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Es probable que los historiadores en el futuro develen la incógnita acerca de por qué en algún momento de nuestra historia algunos presidentes argentinos se consideraron habilitados para darle al mundo lecciones de política y algunas asignaturas afines. En ese sentido fue un paradigma Cristina Kirchner, la presidente argentina que incluía entre sus hábitos llegar tarde a todos los simposios internacionales, y a la hora de hacer uso de la palabra acostumbraba extenderse en peregrinas consideraciones ideológicas y políticas acerca de lo que más le convenía al mundo. Como muy bien dijera en su momento Beatriz Sarlo, el nivel teórico de nuestra presidente no excedía a la de un recién iniciado ayudante de trabajos prácticos, límite intelectual que lejos de intimidar a nuestra mandataria parecía impulsarla a incursionar temerariamente en los territorios más bizarros del saber. Por supuesto, la indigencia teórica quedaba expuesta, esa fatal contradicción en la que se precipita quien cree estar diciendo verdades profundas cuando en realidad no hace más que reiterar lugares comunes, en este caso los lugares más comunes de la tradición populista, esos lugares en los que hasta un anónimo militante de base le daría pudor repetir. Alberto Fernández, dueño de una retórica banal y liviana, adquirida en los plenarios pampas de las unidades básicas, no iba a perder la oportunidad de hundirse en la misma charca estrenada por Cristina. Cosas de argentinos, dijo un conocido diplomático italiano. Lo dijo y los asistentes asintieron con resignada convicción porque, como es sabido, por buenas o malas razones nos hemos sabido ganar en el mundo la fama de personajes, a veces simpáticos, a veces detestables, pero en todos los casos convencidos por vaya uno a saber qué peregrina experiencia, que el mundo está esperando de nuestra sabiduría y, sobre todo, de nuestra proverbial picardía alentada por un narcisismo que permitió a un humorista mexicano decir que el argentino es el único ser en el mundo convencido de que un relámpago no es un relámpago sino una foto que Dios le saca a él en homenaje a sus excelsas virtudes.
II
Ironías y sarcasmo de la extranjería al margen, observamos mientras tanto que a esta lista de egos, vanidades y pretensiones, se ha sumado, me temo, nuestro actual presidente Javier Milei, quien en el Foro de Davos, el templo mayor del capitalismo globalizado, intentó darle lecciones de historia económica a los aguerridos, impasibles, helados y templados empresarios y operadores económicos que suelen frecuentar estas reuniones celebradas en las alturas de esa suerte de montaña mágica levantada a pocos kilómetros de Zurich. A diferencia de Cristina, a la que como a Martín Fierro las coplas le brotaban como agua de manantial -durante períodos tan prolongados que abusaban de la paciencia y de la vejiga de los asistentes obligados por razones protocolares a soportar por tiempo indefinido una árida monotonía de lugares comunes-, Milei se limitó a leer, y su discurso fue, para alivio de la platea, breve. Yo no estoy en condiciones de decir si lo suyo fue una genialidad o un papelón. A la hora de las calificaciones la tribuna está dividida, pero al respecto yo me permito decir que lo que Milei dijo en una asamblea donde se sabe que lo más importante no pasa por lo que se dice en público sino por lo que se acuerda en privado, en reuniones discretas pero de desalmada eficaces, no fue más allá de lo que sin exageraciones, una biblioteca de historia económica integrada por los más diversos autores consideran el ABC acerca de cómo se constituyó el capitalismo, cómo se desplegó históricamente, cuáles fueron sus logros y sus asignaturas pendientes. Que la burguesía y el capitalismo expresan el modo de producción o la formación económica y social más formidable de la historia, y que el mundo de los últimos cien o doscientos años se transformó en una escala superior a la que logró durante siglos, es una verdad de Perogrullo, algo así como decir que la sal es salada o el azúcar es dulce. El desafío teórico y práctico, desafío que no se resuelve en Davos, es indagar acerca de las dificultades del capitalismo, de los desafíos que le presenta la actualidad y el futuro y, en todo caso, como dijera ese sociólogo lúcido y conservador -del que espero que Milei no califique de comunista- como es Daniel Belle, interrogarse acerca de las contradicciones culturales del capitalismo en un mundo donde la amenaza no es el comunismo, sino la guerra, las amenazas contra las conquistas humanitarias y los desafíos que nos presentan los actuales saberes científicos y las nuevas tecnologías. Ninguno de estos dilemas fueron abordados por Milei, entre otras cosas porque no hay respuestas fáciles y, mucho menos, para ser agitadas como consignas en una tribuna.
III
El presidente argentino no dijo en Davos nada que no se supiera, pero, argentino al fin, lo dijo con el tono de quien cree que está revelando verdades absolutas. Más que la reiteración de lugares verdaderos pero comunes acerca de las virtudes del capitalismo, lo que a muchos asistentes le hubiera gustado saber de dónde obtuvo el señor Milei la certeza de que ellos, los empresarios de Davos, están sometidos a una agenda socialista, comunista o colectivista; para el caso lo mismo da porque a Milei comunismo y socialismo le resultan sinónimos, un pecado mortal en el que también caen para su perdición eterna políticos conservadores, democristianos, laboristas y liberales que consideran al liberalismo una conquista de la modernidad y no una ideología cerrada que califica de enemigo a cualquier intento de elaborar una visión de la economía y la política diferente a las verdades sancionadas por Murray Rothbard, Friedrich Hayek o Ludwig von Mises.
IV
De todos modos, no me parece del todo mal que desde una tribuna se intente halagar a la burguesía con verdades históricas irrefutables. No me parece mal, en tanto y en cuanto quien pretenda hacerlo lo haga con talento y sobre todo sugiriendo a los oyentes que no está descubriendo la pólvora. Yo, por ejemplo, si Dios o el Diablo me hubieran dado la oportunidad de hablar en Davos, hubiera dicho del capitalismo y la burguesía lo siguiente: "La burguesía ha desempeñado en la historia un poder altamente revolucionario. La burguesía ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las densas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus 'superiores naturales' las ha desgarrado sin piedad. Ha sido la burguesía la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas superiores a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas. El capitalismo es una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un mismo movimiento constante distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado y los hombres al fin se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia".
V
Brillante. Forma y contenido se alimentan mutuamente; ética, estética y verdad se toman de la mano. No he leído y no he escuchado a lo largo de mis años un canto de amor a la burguesía y al capitalismo tan inspirado, tan desafiante, tan optimista, tan lúcido. Supongo que los asistentes a Davos a este texto leído en español lo aplaudirían de pie, aunque luego manifestasen una singular extrañeza al enterarse de que esas palabras las escribió Carlos Marx en 1848. Complicado y pérfido el mundo, señor Milei. El fundador intelectual del comunismo escribe las palabras más elocuentes y, si se me permite, bellas, a favor de la burguesía y el capitalismo. Para no creer. Hace más de ciento setenta años Marx sabía más de las virtudes de la burguesía y el capitalismo que un pretencioso Milei obsesionado por la primera frase escrita por Marx y que él probablemente no leyó: "Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo". Ese fantasma, ese espectro, Milei intenta resucitarlo, cuando me temo que la burguesía lo ha muerto y lo ha enterrado hace rato.
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