Aunque parezca absurdo no suele ser frecuente que el concepto sobre una persona esté construido a partir de sus actos, del mismo modo que una vez conocidas las acciones pretéritas se desande la idea originaria. Predomina el prejuicio en la representación del otro. Sin conocer su historia perdura tenazmente por más que haya sido desmentido. Las manos que modelan la silueta conceptual de una persona, que dan y quitan rasgos, prescinden de los pasos dados y sus huellas. Sólo algunos toman a estas últimas como moldes para erigir la personalidad del caminante.
Esta arbitraria escultura, ya sea de un compañero de trabajo, vecino o familiar, es la que describió el novelista Antonio Muñoz Molina, cuando mencionó que "la parte más onerosa de nuestra identidad se sostiene sobre lo que los demás (…) piensan de nosotros". Situación que provoca -en ocasiones- una presión que fuerza, en silencio, a ser lo que esperan en el entorno. En otros momentos, sucede como aquel que siente que lo miran y no sabe "a quién pueden estar viendo (…) qué inventan o deciden que" sea (en "Sefarad", año 2001). Escenas que podrían considerarse representadas en la escultura de Marta Minujín titulada "Rostros en escorzo dividiéndose y multiplicándose" (2012), en donde se concibe a una persona de acuerdo a la construcción de los otros, que al resaltar cada uno un aspecto de él -desde el prejuicio- queda fraccionado socialmente.
Toda persona tiene un pasado que lo define, entonces, el comportamiento pretérito deviene en material esencial para su representación. El filósofo José Ortega y Gasset destacó, con énfasis, que el hombre no tiene naturaleza sino historia. A tal punto que la continuidad con el pasado -expresó el pensador madrileño- es un límite a la libertad que tiene. En ese sentido, sostuvo Ortega que "solo hay una línea fija, preestablecida y dada, que pueda orientarnos; solo hay un límite: el pasado. Las experiencias de vida hechas estrechan el futuro del hombre. Si no sabemos lo que va a ser, sabemos lo que no va a ser" (en "Historia como sistema", 1935).
Si bien los prejuicios tienen una función en la socialización, una vez conocida la historia del otro deberían ser desplazados para que no se tornen nocivos e injustos. El prejuicio es algo provisorio que busca aminorar la incertidumbre de lo desconocido. Tiene sentido cuando está circunscripto, desquiciado produce graves consecuencias. Nace como una idea preventiva sin sustento fáctico, que se supone conveniente debido a las expectativas de conductas posibles del otro. El prejuicio es juzgar a las personas "antes del tiempo oportuno o sin tener (...) cabal conocimiento" (definición de "prejuzgar" de la Real Academia Española). En un contexto social en que no hubo ese tiempo de conocimiento o no fue suficiente y completo, se constituye en una idea simple para acomodar las posibilidades que puedan surgir al relacionarse. Como no hay una noción del otro, suele ser heredada del entorno. Así, en un encuentro, se evitará expresar determinadas palabras o abordar ciertos temas porque presuntamente molestarían.
La antropóloga Margarita del Olmo, abocada a temas de racismo y educación antirracista, expresó que los prejuicios y los estereotipos no son necesariamente negativos, pueden llegar a ser ideas neutras o de valoraciones positivas (en "Prejuicios y estereotipos: un replanteamiento de su uso y utilidad como mecanismos sociales" de 2005 y "El negocio de las diferencias", de 2009). Con ellos, expresó, se busca clasificar para "poder predecir el comportamiento" y "orientar nuestra conducta en función de esa predicción".
La investigadora social observó que los prejuicios "son simplemente ideas asumidas antes de elaborar un juicio", y forman parte de un proceso de "simbolización" y "elaboración de categorías". En ese sentido, el psicólogo Gordon Allport enseñó que la utilidad de las categorías es "facilitar la percepción y la conducta; (…) hacer más rápidos, fáciles y adecuados nuestros ajustes a la vida" (en "La naturaleza del prejuicio", 1954). De modo tal que cuando una categoría involucra actitudes y creencias negativas sobre una determinada persona, será evitada o se adoptará un hábito de rechazo. Si bien se le da una connotación peyorativa a los prejuicios, aclaró Del Olmo que cumplen una función, son "materiales a partir de los cuales se establecen las relaciones sociales y sin su existencia el proceso de comunicación sería imposible". Cometido que tiene límites, en tanto dada sus características, advirtió la antropóloga, no sirve para entablar una relación individual con una persona.
En línea con los prejuicios están los estereotipos, que son más complejos según la académica española, por tratarse de "un conjunto de ideas" y referirse a "grupos de personas", con la finalidad de "economizar nuestra exposición con el entorno". Para entender bien en qué consisten, explicó que no están "simplemente transmitiendo información sobre los miembros de un grupo, sino acerca de su comportamiento 'en relación' con el que atribuimos al nuestro". Ahora bien, ambos si se extralimitan son nocivos, porque dan lugar a discriminaciones reprochables e inmorales.
La cientista social señaló que -efectivamente- se vuelven problemáticos cuando se "fosilizan". Tendencia que tienen por sus características, pues -por un lado- "suponen una simplificación, porque esquematizan la complejidad de una forma reduccionista" y, por el otro, "porque una vez adquiridos, es muy difícil modificarlos a partir de la propia experiencia". Mostró Del Olmo que no es frecuente cambiarlos, sino que al comportamiento que no concuerda con el estereotipo se lo convierte en excepción.
Lo deseable es que cuando se adquiera información del prójimo queden descartados y, tal como expresó la antropóloga, se construyan "herramientas mucho más útiles para la comunicación". De lo contrario, explicó que los estereotipos se convierten en instrumentos "que emplean los argumentos racistas, ya que constituyen un mecanismo fácil y efectivo, aunque profundamente simplificador y pobre, para transmitir ideas sobre los grupos humanos". Empleados de esa manera, con base en la clase social, el color de piel, la religión, el lugar de nacimiento o el género, devienen en un mecanismo de discriminación que debe erradicarse. Discriminación que se relaciona con el comportamiento, es decir, "la conducta de falta de igualdad en el tratamiento otorgado a las personas en virtud de su pertenencia al grupo o categoría en cuestión" (Huici Casal, "Estereotipos", 1996).
Sin estar en esa situación indeseable, cuando un amigo o familiar adjudica rasgos que resultan erróneos, cualquiera piensa –de modo jocoso y en queja- que él no sea nunca su biógrafo. Justamente el género biográfico, que excede con creces el asunto analizado, permite tomar consciencia por contraste -al estar en el extremo contrario al de la ignorancia y suposición sobre una persona- de la precariedad con que se construye la idea del otro en la convivencia social.
En ocasión de un homenaje a Johann von Goethe desde Alemania le pidieron a Ortega y Gasset una colaboración, que realizó en el año 1932 y con un título muy sugestivo: "Goethe desde dentro". Aprovechó esa circunstancia para pedir de los biógrafos una elaboración sutil, que logren ver "cuál era la vocación vital del biografiado, que acaso éste desconoció siempre". Parte el filósofo de considerar que "toda vida es, más o menos, una ruina entre cuyos escombros tenemos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido". Para ello, escribió Ortega, hay que construir "una vida imaginaria del individuo, el perfil de su existencia feliz, sobre el cual podemos luego dibujar las indentaciones, a veces enormes, que el destino exterior ha marcado". No dudó el ensayista español en suponer que "todos sentimos nuestra vida real como una esencial deformación, mayor o menor, de nuestra vida posible". El biógrafo que lo haga podrá, entonces, "aquilatar la fidelidad del hombre a ese su destino singular, a su vida posible. Esto nos permite determinar la dosis de autenticidad de su vida efectiva". Es decir, si tuvo una vida auténtica o la falsificó al no haber sido fiel a su destino.
Semejante abordaje no es el esperado para la vida social. Pero permite entender que al hombre también lo definen los pasos que no ha dado. La historia de cada uno adquiere otra complejidad y riqueza, si junto con las acciones se toma en cuenta todo lo que no fue elegido y evitado, como enseñó el poeta Roberto Juarroz: "El destino del paso que no damos/ se inscribe en un espacio paralelo/ y nace allí una secuencia de pasos no dados,/ que cumple sin embargo su destino de pasos/ y en algún lugar o tiempo/ se encuentran/ o por lo menos se cruzan con los nuestros/ y entonces de alguna manera los corrigen.// Hacia un lado o hacia otro,/ el hombre debe dar todos sus pasos".
Esta distinción puede integrar, en lo posible, una fiel representación del otro. Aunque si los pasos de una persona son ignorados, qué decir entonces de los no dados. Pocos perciben esto último y, todavía menos, quienes interpretan su sentido. Pasos que no se hicieron y que debieron darse para ser fiel al destino, o los que justamente para ser auténtico consigo mismo, se evitaron dar. Aquello que el hombre elige no hacer, lo constituye tanto como lo que hace.