Por Raúl S. Vinokurov
Por Raúl S. Vinokurov
En momentos de atravesar una profunda crisis, donde no solo no se observan soluciones próximas o remotas, desde el oficialismo se insiste en decirnos como debemos hablar. Mejor dicho, como debemos usar correctamente el idioma.
Hace dieciocho años la actual vicepresidente creó la Secretaría del Pensamiento Nacional, intentando decirnos qué, cómo y en qué, debemos pensar. Ese proyecto se anuló al año siguiente a pesar de que en su creación se lo caracterizaba de estratégico. Total fracaso, pero importante llamado de atención. Cómo pensar en 2004 y ahora, cómo hablar.
La propia Real Academia Española (RAE) reconoce que el idioma es una cosa viva, en constante modificación y cambios, y así aparecen nuevas palabras, se dejan de usar otras, existen modismos, aceptación incluso de términos extranjeros pero incorporados por el uso a nuestro diario hablar. Y de eso se trata. La gente, nosotros, vamos modificando el idioma en procesos que pueden durar años.
Hay palabras "nuevas" que desaparecen y otras que con el tiempo se incorporan a nuestro diario lenguaje. Y la RAE las incorpora aceptando el cambio idiomático. Son procesos naturales, absolutamente libres. Y no estamos en guerra con ella, ni tampoco la RAE niega los cambios como dicen algunos funcionarios. El lenguaje es una forma de comunicación y para que esta exista se deben compartir los mismos códigos; para este caso, el significado de cada palabra.
Se criticó mucho la prohibición de Rodríguez Larreta para el uso del mal llamado lenguaje inclusivo, pero nada se dice acerca de que quieren imponer desde el oficialismo este lenguaje. Por supuesto, nadie cree que su uso signifique algún beneficio para el pueblo, ya que eso no incluye, al contrario, divide, enfrenta y da como resultado que al no compartir los mismos códigos de comprensión, no entendemos el idioma cuando nos hablan de esa manera. Y eso repercute en el aprendizaje y en la educación, entre otras cosas. Eso sí, sirve, y mucho, para no hablar de lo que sí debería importarnos permanentemente, con respecto al uso del idioma.
Los alumnos argentinos, nuestros chicos, tienen dificultades para expresarse correctamente, para escribir correctamente, para entender lo que leen, para decirnos con sus palabras lo que acaban de leer. Pero de eso casi no se habla y las medidas oficiales que se toman profundizan la crisis ya que lo único que buscan es ocultar esta realidad. Pasar de año con mayor cantidad de materias previas; modificar la forma de calificar a los alumnos eliminando las notas a cambio de letras; no reprobar; no computar inasistencias, etc.
Debemos recordar que esto comenzó antes de la pandemia y mucho antes que la invasión de Rusia a Ucrania, incluso es anterior a Macri. Los resultados de las pruebas en lenguaje y matemáticas nos dicen que alrededor del 70% de los alumnos no entiende lo que lee (o sea, la lecto comprensión) y un alto porcentaje no puede resolver problemas matemáticos elementales, básicos. Con un agregado. No son los mismos resultados cuando se analiza el nivel social. Los peores resultados se dan en escuelas públicas con alumnos en niveles de pobreza. Y esto no es ninguna novedad, pero se profundizan las diferencias.
Los problemas de la escuela primaria se trasladan a la secundaria e incluso llegan a la universidad. De esto no se habla. La decadencia se da en todos y cada uno de los aspectos sociales que se quieran analizar. Lo que obtenemos son internas, ninguna autocrítica, la responsabilidad siempre es de algún otro, incluso aunque pertenezca al mismo partido político. Pero nos distraen, o pretenden hacerlo, con el lenguaje mal llamado inclusivo. Existen organismos nacionales que promueven el uso de esa forma de expresión, así como alguna universidad, facultad y provincia, produjeron manuales de como introducir en ministerios o secretarías provinciales su uso en escritos oficiales.
El conocimiento nos iguala, el guardapolvo blanco nos igualaba, eso nos incluía, las posibilidades de estudiar, de progresar, de terminar la escolaridad, de ingresar y culminar una carrera universitaria, eso nos igualaba. Y aunque a muchos les parezca muy raro, o incomprensible, nadie nos quería obligar a una nueva forma de hablar y escribir. Y lo que hoy quieren cambiar, sirvió durante años para incluirnos, para reconocernos como iguales. Mientras tanto, casi sin darnos cuenta, también producíamos cambios en el lenguaje, que la RAE no tuvo más opciones que aceptar.