En nuestra entrega anterior, decíamos que gracias a las hermosas anécdotas que escribió el periodista W.R. Titterton sobre su amigo G.K. Chesterton, se sabe que el príncipe de las paradojas se comportaba como un verdadero hobbit inglés de las tabernas de Fleet Street, que eran como su Hobbiton: "La verdad es que iba a la taberna como iba a la iglesia: buscaba refrescarse espiritualmente. Aunque a la iglesia iba mucho más a menudo. (…) Un día, mientras esperaba su vale, entró Cadbury para decirle algo a Hawes, pero se quedó callado al ver a G.K.C. 'Creo que no conoce usted al señor Chesterton', dijo Hawes, y los presentó. Y Cadbury dijo: 'Me gustan muchos sus artículos señor Chesterton. Dígame, ¿Cuál es su inspiración? ¿Dónde los escribe?' G.K.C gorjeó y dijo: 'Me inspira la cerveza. Y los escribo en las tabernas de Fleet Street'. Palabras duras para ese propietario abstemio".
En una obra excepcional de Chesterton, que lleva por título "El Hombre Común", plasmó allí con genial pluma su brillante filosofía del hombre corriente -la misma de los hobbits, aunque para aquellos hombres que habitan la "realidad cotidiana"-, en contraste al Hombre Excepcional -o podríamos aclarar como el excéntrico, frívolo, burgués, liberal, progresista, modernista, utilitarista y, en una palabra, el ideólogo que hoy gobierna los pueblos-, pues dijo: "La tesis es esta: que la emancipación moderna en realidad ha sido una nueva persecución del Hombre Común. Si ha emancipado a alguien, de un modo especial y por carriles estrechos, ha sido al Hombre Excepcional".
Por consiguiente, el enfrentamiento se da entre el hombre que desea conservar sus sanas costumbres en el anhelo de una vida sencilla y sin ruido alardeante, y el hombre con una pretenciosa idea falsa de progreso que lo acapara todo, terminó, sin lugar a dudas, por aniquilar el sentido común: "El progreso, en el sentido del progreso que ha progresado desde el siglo dieciséis, ha perseguido sobre todas las cosas al Hombre Común". Para graficarlo con un ejemplo, nos dice Chesterton, que el Hombre Común es posible que esté más interesado en fundar una familia y no una secta como un partido político; o que el Hombre Común no querría publicar un diario aunque pudiera costearlo, sino que desearía seguir hablando de política en una taberna o en un vestíbulo de una hostería: "... este es precisamente el tipo de charla realmente popular sobre política que los movimientos modernos han abolido a menudo: las viejas democracias al prohibir las tabernas, las nuevas dictaduras al prohibir la política".
Los hobbits simbolizan el arquetipo de Hombre Común expuesto por Chesterton. Desde el prólogo, la obra "El Señor de los Anillos I. La Comunidad del Anillo", de J.R.R. Tolkien, refleja la cosmovisión del príncipe de las paradojas en los pequeños hobbits (de nuevo es innegable la cercanía espiritual de Chesterton y el autor de la sensacional fantasía épica recreada en el Legendarium y la fabulosa cronología de los habitantes de Tierra Media): "Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo. Más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad. Amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos un paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entendían ni gustan de máquinas más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano, aunque fueran muy hábiles con toda clase de herramientas".
De aquí se infiere una vida ordenada a su inmediatez existencial, amigable con la naturaleza, y rechazando la idea de las falsas modas impuestas, de ambición y dominio material del Hombre Excepcional -podríamos decir que Tolkien lo encarna en Sauron- por sobre un desarrollo espiritual e interior, es decir, a partir de la armonía, la amistad y el sentido de comunidad que inspira la Comarca. Luego prosigue el prólogo: "En otro tiempos desconfiaban en general de la Gente Grande, como nos llaman, y ahora nos eluden con terror y es difícil encontrarlos". Traducido en filosofía chestertoniana, la Gente Grande simboliza al Hombre Excepcional que aniquila el sentido de tradición, de costumbre, de pueblo, de festividad y de religión al adoptar falsas ideologías que rompen con una existencia armoniosa en orden a la esencia inmutable dada por la naturaleza.
Chesterton lo sostuvo con énfasis y claridad: "El progreso no ha sido más que la persecución del Hombre Común. No es el Hombre Excepcional el perseguido, sino el Hombre Común". He aquí por qué el hobbit rehuye de esta clase de hombres. Y, sobre todo, en la modernidad se acostumbra a una falsa dicotomía en lo discursivo, pues el Hombre Excepcional tiene la rutina de "oprimirlo en la práctica y adorarlo en la teoría", como acostumbramos a ver en tantos ideólogos y políticos de las altas esferas.
Innumerables pasajes describen la sencilla y hermosa vida de los hobbits: "En general los rostros eran bonachones más que hermosos, anchos, de ojos vivos, mejillas rojizas y bocas dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida. Reían, comían y bebían a menudo de buena gana; le gustaban las bromas sencillas en todo momento y comer seis veces al día (cuando podían). Eran hospitalarios, aficionados a las fiestas, hacían regalos espontáneamente y los aceptaban con entusiasmo (…) Hay otra cosa entre los antiguos Hobbits que merece mencionarse; un hábito sorprendente: absorbían o inhalaban, a través de pipas de arcilla o madera […] Hay mucho misterio en el origen de esta costumbre peculiar, o de este 'arte', como los Hobbits preferían llamarlo". Los hobbits edificaron su cultura a través del resguardo de su "ser-tradicional" tan necesario para la vida de un pueblo, que le permite subsistir en el tiempo y tener un pleno contacto con "lo real", es decir con lo sustancial de la vida en vista a su armoniosa ordenación.
Contrariamente el Hombre Excepcional desprecia "lo real" para instaurarse en su propia "abstracción egoísta", vale decir, para dominar y dictaminar sobre los demás. Chesterton dice: "Los nuevos Hombres Excepcionales que dirigen al pueblo ya no son calvinistas, sino una especie de deístas secos, que se resecan cada vez más hasta convertirse en ateos; y ya no son pesimistas, sino el reverso; solo que su optimismo a menudo es más deprimente que el pesimismo. Son los utilitarios, los sirvientes del Hombre Económico; los primeros librecambistas. Les cabe el honor de haber sido los primeros en aclarar las teorías económicas del estado moderno; los cálculos en que se basó principalmente la política del siglo dieciocho. Fueron ellos quienes enseñaron estas cosas científicas y sistemáticamente al público y hasta al pueblo".
Empero, un dato no menor es que el hobbit es resistente a la corrupción del anillo o, en términos de nuestra realidad, hay hombres que no ceden a la corrupción a lo que denomino un verdadero "sistema de la modernidad". Y por "sistema" me refiero a la elucubración abstracta, racionalista, sistemática e ideológica que asfixia todos los ámbitos vitales y existenciales de la vida concreta, y en especial, destruye su impronta "sagrada". Sauron con su ambición amenazó a toda la Tierra Media, incluido el sentido común, la vida feliz y hogareña de los hobbits. Hoy el hombre técnico desde un escritorio amenaza la vida de la humanidad: amenaza la existencia, amenaza el trabajo digno, amenaza la familia, amenaza la juventud, y una lista que podría extenderse al infinito. Hay, por tanto, un llamado urgente a precaver los efectos nocivos de la posmodernidad nihilista de nuestros días, y para ello hay que comenzar derrotando sus falsas ideas.