I
I
La crisis política en Juntos por el Cambio, abierta en la provincia de Córdoba como consecuencia de la iniciativa de Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales de habilitar la inclusión del actual gobernador de Córdoba por el peronismo, da lugar a las más diversas interpretaciones. Pero, a mi criterio, las preguntas decisivas a responder en este caso son las siguientes: si la propuesta es atendible, es decir, si es políticamente lógica y previsible en el marco de una estrategia de poder; si la propuesta está planteada en el tiempo político adecuado y si la propuesta mejora las posibilidades políticas de Juntos por el Cambio para derrocar en las urnas en el orden nacional al peronismo. Correspondería observar que estas turbulencias políticas ocurren en un tiempo político electoral preciso, lo cual no es un detalle, salvo que se crea que las elecciones, el instante decisivo en el que se perfecciona la democracia representativa, sea un detalle menor; o que alguien suponga que una campaña electoral no condiciona o no influye en la conducta de los candidatos y en la de los propios electores.
II
En principio, las coqueterías mutuas entre Juan Schiaretti y Juntos por el Cambio no son nuevas. Se trata de un romance que nunca se termina de concretar, pero siempre está latente en el aire. El peronismo de Córdoba, es decir el peronismo de Schiaretti, y en su momento De la Sota, desde por lo menos el año 2008 manifiesta disidencias públicas con el kirchnerismo. Y manifiesta en general una conducta independiente a la del peronismo nacional, una conducta, dicho sea de paso, que parece distinguir históricamente a la provincia de Córdoba con independencia de sus fracciones políticas. Esa independencia del schiaretismo con el peronismo no le inhibe arribar con sus compañeros a coincidencias en temas claves como, por ejemplo, apoyar al kirchnerismo en el tema de la quita de los recursos de la ciudad de Buenos Aires o los beneficios económicos para Cristóbal López. Schiaretti expresa, por lo tanto, un peronismo cuya autonomía con el kirchnerismo es real pero no absoluto, porque, en definitiva, la condición de peronistas sigue gravitando, un detalle que los dirigentes de Juntos por el Cambio, entusiasmados por el supuesto peronismo republicano de Schiaretti, deberían tener presente. Conclusión, el peronismo de Córdoba exhibe singularidades dignas de tener en cuenta, lo cual no habilita a ignorar que se trata del peronismo real de esa provincia, un dato que los primeros que tienen en cuenta son los kirchneristas cordobeses que a la hora de enfrentar a Juntos por el Cambio no vacilan en retirar sus propias candidaturas para favorecer al peronismo de Córdoba. Es decir, discrepan, se enojan, se tiran algún cascotazo, pero a la hora de los bifes suelen estar juntos. Por lo menos en Córdoba lo están.
III
El debate abierto en Juntos por el Cambio acerca de abrir o cerrar la coalición es más complejo que la meneada contradicción entre halcones y palomas, pero en cualquiera de los casos se debe tener presente los tiempos políticos. Toda maniobra puede ser posible, pero en política lo que importa es mover la pieza adecuada en el tiempo adecuado. ¿Ejemplo? Elecciones Paso inminentes en la provincia de Córdoba. Una coalición opositora, Juntos por el Cambio, que ha logrado superar disensiones internas y presentar una candidatura única en condiciones de competir con un oficialismo peronista que gobierna la provincia desde hace un cuarto de siglo. Ganar o perder en esas elecciones es importante para la coalición opositora en Córdoba y para Juntos por el Cambio en el orden nacional. También lo es, por supuesto, para la UCR, un partido político sólidamente constituido en el territorio cordobés como lo viene demostrando desde hace tiempo y lo ratifica en las sucesivas elecciones lugareñas. En las elecciones, se sabe, se privilegian las competencias, las diferencias. Los acuerdos y las coincidencias llegan después y encuentran en el parlamento el territorio adecuado para hacerlas necesarias. Dicho de una manera más directa: en las elecciones lo que importa es ganar, derrotar al adversario. Tiempo habrá luego para los acuerdos.
IV
Si estas consideraciones son atendibles -para mí lo son- es fácil concluir que la propuesta de Morales y Rodríguez Larreta se plantea en el peor momento político posible y sus consecuencias a los primeros que perjudica es a la coalición de Juntos por el cambio en la provincia de Córdoba. El guion posee un toque de caricatura y de grotesco. Los radicales de Córdoba luchan a brazo partido para ganarle al peronismo y al candidato de Schiaretti, mientras el presidente del partido radical se dedica a promocionarlo al mismísimo Schiaretti como un aliado clave para una estrategia de poder nacional. Y todo esto a pocos días del desenlace electoral. "Dan ganas de balearse en un rincón", diría Discépolo, que nunca fue radical pero algo sabía del grotesco. Me decía un amigo: "Un radical puede equivocarse en economía, en gestión burocrática, en diseñar políticas agrarias, pero en lo que nunca puede equivocarse es en materia electoral…es como si un cura se equivocara con las cuentas del rosario o un quinielero se equivocara con los números". La hipotética victoria política a largo plazo que significaría incluir a Schiaretti en una hipotética estrategia nacional a ratificar en una hipotética victoria electoral, no alcanza a equilibrar ni por cerca los costos reales y efectivos que implicaría una derrota en las urnas de la coalición opositora en la provincia de Córdoba, además de los estropicios internos que esta derrota provocaría.
V
El principal beneficiario de esta estrategia improvisada por Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales es, en primer lugar, Juan Schiaretti, que no arriesga nada y dispone de la posibilidad de fortalecer su frente interno y, al mismo tiempo, introducir en el interior de Juntos por el Cambio refriegas políticas de imprevisibles resultados. Los peronistas, kirchneristas incluidos, agradecidos y divertidos. Digamos, a modo de conclusión parcial, que las consecuencias de esta jugada política favorece al peronismo en general, favorece a Schiaretti en particular y le permite a Rodríguez Larreta intentar una movida que le puede permitir situarse en mejores posiciones en su competencia con Patricia Bullrich. O sea que todos los mencionados, con mayor o menor intensidad, tienen algo para ganar en este juego. ¿Y los radicales? Es la incógnita. ¿Qué ganan los radicales saboteando las candidaturas acordadas por Juntos por el Cambio en la provincia de Córdoba? Que yo sepa, nada; o, para decirlo de otro modo, tienen todo para perder y nada para ganar. El capital político histórico del radicalismo es territorial. Un partido extendido en todo el país con capacidad para ganar intendencias e incluso provincias y con el límite, hasta ahora, de disponer de candidatos presidenciales competitivos. El sentido común y la lógica del poder indicaría que hasta tanto la fortuna o las causalidades permitan un liderazgo radical, lo que se debe defender desde el punto de vista de la salud partidaria es esa presencia territorial, objetivo que la estrategia impulsada por Morales parece no tener en cuenta, o parece subestimar en nombre de especulaciones futuras acerca de una difusa unidad nacional con dirigentes peronistas que, equivocados o no, jamás perdieron de vista sus propios intereses y jamás la conciencia o el corazón les reprochó decir un día una cosa y al día siguiente exactamente lo contrario
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