Ocurrió varios años atrás, cruzaba la provincia de Buenos Aires mientras escuchaba radio El Mundo. Por aquel entonces, la radio tenía una programación de economía y finanzas los sábados a la mañana, así que ese día me distrajeron Claudio Zuchovicky, luego el extraordinario Tomás Bulat y más tarde, Pablo Wende. En su programa había un invitado muy particular, que se exaltaba cuando le nombraban "la basura general de Keynes", y explicaba la vinculación del economista británico con Adolf Hitler, y su exitoso plan de recuperación alemana a costo de expandir el gasto.
La enjundia de sus argumentaciones, y la contundencia lítica de sus diatribas contra un gobierno que, entre otras cosas, ponía a Guillermo Moreno a controlar precios con la sutileza de un capanga de plantación, captaba a una audiencia agobiada por el agravio cotidiano a la racionalidad. Por lo menos al razonamiento ateo de los que no conocemos salvadores. Recuerdo haber pensado que si aparecía en TV, hacía carrera. Y así fue.
Un par de años después, lo encontré en "Intratables", justo después de haber hecho su debut en "Animales Sueltos" con Alejandro Fantino. Nacía una estrella con gran mérito personal y con las condiciones que proveía la época. Subía uno a uno al ring de la dialéctica y los sumía en el absurdo y la contradicción, y si podía, con una especie de KO humillante. Un pura sangre del debate abierto, un payador avezado que cuestionaba los dogmas del "progre bien pensante" sin despeinar su caótica cabellera. Como en las películas, en que el héroe proporciona satisfacción a una audiencia que vio herido su sentido de justicia, Javier Milei redimía al almacenero, al carnicero, al monotributista, el repartidor, y a una nutrida fila de gente, que se sentía estafada por un Estado que vendía su "presencia" a precios exorbitantes. Se estaba abriendo una puerta desconocida.
Un hecho curioso y reparador tuvo lugar en "Polémica en el bar", donde las mujeres siempre fueron un adorno estético. Un distendido Axel Kicillof visitó la mesa convencido de que "la inflación no es un fenómeno monetario", por lo que la correntina Virginia Gallardo le hizo una propuesta a modo de consulta: "¿Profe, por qué no elimina todos los impuestos y financiamos el gasto público con una emisión monetaria?". Touché. Milei comenzaba a permear una conciencia tributaria en la gente, y Virginia era una atractiva exponente de ese proceso.
El ascenso
Los pisos televisivos lo convocaban a pesar de su temperamento resbaloso, que encontró víctimas competentes, y de las otras, en sucesivos episodios. El rating es un voto instantáneo que convalida lo que aparece en pantalla, y no se puede ir contra la voluntad del público. De este modo, se cristalizó un romance entre Milei y un amplio espectro de seguidores, a los que "empoderó" con frases que cortan las discusiones como hachazos a la médula, "la fatal arrogancia", "la poltrona del poder", "son los precios los que determinan los costos y no al revés", "La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario", y la enana blanca de sus hallazgos, la palabra que condensa todo y denuncia las vergüenzas de la política: "la casta", que una vez señalada, no se dio por aludida, no mostró gestos reparatorios.
Así que moralmente obligado por la fuerza de sus argumentos, decidió participar en aquello que despreciaba, el ámbito que arremolina a la casta y la mantiene sana y fuerte, la política. Y lo hace en un tono consistente con su visión del conjunto, no presenta proyectos propios aunque acompaña algunos ajenos. Sin embargo, ocasionó una disrupción con el sorteo mensual de su salario como diputado, una operación módica por la que devolvía a la gente lo gravado por el Leviatán estatal, al tiempo que lograba visibilizarse como "el único que viene a cambiar la política".
Mientras tanto, los medios empezaban a menoscabar su figura, a hacerle "bullying" como bien describe Carlos Pagni. Y la gente, que está harta del maltrato regulatorio del Estado, y también de la violencia verbal que radia la televisión, hace barrera para proteger al ofendido. Al mismo tiempo, Milei se defiende con una acusación indemostrable, pero que germina con facilidad en el inconsciente colectivo, los trata de "ensobrados". Ahora la opinión crítica tiene un motivo eficiente, para alguien que mide todo en términos de mercado es una obviedad.
Avanza libertad
Las primarias lo pusieron adelante en la carrera a la presidencia, un lugar complicado ya que es fácil perder la huella cuando se lidera la caravana, pero sus rivales andan desorientados como pulga en perro de peluche. Crece la angustia de los que ven a sus preferencias irse a la banquina. Milei, como Juan Manuel de Rosas en el siglo que tanto lo entusiasma, viene a restaurar el orden, aunque a diferencia de aquel caudillo de reconocida habilidad política, el líder libertario propone un "orden espontáneo", una especie de anarquía económica que ordene con sus señales endógenas las relaciones entre las partes. Su marco filosófico recita el principio concebido por Benegas Lynch (h): "El liberalismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión, la libertad y la propiedad".
Pero estos conceptos esconden matices que conspiran contra su practicidad. Una agresión ambiental como la contaminación de un río, no participa de esta definición según el León, por lo menos hasta que no se demuestre el daño económico; tampoco es libre la decisión de una mujer de interrumpir su embarazo, aunque vaya contra su personalísimo "proyecto de vida". La disposición de la propiedad privada está ampliamente regulada en el mundo, habida cuenta de que los individuos que portan estos derechos viven en sociedades que les proveen de un entorno de desarrollo en el que su propiedad gana valor. Sus palabras van dirigidas al "hombre de bien", pero ¿quién no se considera un "hombre de bien", D'Elía, Grabois, Belliboni, los sospechosos de siempre? La interpretación que cada "hombre de bien" le atribuye a la "agresión", la "libertad" y la "propiedad" crea un nuevo océano de confusiones difícil de conciliar.
La Argentina que nunca fue
Milei evoca continuamente un pasado de grandeza, una "Argentina potencia" de la que fuimos despojados por ideas "socialistas". Más allá del reduccionismo infantil, lo cierto es que el proyecto agroexportador de la generación del 80 con que electriza a su audiencia, tuvo éxito dentro de un esquema productivo comercial británico que incluía a nuestro país como miembro no formal del Commonwealth. Baste como ejemplo, que sólo en 1913 la inversión británica en Argentina representó el 8,5% de todo el capital insular exportado durante ese lapso, mientras que las inversiones francesas alcanzaron el 20% del total del volumen de capitalización rioplatense también para ese mismo año.
Argentina crecía porque las condiciones internacionales así lo imponían. Sobre un país en formación se incorporaron las razas lanares y cárnicas que el mercado global demandaba, se instalaron las infraestructuras para mover la producción, se admitió el ingreso de varias veces la población local en pocos años para ampliar la oferta de mano de obra y sobre todo, se participaba de un mercado ya desarrollado por los países centrales. Hoy es casi una osadía exportar yerba a Francia. De manera que sostener que somos una especie de cuarto país del mundo en estado de hibernación, resulta extravagante en función del rol internacional que Milei prefigura para la Argentina, ninguno que se conozca.
Pero… ¿de dónde sale esto?
Lo preocupante es el mensaje: "que se vayan todos, que no quede ni uno". Milei materializa una voluntad que brota de todos los sectores sociales, que se sienten estafados por un Estado cuya "presencia" ubicua e insuficiente, empuja a la contratación privada de educación, salud y hasta seguridad; que elabora leyes y regulaciones destinadas a complicar la vida de los representados y producir quebranto y dolor, que "defiende los derechos" de una porción cada vez más diminuta de la población, que ya ni siquiera conecta emocionalmente.
Este candidato es el perro rabioso de una sociedad con corpulentas aspiraciones, que se ponen a dieta en el muro de la frustración. Una situación que se vaticinaba cuando el Estado calzó sus costos con el precio de una soja récord, al tiempo que desdeñó el incipiente crecimiento de los pasivos remunerados del Banco Central, un combustible eficaz para la inflación posterior. El ciclo en contra llegaría con ingredientes catastróficos, pandemia y sequía, una "doble Nelson" a la muy nacional y popular "sintonía fina".
El enojo, la urgencia, la desilusión, crean un estado de conciencia óptimo para la revelación de una epifanía, un conjunto de reglas claras que rompan con lo malo conocido. Pero parece que lo cuestionado es el sistema republicano que nos contiene, nadie en su espacio parece inquietarse porque Milei no tenga apoyos manifiestos en el Congreso, o que plantee soluciones ficticias como la liquidación del BCRA, el cierre de un organismo de excelencia contaminado por una gestión facciosa, como el Conicet, o la migración a un sistema de financiamiento a la demanda para la salud y la educación, que pondría en jaque los centros de salud y las escuelitas de Fortín Charrúa, Guandacol y Gdor. Costa entre muchas otras, Milei no las tiene en su radar.
Loris Zanatta define al populismo como una "nostalgia de la unanimidad perdida, la corrupción de un pueblo puro que se seculariza con el ingreso a la ilustración, y que debe ser rescatado del sometimiento de la historia, que lo deprava, una restitución de la pureza originaria". Esta narrativa de base bíblica subyace al relato del "pueblo peronista" que gozó de un éxito consistente durante siete décadas. Ahora, en un malabar de alta intensidad emocional e intelectual, nació un nuevo relato que desafía las "20 verdades" en el campo de la batalla cultural, pero que conserva las mismas atribuciones de "receta salvadora" que la versión opuesta. Parecen olvidar que la democracia es una herramienta ardua, trabajosa, aburrida, lenta y sobre todo, pacífica, de encontrar equilibrios en la convivencia social.
Sea cual fuere nuestro próximo presidente, como dice un amigo tan ateo como el que escribe, que dios nos agarre confesados, todos los credos tienen su feligresía.