Con dieciséis años de condena, el dirigente y ex gobernador peronista Jorge José Alperovich se suma a la saga de corruptos, criminales y abusadores sexuales que ilustraron la historia política negra de nuestro país. Alperovich pertenece al linaje de los violadores y asesinos de Soledad Morales, de los responsables por la muerte horrible de las dos mujeres asesinadas en un zoológico por órdenes de los cabecillas del peronismo santiagueño, de los depravados que ultimaron a Cecilia Strzyzowski, también asesinada en un episodio oscuro y sórdido en el que están comprometidas las redes del poder peronista chaqueño. Y seguramente tampoco es ajena a esta macabra cadena de crímenes y abusos sexuales, las recientes peripecias judiciales que incluyen a Fernando Espinoza, el puntero peronista crónico de La Matanza. Como a la hora de decir la verdad es necesario decirlo todo, corresponde recordar que los compañeros que hoy adquieren notoriedad pública por sus bizarras hazañas sexuales es probable que se hayan inspirado en aquel presidente que instaló en su residencia a una adolescente de catorce años. Nelly Rivas se llamaba la niña a la que le hicieron creer que asistir a la residencia de Olivos con sus amiguitas de la UES era un juego inocente. Dejo a mis lectores escribir o pensar en el nombre del presidente partidario de "las fiestas del chivo", como con inspirada vocación tituló Mario Vargas Llosa una novela para referirse a los abusos sexuales de adolescentes por parte de Leónidas Trujillo, dictador de Santo Domingo y muy amigo de nuestro presidente argentino, tan amigo, que en tiempos de desgracias le brindó afecto, protección y hospitalidad, bienes que incluían la satisfacción de las más diversas y promiscuas necesidades.
Se le atribuye a un político haber dicho en una de esas noches de expansión que el único motivo que justifica ejercer el poder es abusar de él. Cínica o procaz, la frase no deja de disponer de una lógica íntima. En las novelas policiales se asegura que se mata en nombre del dinero, la venganza o el amor. El ejercicio del poder sin límites obedece a causas parecidas. Se mata o se somete; se asesina o se viola. Poder y crimen: deliciosa pareja. Poder sin límites, se entiende. No es casualidad que la lista de criminales, abusadores y corruptos que engalanan nuestra reciente historia sean personajes que en sus provincias o en sus feudos ejercen el poder con la prepotencia y la sensualidad de un capanga. Tampoco es casualidad que la inmensa mayoría de estas angelicales criaturitas de Dios pertenezcan a una identidad política que concibe al poder en términos absolutos y han demostrado su afición a ejercerlo para mandar y ser obedecidos, para enriquecerse como jeques árabes y para disfrutar de todos los caprichos sexuales que le dicte su tropical fantasía erótica.
Los responsables políticos y morales del asesinato de Soledad Morales pertenecían a la dinastía de los Saadi: Vicente y Ramoncito. No era la primera vez que los hijos del poder catamarqueño se daban el gusto de cometer tropelías parecidas. "Queremos el poder para abusar de él". Todo funcionaba con cierta previsibilidad: la víctima desaparecida, familiares sobornados y los nenes del poder de fiesta. Hasta que se encontraron con uno o dos contratiempos: los padres de María Soledad que no aceptaron la coima y una monja valiente como Marta Pelloni. Lo demás lo hizo el pueblo en la calle, periodistas valientes y jueces dignos. Guillermo Luque, alguna vez presidente de la Juventud Peronista de Catamarca, terminó entre rejas y los Saadi hoy son historia. El llamado crimen de La Dársena (localidad cercana a la ciudad de Santiago del Estero) fue horrible, promiscuo y de una crueldad que horroriza. Los responsables fueron también los hijos del poder, del poder peronista se entiende. En el operativo "impunidad" estuvieron comprometidos no solo el reconocido torturador, un personaje sádico y miserable que respondía al nombre de Antonio Musa Azar, sino el entonces gobernador Carlos Juárez y su dignísima esposa: "la Nina" Aragonés porque -dicho sea de paso- uno de los rasgos distintivos de los regímenes populistas es el nepotismo. Carlos Juárez y la Nina; Alperovich y Beatriz; Gerardo Zamora y Claudia; Sergio y Malena; Néstor y Cristina y, por qué no: Perón e Isabel o Perón y Evita. Incorregibles. Mi memoria me recuerda aquel episodio en el que la esposa de Alperovich maltrató a unos trabajadores rurales con una prepotencia e insensibilidad que hubiera sorprendido e incluso escandalizado a señoras de la élite de la más empinada clase alta porteña. Esa misma señora, sin otro título y mérito que ser la esposa de Alperovich, fue íntima amiga de Cristina, tercera en la línea de sucesión presidencial y su condición de judía no le impidió votar a favor del pacto que aseguraba la impunidad de los que volaron a la AMIA por los aires. Otro sí digo en nombre de la objetividad: hoy la pareja cortesana ha sido desplazada por los hermanos cortesanos: el Jefe y "El Jefe" … Javier y Karina. En estos menesteres los argentinos no nos privamos de nada.
En Santiago de Estero, en La Dársena, por lo pronto, a la pareja del poder de entonces no le salió bien el operativo, pero la puesta en escena del despliegue populista estuvo a la orden del día, con sus desdichadas víctimas, sus "nenitos de papá" y el poder político peronista protegiendo. Del asesinato de Cecilia en el Chaco no me voy a extender demasiado porque es reciente. Alcanza con saber que la pareja de Emerenciano Sena y Jorge Capitanich (puntero y gobernador) se esmeraron en garantizar la impunidad del o de los asesinos de la desafortunada jovencita. Un dato curioso a tener presente en este culebrón populista: el silencio sepulcral de las peronistas feministas y la abnegada y conmovedora tolerancia de los compañeros políticos de Alperovich. Ni una palabra, ni una vocal o consonante que diera lugar a suponer que el comportamiento del "compañero" les suscitaba alguna molestia. Leales, solidarios y discretos. Nadie habló, nadie abrió la boca, nadie murmuró una crítica en voz baja. Buenos muchachos. Alperovich concluyó su mandato de senador con un discretísimo silencio. Nadie tiene derecho a sorprenderse: a la hora de proteger senadores, los peronistas disponen del talento, la inspiración y la creatividad de un artista. Si Carlos Menem viviera no me dejaría mentir.
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