I
I
No creo descubrir la pólvora si presagio que hay posibilidades efectivas de que Javier Milei sea el nuevo presidente. Los argentinos somos capaces de eso y de mucho más. Saben que votan a un loco, a un desequilibrado, a un oscurantista cuyas conexiones con el más allá transforman a José López Rega en un exigente científico de la NASA. Votan a un extravagante dispuesto a designar a un perro, o al clon de un perro, ministro de Economía o canciller, pero lo mismo lo votan. Cientistas políticos, sociólogos, psicólogos, economistas, se rebanan los sesos tratando de explicar qué pasa con una sociedad que mayoritariamente decide que un loco la gobierne. No hay respuestas. La acción social, el comportamiento de las modernas sociedades de masas son en cierto punto un misterio tan inescrutable como la Santísima Trinidad. Alguien dijo que una persona sensata no le compraría a Milei un auto usado. No estoy de acuerdo. Yo a Milei le compraría un auto usado, pero jamás de los jamases, ni ebrio ni dormido, me subiría a un auto manejado por él. Algunos admiten que es posible que el muchacho no tenga todos los caramelos en el paquete, pero por ese detalle no hay que preocuparse porque hay gente a su alrededor decidida a controlarlo. No quiero hacer comparaciones odiosas, pero les recuerdo que también algunos aristócratas y empresarios alemanes decían que Adolf Hitler estaba loco de atar pero ellos se encargarían de marcarle la cancha. Así les fue. Me dicen que detrás de sus exaltaciones se oculta un sabio de la economía. A decir verdad, debo admitir que se oculta muy bien, al punto que aún a esa sabiduría deslumbrante no la he registrado, salvo que se considere sabiduría las añejas consignas del liberalismo conservador expresadas en este caso no con la elegancia discursiva de un Federico Pinedo o la severidad enjundiosa de un Álvaro Alsogaray, sino a los alaridos, con lenguaje de barra brava y gestualidad de matón de esquina. ¿Sabio en economía? Advierto con todo respeto que un título adquirido en la Universidad de Belgrano no otorga ese don. Ni lo transforma en Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises o, dios me libre y me guarde, John Maynard Keynes. Respecto de su producción intelectual, por lo que escribe uno de sus biógrafos, que casualmente titula el libro con la consigna "El Loco", los conocidos están impugnados por plagio, plagio en sus versiones más chabacanas y groseras. El hombre en ese sentido demostró no tener límites en su arrojo, ya que hasta se dio el lujo de plagiar un prólogo, lo cual lo coloca sin duda en la cabecera de los grandes plagiadores de la historia. Su defensa también ha sido notable. Muy suelto de cuerpo ha dicho que en su condición de libertario no tiene por qué respetar lo que han publicado otros. Derechos de autor, propiedad intelectual, parece que para nuestro sedicente libertario son menudencias, cuando no vanos escrúpulos de gentuza desagradecida.
II
De todos modos a no alarmarse. Los argentinos tenemos antecedentes de locos ocupando responsabilidades públicas relevantes. El primer loco de nuestra historia fue el almirante Guillermo Brown. Loco, pero lúcido y valiente. Es verdad que sus ataques de melancolía eran profundos y sombríos, como también es verdad que en su condición de irlandés se jugó por la patria y la patria le debe algunas de sus gestas más gloriosas. Según sus biógrafos, fue en su momento el hombre más popular de Buenos Aires. Un pintor conocido le hizo un retrato y ese retrato estaba en todos los hogares y en todas las tabernas y en todos los edificios públicos. Brown peleó contra los españoles, peleó contra Brasil y después contra los franceses. Y siempre en condiciones desventajosas. El "loco" parado en la cubierta de su barco, inspiraba más miedo que una flota armada con cañones. Cuando el bloqueo francés, Brown, que nunca fue rosista, se puso al servicio de su patria. Los rosistas lo recelaban porque no usaba la divisa punzó, ni asistía a las ceremonias cortesanas en Palermo, pero Juan Manuel lo bancaba porque sabía lo que valía y porque como muy bien le dijera a uno de sus ministros: "el Bruno es loco pero no es traidor". Y vaya que no lo era.
III
El otro loco célebre de nuestra historia fue Domingo Faustino Sarmiento. Le decían "loco" sus adversarios y sus amigos, pero hoy sabemos que algunas de las instituciones más trascendentes de la Argentina se las debemos a sus locuras. La clave de su genio era sencilla: traducía en tiempo presente los desafíos del futuro. A esa clarividencia le decían locura. Dicen que en su condición de inspector de escuelas Sarmiento visita un grado y los chicos, traviesos e insolentes, empiezan a murmurar en voz baja y risa contenida: "el loco Sarmiento". Sarmiento, que era sordo, pero con sordera selectiva, escuchó el rumor y se acercó a un chico y le dijo mirándolo a los ojos: "Cuando seas viejo y yo ya no esté, vas a oír hablar de este loco". Al niño le decían Roquito, pero en realidad se llamaba Roque Sáenz Peña. El propio Juan Manuel de Rosas, incluso a pesar suyo, reconoció su genio. Aún circula la anécdota en la que Rosas, en su residencia de Palermo, se paseaba por las galerías con el libro "Facundo" en la mano y exclamaba: "El libro que escribió el loco Sarmiento es lo mejor que se ha escrito en mi contra…así se escribe,.. así se ataca.". Otro loco digno de tener en cuenta es Lucio V. Mansilla, junto con Sarmiento y José Hernández, integrante de la trilogía de escritores más importantes del siglo XIX. Cuando Sarmiento fue electo presidente, Mansilla le reclamó un cargo de ministro atendiendo a las gestiones políticas hechas para que fuese electo. La respuesta de Sarmiento no dejó lugar a dudas: "Mire Mansilla, yo soy loco y usted también es loco…y este gobierno dos locos no aguanta".
IV
No creo pecar de injusto si digo que una cosa es aguantar al loco Brown o al loco Sarmiento y otra muy diferente soportar al loco Milei. Sospecho, intuyo, presiento que hay algunas diferencias, pero dejo para historiadores la tarea de indagar al respecto. También existe la posibilidad de que Milei no sea loco, sino que se haga el loco con la certeza de saber que esas puestas en escenas a ciertas franjas de la sociedad argentina la seducen. Milei no dice nada nuevo, pero lo dice en un tomo al que no estábamos acostumbrados. Él sabe, y muchos de nosotros sabemos, que lo que dice no lo puede hacer. Ni motosierra, ni bomba para el Banco Central, ni dolarización de la economía. Lo más a mano que tiene a la hora de cumplir con sus promesas es habilitar a su vicepresidente para que dicte una amnistía, indulto o algo parecido a favor de los militares condenados por violación a los derechos humanos. La señora Victoria Villarruel será de derecha, será de ultraderecha, pero de loca no tiene nada: sabe lo que hace y sabe lo que quiere. La otra chance de Milei es practicar las mismas gambetas que practicó su maestro, Carlos Menem, es decir, traicionar todo lo que dijo y prometió. Menem lo pudo hacer porque tenía muñeca y todo el peronismo detrás. Milei carece de ambas habilidades. Sin respaldo parlamentario, sin un partido poderoso a sus espaldas, Milei es un pajarito expuesto a ser abatido por el primer hondazo. O a ser traicionado por el sargento Chirino de turno ¿Hay otras alternativas? Siempre en política hay alternativas. Todo depende de lo que el pueblo esté dispuesto a soportar y su clase dirigente a ejecutar. Por ahora, Milei ganó las Paso y se perfila como presidente; por ahora una mayoría de argentinos está dispuesto a votarlo, aunque nadie debería de extrañarse que dentro de un año no haya en la faz de la tierra un argentino que diga que votó a Milei; por ahora es candidato a ganador, pero de aquí a octubre faltan muchos días, muchas horas, muchos minutos. La Argentina anda mal y el hecho de que estemos debatiendo la candidatura de Milei es una muestra o un síntoma grave. País a la deriva, país sin rumbo, país al borde del naufragio…todo se nos ocurre, menos practicar el arte de ser normales. Atravesamos por la locura populista y ahora nos manifestamos dispuestos a probar con otra locura populista pero de signo contrario. País raro. Uno habla con amigos, con conocidos y parecen personas sensatas, mesuradas, prudentes, pero esas mismas personas cuando se enfrentan a la encrucijada del cuarto oscuro pasan de la condición de Dr. Jekyll a Mister Hayde sin culpas y sin remordimientos.