¿Debe la política atenerse administrar lo existente, o debe pegar el salto revolucionario y plantear la lucha por lo imposible? Motosierra en mano, brutalismo utópico, Javier Milei dio un golpe de timón derechista a la consigna del mayo francés, basado en la evidencia que ha generado en el país el fracaso de los farsantes. El 60% de pobreza infantil es el logro de los mentores del Estado presente, dramática evidencia encarnada que le dio vuelo al libertario. El fenómeno se sintetizó en la palabra "hartazgo", para explicar el voto contra la "casta política".
El empobrecido debate argentino se empeña en descalificar a la política como madre de todos los males. "Polis" es ciudadano; negarlo es la precondición necesaria de autocracias, populismos y otras formas de administración del poder que sólo empeoran la experiencia histórica moderna y contemporánea, por derecha o por izquierda. La política no es el problema, sino la solución; no hay mejor manera de encausarla que en una República democrática. Y ella no se agota en la garantía mecánica del voto.
Aristóteles, Bismark, Churchill, cada uno en su contexto, admitieron que la política es el arte de lo posible. Despojado ya del marketing que le dio los votos pero no le augura el poder absoluto, Javier Milei baja a los barros del realismo de la casta y negocia con Cristina Fernández y su oferta para avalar autoridades de las cámaras en manos de La Libertad Avanza; con una parte del PRO para obtener "apoyos personales" en su gabinete; con el peronismo cordobés para enfrentar al kirchnerismo, con menemistas que le ensayen sustancia técnica a su desperfilada propuesta.
Diego Giacomini, un economista cercano al presidente electo, admitió que de los 8 puntos de PBI que necesita recortar Milei para alcanzar el objetivo que propuso en campaña, sólo puede recortar 4 en el mejor de los casos, lo cual significa deuda o emisión. Emilio Ocampo se bajó de su postulación a presidir el Banco Central porque la entidad no se puede cerrar y la dolarización es imposible. El campo no recibirá la baja de las retenciones; la industria se ahoga sin los insumos que ya no puede importar. El comercio languidece entre recortes e inflación. El cepo persiste y la devaluación promete más distorsiones de precios relativos y recrudecimiento de la angustia social.
La teoría de los balances celestiales entra en la planilla de excel de los macroeconomistas de perfil financiero, que son mayoría en el armado de Milei; la realidad no encaja allí. En el mejor de los casos, el presidente electo no desconocía eso, pero eligió omitirlo para obtener votos. Ahora debe buscar deuda en el sistema financiero internacional (organismo, porque aportes privados no habrá) y bajar a negociar emergencias y reformas en un Congreso para el que no propuso lista de legisladores propios en la mayoría de los distritos del país.
El presidente electo se dispone a dar un discurso de cara a la plaza; propone el cambio a un régimen liberal, basado en el fracaso del kirchnerismo pseudosocialista. Puede circunstancialmente darle la espalda al Congreso, pero sabe que la calle se llenará de opositores tentados en protagonizar la "resistencia" para socavarlo. También asume que debe negociar en Senadores y Diputados.
¿La gente votó a Miei? Sí, pero no por la abrumadora mayoría que le adjudica el engañoso balotaje. También es cierto que la gente no votó mileísmo en el Poder Legislativo, porque La Libertad Avanza no lo propuso o incluso porque fracasó en el intento. Por lo demás, la Constitución marca cauces que impiden ejercer el poder "a sola firma".
La gestión es en la política; ella estará avalada o condicionada por capacidades, miserias y egoísmos de muchos políticos. Habitan en la condición humana virtudes y vicios que deben balancearse en la mirada en común, en los roles establecidos por la ley. Las negociaciones que por estas horas definen la configuración de un plan de gobierno que aún no se conoce -si es que ya existe- y las personas que habrán de llevarlo adelante, tienen el mandato del hartazgo por lo que fracasó; también deben asumir la obligación institucional de convertir ese sentimiento negativo en esperanza, utópica y posible.