La Capilla Sixtina es un poderoso nombre propio que se irradia sobre el arte de todos los tiempos como adjetivo superlativo de belleza, grandiosidad, magnificencia, maravilla, y cuantas más cosas se puedan decir del impar producto nacido del genio creativo de Michelangelo Buonarroti, quien convirtió a ese espacio religioso en faro de la cultura universal.
El nombre de la capilla vaticana resulta hoy un tanto equívoco, porque refiere a un Papa, Sixto IV (1414 – 1484), primero de la familia Della Rovere en ocupar la silla petrina, que es referido cada vez que se pronuncia el nombre de la capilla, pero sin que se sepa a ciencia cierta quién es el personaje. Y no se sabe, porque no le interesa al gran público, que sólo busca contemplar y gozar de las pinturas del gran artista toscano realizadas después de la desaparición de Sixto.
No obstante, cabe decir respecto del originador del nombre que motiva estas líneas, que fue una figura significativa en el resurgimiento de la ciudad de Roma después de centurias de decadencia, agravadas por el cisma de la Iglesia Católica en el siglo XIV, cuando el papado se dividió en dos sedes: la tradicional romana y la más vigorosa de Aviñón, Francia, proceso que finalizó hacia 1417 con la elección del papa Martín V, perteneciente a la principesca familia de los Colonna.
La reunificación del poder eclesial en la milenaria ciudad de Rómulo, dará comienzo a la progresiva recuperación de la antigua capital imperial. Cuando le llegue el turno a Sixto IV, en 1471, esa tendencia adquirirá singular intensidad. Las artes de la ingeniería se combinarán con las bellas artes para acentuar la transformación de Roma. Y una de las tantas iniciativas del pontífice será convertir el oratorio medieval de los papas en una capilla del Renacimiento ornada con escenas de la historia sagrada que pintarán los toscanos Ghirlandaio, Botticelli, Signorelli y Roselli; y los umbros Perugino y Pinturicchio, cuyos frescos aún pueden apreciarse en este "Sancta Santorum" del arte renacentista.
Grupo de leones dibujados en la cueva de Chauvet, Francia.
El alto zócalo de la capilla, en tanto, con decoraciones murales de cortinados y heráldicas de la familia Della Rovere que saturan las paredes laterales, son expresivas de un papa egocéntrico y nepotista, que habrá de abrirle camino a un pariente, el futuro Julio II, su sobrino, quién luego de acceder al solio pontificio en 1503, convocará a Miguel Ángel para que pinte la bóveda de la Sixtina, hasta entonces cubierta, a la manera medieval, con pintura azul representativa de un cielo tachonado de estrellas doradas.
Movido por su genio, el artista irá mucho más allá de lo encomendado; más allá, también, de lo que él se creía capaz de hacer al comenzar la obra. En su despliegue, que insinuaba al futuro arquitecto, cegará ventanas y eliminará algunos frescos para ensanchar su campo de intervención, que no se limitará a la bóveda, ya que bajará por el primer tramo alto de las paredes, borrando límites para gestar un efecto óptico envolvente. El resultado, luego de momentos de aguda tensión con Julio II, intrigas, críticas y difamaciones de artistas de la época y de prelados de la Iglesia, será una de las más formidables creaciones de la historia del arte, a tal punto que sigue conmoviendo a gentes de las más diversas etnias y culturas luego de atravesar la prueba ácida de más de cinco siglos de existencia.
Su poder irradiante ha sido -y es- tan potente, que el originario sustantivo se ha convertido, a la vez, en un magno adjetivo del arte sin que importe el tiempo de creación de la obra a la que se lo aplique. Hacia atrás, exalta las mejores pinturas parietales de cuevas como Chauvet (entre 30 y 32.000 años de antigüedad) y Lascaux (unos 18.000 años de antigüedad), ambas en Francia; y Altamira (unos 30.000 años según los últimos estudios), en España, por citar algunas de las principales. Todas ellas se consideran "capillas sixtinas del paleolítico". Ese adjetivo es el modo de ensalzar los trabajos anónimos de personas remotas que dejaron sus huellas admirables en las rugosas paredes de piedra de oscuras cavernas milenarias. En lo personal, me conmueven hasta las lágrimas, las imágenes y las palabras del documental de Werner Herzog sobre Chauvet, titulada "La cueva de los sueños olvidados".
Pero preferencias subjetivas al margen, lo asombroso es que los poseedores de monumentos culturales de todas las épocas y estilos asocien el adjetivo "sixtina", llevado a las alturas del superlativo, con los nombres de las obras que buscan exaltar. No existe caso semejante en la historia del arte.
Bóveda románica de la iglesia de Saint Savin-sur-Gartempe, con una pintura del Arca de Noé. Poitou, Francia.
Veamos, pues, algunos de los muchos ejemplos que corroboran este aserto. La cámara sepulcral de Djehuty, perteneciente a un alto dignatario del Antiguo Egipto, que contiene uno de los ejemplares del Libro de los Muertos más antiguos y extensos que se conservan (1470 a. C.), saturada de grafías e imágenes, fue descubierta en la necrópolis tebana de Dra Abu el-Naga por el egiptólogo español José Manuel Galán, quien no dudó en llamarla "Capilla Sixtina del Antiguo Egipto".
Dentro de las maravillas del arte mortuorio, los arqueólogos que se asombraron con el descubrimiento de la tumba intacta de un gobernante mochica del siglo III d. C. en el pueblo de Sipán, Perú, pronto hablaron de "la Capilla Sixtina de la cultura mochica". El fastuoso enterramiento, con relieves escultóricos polícromos y pinturas murales, contenía, por debajo, otras dos tumbas; la más profunda, con los restos de un antepasado de al menos cuatro generaciones según los estudios de ADN. El conjunto está desplegado en las salas del admirable "Museo de las Tumbas Reales de Sipán", que se alza en cercanías de la ciudad de Lambayeque.
Por su parte, la iglesia abacial de Saint Savin-sur-Gartempe, que se levanta en la región francesa de Poitou-Charentes e integra la lista del Patrimonio de la Humanidad por sus frescos de los siglos XI y XII, también exhibe, adherido a su nombre, el calificativo de "Capilla Sixtina del Arte Románico".
En la catedral gótica de la ciudad italiana de Orvieto, donde se construyó a principios del siglo XV una Capilla Nueva que pronto recibió el nombre de San Brizio, la ornamentación, acometida primero por el beato Angélico y su discípulo Benozzo Gozzoli, y tiempo después por Luca Signorelli, quien allí plasmó su memorable "Juicio Final", también ha recibido la admirativa calificación de "sixtina". Lo curioso, en este caso, es que fue una de las obras consultadas por Miguel Ángel antes de pintar la segunda parte de su gran legado pictórico en la verdadera "Capilla Sixtina".
La enumeración podría seguir sin pausa, pero el espacio de esta página nos dice que tenemos que concluir. Vayan entonces, a manera de cierre, otras obras monumentales que llevan adherido el reiterado calificativo. Por ejemplo, la renacentista y plateresca capilla de los Benavente (siglo XVI), ubicada en el interior de la iglesia de Santa María de Mediavilla, en Medina de Rioseco, España; o la iglesia de San Pedro de Andahuaylillas, Perú (comienzos del siglo XVII), excepcional expresión del barroco andino, considerada "la Capilla Sixtina de América", sin demérito del templo de Santiago Apóstol de Tupátaro, México (siglo XVI), denominada "Capilla Sixtina de Michoacán".