I
I
A Jorge Lanata le asiste todo el derecho del mundo en querellar al presidente Javier Milei. Es más, si no lo hiciera daría lugar a que se sospeche o se suponga que el calificativo de "ensobrado" que le endilgó el presidente es verdadero. En un programa de televisión, Patricia Bullrich le solicitó a Lanata que levantara la querella, pedido que seguramente el periodista no cumplirá. Bullrich debería hacerse cargo de que si ella consintió que el señor Milei la acuse de terrorista, asesina y atributos parecidos, y ella por razones de estado, razones políticas o lo que sea, decidió al decir del propio Mieli hacer "tábula rasa", no todos están preparados y mucho menos obligados a actuar de la misma manera, porque en política el proverbio de que "quien calla otorga", mantiene rigurosa vigencia. A un presidente que se excede en el ejercicio del poder hay que ponerle límites. Los límites son las leyes, las instituciones y los propios ciudadanos. Lanata no ha hecho otra cosa que cumplir con este principio, principio que un libertario como Milei debería saber mejor que nadie.
II
La decisión de Lanata le ha valido la imputación de "kirchnerista" por parte de los seguidores de Milei. Algo parecido dijeron de Jorge Fernández Díaz, mientras que en una escala regional algunos de mis oyentes de LT10 no vacilaron en acusarme de kirchnerista, porque tuve la osadía de deslizar algunas críticas al señor presidente. "No sos kirchnerista, pero con tus palabras le hacés el juego al kirchnerismo", me dijo en tono muy amable una señora que siempre celebró mis críticas al peronismo. Con el mejor de los tonos intenté explicarle a esta buena señora que quien le hacía el juego a lo peor del peronismo no era yo sino Milei con su arrogancia, su pretensión de "ir por todo" y su intolerancia. Y no exageraba. Los ataques de Milei a periodistas y a empresarios periodísticos no difieren en nada a la retórica autoritaria de Néstor y Cristina Kirchner, a su obsesión contra Clarín y Héctor Magnetto, obsesión no muy diferente a la de Juan Domingo Perón contra La Prensa, porque en todos los casos, la clave para conocer la catadura de un autoritario es su relación con la prensa y la libertad de prensa. En estos temas, el tema de las libertades, todos los autoritarios se parecen. El odio a la letra escrita; a la del diario o a la del libro. "Alpargatas sí, libros no", aullaban policías y civiles con cintas de luto en las mangas del saco, los mismos que en jornadas siniestras fundadoras del terrorismo de Estado quemaron jubilosos la biblioteca de la Casa del Pueblo y maceraban en improvisadas hogueras pinturas de Francisco de Goya, Joaquín Sorolla, Claude Monet y Benito Quinquela Martín. Pues bien, las declaraciones de Bertie Benegas Lynch acerca de la educación y algunas bravuconadas del propio Milei se esmeran en ser la versión siglo XXI del "Alpargatas sí, libros no", practicado por la dictadura peronista. Por supuesto que los actos políticos provocan consecuencia y no ignoro que muchos peronistas ahora han descubierto a un Lanata "simpático", al punto que hasta el comodoro Horacio Verbitsky ha simpatizado con la iniciativa. ¿Qué hacer entonces? ¿Callarse? ¿Someterse? La clásica teoría de no hacerle el juego al enemigo no es nueva. A lo largo de casi todo el siglo XX los progresistas se prohibían criticar los horrores de los campos de trabajos forzados soviéticos y las purgas de ese psicópata que se llamó José Stalin, cuyas patologías no eran muy diferentes a las de Adolfo Hitler. Todo había que callar, incluso el horror, para no hacerle el juego a la derecha.
III
Si Milei pretende honrar su condición de libertario, debería saber que su condición de presidente no es un privilegio y que, por el contrario, es una responsabilidad. Su poder es el de la democracia, no el de una dictadura. Está donde está porque fue votado por el pueblo soberano, por una primera minoría que decidió otorgarle esa responsabilidad por cuatro años. No se llega a presidente sin voluntad de poder, pero no se es presidente de una república democrática sin saber que sus límites los ponen las leyes. Es verdad que la relación entre poder y límites es contradictoria, pero no es menos cierto que un presidente de la democracia debe aprender a desenvolverse en esa contradicción. Un presidente es un político, una institución y un símbolo. Esos atributos le exigen un determinado comportamiento. Milei por lo pronto debe saber que un presidente no insulta como un barrabrava o como un matoncito callejero. Debe saber que su violencia verbal puede llegar a ser peligrosa, la antesala de la violencia política y de algo peor. Un presidente puede debatir, puede defender sus principios, criticar a sus adversarios, pero hay un protocolo, un estilo para hacerlo. No objeto al Mieli que debate y polemiza; objeto al Milei que ofende, que insulta y que amenaza. Y objeto al Milei que agita las pasiones más irracionales de la multitud y en particular las de sus seguidores. Y lo objeto, porque lo que hace es peligroso. Peligroso para la nación, peligroso para las instituciones y peligroso para él.
III
La libertad es un principio que no necesita de adjetivaciones para definirse. Las sobreactuaciones son innecesarias, incluso, sospechosas. No hace falta agregar un "carajo" para afirmar su existencia. A la libertad se la practica, se la ejerce, se la vive. No es fácil definirla en palabras, pero todos sabemos muy bien cuando falta, cuando ha sido suprimida. El enemigo de la libertad es el poder; la libertad no pretende suprimir o extinguir al poder, pero sí ponerle límites. En las sociedades de masas la libertad de expresión es junto con el derecho a la vida y el derecho a la propiedad la santísima trinidad laica de un estado de derecho. La libertad no es un lugar, no es un objeto, no es un jingle, es una relación social. La libertad no se conquista para siempre, porque siempre está amenazada. Alguien dirá que los exabruptos del presidente, sus groserías y vulgaridades, sus insultos y sus ofensas, no atacan la libertad, que de hecho ella se mantiene vigente al punto que Lanata puede querellar a un primer mandatario sin que su libertad o su vida corran riesgos. Y es verdad. No vivimos bajo una dictadura. Pero a la libertad hay que defenderla siempre porque, insisto, no es un edificio plantado en la tierra para sobrevivir hasta el fin de los tiempos. Es una creación cultural, el compromiso de una sociedad para vivir de acuerdo a algunos principios que hemos decidido preservar y sostener. La libertad es un bien muy difícil de conquistar pero sorprendentemente fácil de perder. Hay sociedades que viven y dormitan bajo la tutela de un déspota, hay sociedades que adhieren al principio de "vivan las cadenas", hay sociedades que aman a sus amos y el silbido del látigo. Quiero creer que nosotros, por lo menos una mayoría, hemos decidido vivir en otras condiciones. Nos proclamamos hombres libres, pero sabemos que se trata de una proclama, porque lo importante es saber estar a la altura de ella. Un hombre, una mujer, es libre cuando considera que no es posible concebir o imaginar otro modo de vida que no sea precisamente el de saberse dueño de su destino que es al mismo tiempo el destino de quienes lo acompañan en la aventura de vivir. Querellar a un presidente -no importa su signo político- porque ese señor desde la soberbia de un poder que le fue otorgado a condición de que no sea absoluto, te infama, es un modo práctico de ejercer la libertad, de ser en el sentido más pleno e íntimo de la palabra, un hombre libre.
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