Quienes firmamos esta nota queremos contarle a la sociedad santafesina que hemos seguido de muy cerca el juicio a Juan Trigatti, así como todo el proceso desde su detención. Sabemos del dolor de esa familia por la vandalización de su casa y la muerte de los animalitos que allí estaban. Hechos de los que la Justicia todavía no ha tomado nota. Conocemos a Juanchi desde hace muchos años. Algunos más de veinte. Ha sido nuestro compañero de trabajo e incluso, algunos de nosotros hemos sido sus profesores.
Lo conocemos bien; sabemos de su integridad, de sus condiciones personales, de su respeto por las personas, por todas las personas, sean niños, adolescentes o adultos. Hubiéramos querido poder contar esto en el juicio, pero no se nos permitió porque la justicia decidió acotar el número de testigos de carácter. Así que hemos decidido contarle al resto de los santafesinos que sabemos de la inocencia de Juanchi.
Podemos identificar con claridad la desprolijidad con que se han manejado las pruebas y el escaso resguardo de aquellas que podrían echar luz sobre las denuncias de un modo bien definitivo. Se montó un escenario en el que la presunción de culpabilidad se convirtió en certeza antes del juicio. Así se desoyeron las voces de profesionales del Hospital Iturraspe, se sometió a las niñas a procedimientos invasivos y sumamente traumáticos para construir un relato que lo sindicara a Juanchi como culpable y no se resguardaron testimonios fílmicos con la debida diligencia. Una justicia que actúa de este modo no es justicia.
Eso nos duele. Hemos enseñado el respeto por las Instituciones en aras de la democracia. Lamentablemente, muchas veces estas han sido y son manoseadas o manipuladas en su funcionamiento de modo que, en lugar de ser garantes de la verdad, se alejan de ella. También nos duele contemplar que el caso Trigatti no es un caso aislado. Es la expresión de una actitud que se ha instalado, en donde predomina la sospecha y la desconfianza hacia los docentes y las Instituciones Educativas. Los papás dejan a sus hijos muchas horas al día en las escuelas y a cargo de docentes, pero no confían en ellos.
Esto es sumamente grave. Lleva a situaciones reñidas no sólo con el buen sentido, sino con la misma educación. Se insta a los docentes a no tocar a sus estudiantes, ni siquiera para ayudarlos si lo necesitan o para consolarlos y expresarles afecto. El temor le ha ganado al amor, y eso en las escuelas es triste y también muy peligroso: no se puede educar sin amor. Suscribimos esta Carta Abierta a los santafesinos:
María Gabriela Pauli - DNI 17.368.329
María Antonia Pognante - DNI 12.436.364
Huri Julia Speratti - DNI 11.316.162
Odilia Vescina de Rezza - DNI 6.347.017
María del Carmen Marozzi de Lazzarini - DNI 5.381.140