La inflación bajó, hay equilibrio fiscal, la brecha cambiaria se redujo al mínimo, el riesgo país es el más bajo de los últimos tiempos. No puedo saber si estos datos son consistentes, si van a durar o, por el contrario, se van a caer en picada como ya ha ocurrido otras veces en la Argentina. Lo seguro es el tiempo presente. Lo que Javier Milei prometió, lo cumplió. Dijo que la íbamos a pasar mal y la pasamos mal; dijo que no había plata y efectivamente no había; dijo que iba a aplicar un ajuste con motosierra y lo hizo; dijo que iba a echar empleados públicos, cerrar ministerios y achicar gastos, y lo cumplió al pie de la letra. El discurso del martes fue la autocelebración de estos logros. En estos temas Milei no se anda con chiquitas. Afirma que es el mejor presidente del mundo y que provocó transformaciones que el mundo mira admirado. La autoestima de Milei se trepa al Aconcagua o al Everest con la gracia de una mariposa. Nos puede gustar o no, pero en todos los casos lo que debemos admitir es que efectivamente produjo todos los ajustes que prometió -no es el primero en prometerlo- pero a diferencia de pares liberales y neoliberales, los ajustes los hizo con la adhesión de más de la mitad de los argentinos, mientras que la otra mitad mira resignada a su alrededor y lo que encuentra son despojos, momias o la nada. Mientras Milei se gratifica con su fiesta en la Casa Rosada, el peronismo convoca a una reunión donde los principales protagonistas son los Kirchner -tres a falta de uno- con el agregado de Sergio Massa y Axel Kicillof. ¿Se empieza a entender por qué Milei y su hermana Karina festejan y por qué millones de argentinos prefieren atravesar por el desierto que les propone las Fuerzas del Cielo que regresar al infierno de Massa, Cristina y Máximo?
No hago encuestas profesionales, pero me gusta conversar con la gente, es decir, con personas que no conozco: un taxista, una ama de casa, el muchacho que cuida los autos en la cuadra. Todos, con más o menos entusiasmo, aceptan a Milei. Están de acuerdo con lo que hace. "La dirección es buena", me dice el taxista. Una señora me reprocha: "Deje de criticarlo tanto... ¿o quiere que vuelva Cristina?". No sé qué escala de verdad dispone mi modesta encuesta, pero a juzgar por los números y las respuestas esa mínima escala coincide con las mediciones nacionales. O sea que Milei ajusta, despide, disciplina con el apoyo de una significativa mayoría. Admitamos que el fenómeno es digno de estudio. Yo por lo menos no tengo memoria de que alguna vez haya ocurrido algo semejante.
De todas maneras, la Argentina no se detendrá el 10 de diciembre. Milei cumple un año en el poder, pero le faltan tres. En ese período puede que la Argentina marche a su definitivo destino de grandeza o puede que todo se vaya al demonio. O puede que haya un poco de todo: temporadas en el Infierno y turismo en el Paraíso. Milei habla como si fuera un historiador que evalúa un siglo después una gestión presidencial exitosa. El problema es que no es un historiador; aunque no le guste es un político que habla en tiempo presente y dice que su gobierno es maravilloso, algo que, dicho sea de paso, la mayoría, por no decir todos los presidentes que conozco, dijeron con palabras más o menos encendidas al primer año de su gobierno. Y Milei lo dice en su estilo: frontal y sincero para sus simpatizantes; vulgar y grosero para sus críticos. Mientras el devenir de la economía se corresponda con las expectativas de la sociedad la boca de Milei podrá ser una cloaca que lo mismo lo van a seguir apoyando. Los votantes al respecto no son delicados o no se dejan guiar por delicadezas. Los problemas se van a presentar cuando el romance de Milei con sus votos se rompa. ¿Y se va a romper? Por lo general, por lo que me dice la experiencia, en algún momento se rompe o, por lo menos, se debilita. El amor de las masas por sus gobernantes es como los amores estudiantiles que nos narra Alfredo Le Pera: "Hoy un juramento, mañana una traición". El otro día leí una anécdota que tiene como protagonistas a Jorge Videla y a Emilio Massera. El almirante Cero decía de Videla en tiempos de juicio en tribunales: "Este imbécil se creyó que cuando los ricos lo felicitaban, esas felicitaciones eran sinceras, por eso cuando lo abandonaron se hizo pedazos". Así es la vida. Así es la vida en los pasillos y en los salones del poder.
Convengamos que para que los argentinos se hayan decidido a votar a un personaje como Milei es porque los gobiernos anteriores, empezando por el kirchnerismo, que en este siglo ejerció el poder durante casi dos décadas, hicieron todo lo posible para que llegara un Milei y la gente lo recibiera como a un Mesías. Paradojas de la vida, recuerdo que en un texto de "Mordisquito", Enrique Discépolo escribía más o menos así: "A Perón lo trajeron ustedes (se refería a los "contreras" que todavía no se llamaban "gorilas") con el hambre, la explotación, la prepotencia, la miseria… ustedes lo trajeron". Hoy, bien podríamos decirle a los peronistas: "A Milei lo trajeron ustedes, con la corrupción, la mentira, las promesas nunca cumplidas. el cinismo institucionalizado, el saqueo de los recursos nacionales… sí… claro… a Milei, señores peronistas, lo trajeron ustedes, incluso lo ayudaron a imprimir boletas y a fiscalizar mesas". Pregunto: ¿Hay alguna diferencia en la calidad del liderazgo entre las groserías y vulgaridades de Milei y las guaranguerías y prepotencia de Néstor y Cristina? No sé si MIlei encarna los valores del liberalismo de la ilustración y el iluminismo. Diría que no. Pero me consta que en términos de política práctica su concepción acerca del ejercicio del poder es populista. Realmente hay que estar salado: del populismo de izquierda al populismo de derecha. Como repite tía Cata. "Que Dios nos agarre confesados".
El discurso del martes hay que evaluarlo por lo que dijo, pero también por lo que no dijo. Lo que dijo vamos a consentir que es cierto. La Argentina está mejor que hace un año o, para decirlo en términos más estrictos: las variables de la macroeconomía se han estabilizado. Milei cumple el primer cuarto de gobierno con las principales asignaturas aprobadas. Después están los silencios que si bien no son visibles siempre son sugestivos. En un país con un cincuenta por ciento de pobres, ni una palabra acerca de la pobreza. Mucho menos de la indigencia o de la pérdida de poder adquisitivo de la clase media y de los jubilados en particular. Por ahora, estas carencias se bancan. La pregunta viene de cajón: ¿Hasta cuándo? Yo tengo más dudas que respuestas. Lo que se dice habitualmente en estos casos es: "Ojalá que le vaya bien". Ojalá. Aunque me gustaría en algún momento ponernos de acuerdos acerca del contenido de ese peregrino "Ojalá que le vaya bien".
En principio, Milei ha dicho con transparente sinceridad que para que al país le vaya bien, le tiene que ir bien, en primer lugar, a los ricos. El relato es de una eficacia y simplificación conmovedora. Si los ricos hacen plata, van a invertir; con las inversiones, vendrán puestos de trabajo; con los puestos de trabajo, vendrán obreros con buenos salarios. Y colorín colorado la Argentina repite la leyenda de El Dorado. Teoría del modo de producción capitalista, teoría del derrame, teoría de la libre economía de mercado… el relato es impecable, pero todos sabemos que en la vida real las condiciones son un poquito más complicadas que este cuentito para un país de jardín de infantes. Uno de los asesores estrellas de Milei habló de un proyecto para 48 millones de argentinos. Ojalá, aunque a juzgar por su concepción del capitalismo y del individuo, al proyecto muy bien lo podríamos calificar como una propuesta no para 48 millones de argentinos sino para 48 millonarios. Si a ellos les va bien y se enriquecen como jeques árabes nos va a ir bien a todos, si, además, tomamos la precaución de quedarnos cerca de ellos. ¿Y al que no le va bien? Sencillo: no será porque la economía de mercado y la mano invisible son responsables, sino porque ellos son genéticamente vagos y malentretenidos.