierda, tal como la conocimos: revolucionaria, marxista leninista, antiburguesa y decidida a fundar el paraíso en la tierra, no tiene lugar, no porque alguien se lo impida, sino porque como propuesta teórica, como proyecto de poder, como estrategia hacia el futuro, no tiene nada que decir o lo que dice no le importa a nadie. Sobreviven en las orillas de sus ruinas diversas modalidades de populismo que han fracasado o han dejado a los países que tuvieron la desgracia de padecerlos, en ruinas. ¿O alguien supone que las masas obreras y campesinas están dispuestas a luchar por la dictadura obrera y campesina y la estatización de la propiedad privada? La alianza más interesante que el populismo ha establecido para actualizar a la izquierda es entre Karl Marx y Carl Schmitt, dos intelectuales que ni en sus pesadillas más bizarras hubieran imaginado que alguna vez el destino o las travesuras de la historia los hubiese registrado tomados de la mano y felices.
III
Desde el derrumbe del Muro de Berlín, o tal vez desde antes, la izquierda se quedó sin futuro. Y una izquierda sin futuro es como un vampiro sin colmillos o un angelito sin alas. El fracaso del llamado socialismo real liderado por la URSS fue demoledor. Ya lo dijo con tono de epitafio hace más de medio siglo Alicia Moreau de Justo: "Prefiero ser negro en Estados Unidos que obrero en la URSS". Sabía de lo que hablaba. El mito, la utopía de construir una sociedad nueva sostenida por un hombre nuevo se deshizo en los calvarios de los campos de concentración, las masacres colectivas, pero sobre todo en la pesadilla de un orden que pretendió constituirse como alternativo al capitalismo y a la moral burguesa, pero lo que produjo fueron Gulags, miseria económica, asfixia espiritual y aberraciones éticas y estéticas. Aquella superioridad moral que se atribuyó la izquierda contra la burguesía, aquella certeza devenida en dogma de fe acerca de una ideología que aseguraba conocer el curso de la historia, se hizo trizas y el derrumbe arrasó con utopías, mitos, ilusiones y fantasías. El capitalismo para imponerse no renunció a ninguna de sus virtudes y defectos; le alcanzó simplemente con que la historia tejiera una trama cuyo desenlace fue exactamente el opuesto a la profecía marxista.
IV
El capitalismo, la burguesía o como mejor quieran llamarlo, no la tiene fácil. El mundo se ha complicado demasiado y lo que en otros tiempos parecía funcionar con cierto equilibrio hoy empieza a exhibir vicios y dificultades de dudosa resolución. Esto es así y sería necio negarlo, pero lo que importa es que las diferentes estrategias que se discuten para arribar a modos de convivencia social más o menos civilizados, en esa mesa o en ese escenario histórico, la izquierda no tiene nada interesante que decir. Nada por aquí, nada por allá. Algunos de sus intelectuales convocan a la resistencia como paso previo a la contraofensiva. Y no bien uno les pregunta cuáles son los objetivos de esa contraofensiva la respuesta es la repetición de consignas que ya eran viejas a mitad del siglo pasado. Se regodean describiendo las crisis del capitalismo, ignorando que esas crisis más que un síntoma de agotamiento son síntomas de salud. Se regodean extendiendo certificados de defunción a la burguesía, pero no son más que patéticos arlequines despatarrados, sin ideas y sin inspiración. En Argentina, la crisis económica y social no tiene precedentes. Si las profecías de la izquierda fueran ciertas, esas crisis deberían abrir las puertas a las masas revolucionarias lanzadas a fundar el orden de los justos en la tierra. Las paradojas de la historia en ese sentido son desoladoras o asombrosas. El capitalismo argentino anda mal, los pobres cada vez son más pobres, pero esas masas hambreadas en lugar de ir hacia la izquierda giran hacia la derecha. Más del noventa por ciento de los argentinos votaron a candidatos de derecha. Algunos más, otros menos; algunos disfrazados, otros maquillados, además de un candidato decidido a sincerarse con sus arrebatos en defensa del capitalismo con la pasión de un adolescente enamorado. Conclusión: Milei fue elegido presidente. Contará con adhesiones leales, pero también con adversarios tenaces, pero en todos los casos la gravitación de la izquierda, salvo algún bullicio callejero, será insignificante. Aceptar o resignarse, pero en esta Argentina y en este tramo histórico de la humanidad, las grandes masas pareciera que no quieren romper o derrocar el orden burgués, por el contrario, luchan por integrarse a él, integrarse con la mayor dignidad posible o como sea. Vivimos en un mundo -al decir de Michael Oakeshott- donde daría la impresión que lo efectivo es más valioso que lo posible; lo limitado es preferible a lo ilimitado; lo suficiente a lo excesivo; lo conveniente a lo perfecto; la risa presente a la felicidad utópica y, atención Milei, los cambios pequeños lentos a los grandes y repentinos.