Viernes 4.8.2023
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En 1870 se publica "Alrededor de la Luna", novela de Julio Verne (nacido Jules Gabriel Verne) que cuenta el desarrollo del viaje planteado cinco años antes en "De la Tierra a la Luna". En una de las escenas iniciales los protagonistas sufren lo que el narrador describe como "una borrachera de oxígeno". Al parecer, uno de ellos deja abierta la válvula que regula el suministro de oxígeno dentro de la nave y todos experimentan una sensación de euforia y gran vivacidad. Superado el incidente, el responsable del episodio dice: "No me pesa haber saboreado ese gas embriagador. ¿Sabéis, amigos míos, que sería curioso y lucrativo fundar un establecimiento con gabinetes de oxígeno, donde las personas de organismo debilitado podrían dar a su vida una actividad mayor durante algunas horas?"
Verne volvería sobre este tema en "El experimento del doctor Ox", un cuento publicado pocos años después de "Alrededor de la Luna". Con la excusa de hacer una instalación de gas para alumbrado, el doctor Ox del título inunda la ciudad con oxígeno para estudiar sus efectos estimulantes en personas, animales y plantas.
Esta idea del oxígeno como sustancia estimulante, comparable a las bebidas alcohólicas, se remonta a mediados del siglo XVIII, desde el mismo momento en que el gas fue identificado.
Uno de los principales problemas que estudió la química desde sus orígenes fue el de la combustión: cómo se transformaba la materia por efecto del fuego o del calor en general. Pero esos estudios solían limitarse a lo que se podía ver: los sólidos y los líquidos. Los vapores que despedían las sustancias al quemarse o los gases que podían absorber de la atmósfera eran invisibles, difíciles de manejar y simplemente no eran tenidos en cuenta.
De hecho, hasta mediados del siglo XVIII no existía el concepto de gas como uno de los estados de la materia. Las sustancias que hoy llamamos gases eran consideradas distintas formas de "aire", más o menos puras, más o menos contaminadas. No se concebía que dos sustancias gaseosas pudieran ser tan distintas entre sí como lo son el oro y el hierro o el agua y el mercurio.
Uno de los primeros químicos en dirigir su atención a los gases fue el médico flamenco Jean Baptiste Van Helmont, en el siglo XVII. En particular, Van Helmont estudió las sustancias presentes en el humo que desprendía la madera al quemarse. Para él, esas sustancias que aparecían durante la combustión representaban la forma más desordenada y caótica de la materia. Por eso las llamó "caos", palabra que, escrita a la holandesa, sonaba como "gas". Entre esas sustancias identificó lo que hoy conocemos como dióxido de carbono y que él llamó "gas de madera".
El dióxido de carbono fue redescubierto en el siglo siguiente por el químico inglés Joseph Black al calentar carbonato de calcio. En 1756 publicó los resultados de sus investigaciones y describió algunas de las propiedades del dióxido de carbono tales como que una vela no podía arder en él y que estaba presente en la atmósfera. Eso indicaba que el aire no era un elemento simple, como se creía desde los tiempos de la Grecia clásica sino una mezcla de, por lo menos, dos gases: aire propiamente dicho y dióxido de carbono.
Para la misma época, otros investigadores siguieron los pasos de Black. En 1766, el inglés Henry Cavendish publicó "Tres apuntes con experimentos sobre aire ficticio", donde menciona algunos gases a los que llama, por ejemplo, "aire inflamable" o "aire fijo". El primero es el hidrógeno y el segundo, el dióxido de carbono de Van Helmont y Black.
Otro que experimentó con los gases en esos años fue el inglés Joseph Priestley. Vivía al lado de una fábrica de cerveza y disponía de una provisión casi ilimitada de dióxido de carbono, proveniente de la fermentación de la bebida. Uno de estos experimentos derivó en la invención de la soda, como explica en su obra "Instrucciones para impregnar agua con aire fijo", publicada en 1772. Priestley esperaba que la nueva bebida sirviera para curar el escorbuto. Pero no fue así y no le interesó desarrollar comercialmente la soda.
En 1774, Priestley calentó óxido de mercurio concentrando los rayos del sol con una lente y obtuvo lo que describió como "un aire semejante al ordinario, pero mejor". Viajó a París y comunicó los resultados de sus experimentos al químico y biólogo francés Antoine-Laurent de Lavoisier, que también estaba estudiando el problema de la combustión. Lavoisier ya había descubierto que, cuando una sustancia se quema, absorbe algún gas de la atmósfera. Al comparar sus resultados con los de Priestley, comprendió que ese gas era el mismo que había descubierto su colega. Lo llamó oxígeno, que significa "productor de ácidos", porque creyó, erróneamente, que el oxígeno era un componente esencial de los ácidos.
¿Por qué decía Priestley que el oxígeno era "semejante al aire ordinario, pero mejor"? Por un lado, porque observó que una vela ardía más vivamente en oxígeno que en aire ordinario. Además, porque al respirar él mismo el gas, experimentó sensaciones similares a las que describe el narrador de "Alrededor de la Luna": "Me pareció sentir el pecho extrañamente ligero y aliviado durante un largo rato. ¿Quién sabe si, con el tiempo, este aire puro se convertirá en un lujoso artículo de moda?"
Las predicciones de Verne y Priestley respecto al uso del oxígeno se hicieron realidad en la década de 1990, cuando en distintas partes del mundo se abrieron los llamados "bares de oxígeno" donde los clientes se sientan a respirar este gas, a veces aromatizado con diversas esencias.
Los propietarios de estos locales le atribuyen al oxígeno todo tipo de propiedades milagrosas. Desde la eliminación de toxinas hasta la cura del cáncer. Aunque ningún médico avala estas pretensiones, e incluso señalan que su abuso puede ser perjudicial, los clientes disfrutan del oxígeno, y de sus supuestos efectos benéficos, como si fuera, efectivamente, "un lujoso artículo de moda".
(*) Docente y divulgador científico