Viernes 10.3.2023
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Según Perry Nodelman: ¡Más tarde o más temprano, todos somos censores! Aclara: "La mayoría de las personas con las cuales hablo acerca del tema, están en contra de la censura en los libros infantiles. Nos reímos de estas medidas -evidentemente desacertadas- de supresión porque tenemos fe, no sólo en la importancia del principio democrático de la libertad de pensamiento y expresión, sino también en el sentido común de la mayoría de los niños. Sin embargo, en mis conversaciones con otras personas acerca de estos asuntos, siempre llega un momento en que hasta los más reacios opositores de la censura se vuelven censores, convirtiéndose en versiones de aquello que atacan ferozmente. Esto quizás no sea sorprendente, pero sí peligroso. Sugerir que tenemos el derecho a dar por terminada una discusión acerca de cualquier tema o a prohibir cualquier libro equivale sencillamente a manifestar que la censura es, en algunos casos, apropiada; y si esto es así ¿quién es el encargado de distinguir entre un caso y otro?".
En estas últimas semanas, ha levantado bastante polvareda la decisión de la editorial británica Puffin Books de modificar las obras de Roald Dahl para que sean más inclusivas. ¿Quién es Roald Dahl? Entre otros libros, es el creador de "Matilda", "Charlie y la fábrica de chocolate", "Las brujas", "Los cretinos", "El gran gigante bonachón", "Los gremlins" y "Cuentos en verso para niños perversos". Muchos de estos títulos han tenido exitosas versiones fílmicas de la mano de prestigiosos actores y directores.
La tarea de "higiene literaria" de Puffin Books contó con la colaboración de "Inclusive Minds": una organización nacida en 2013 cuya misión es "derribar barreras y desafiar los estereotipos para garantizar que todos los niños puedan acceder y disfrutar de grandes libros que sean representativos de nuestra diversa sociedad". Esta organización aclara que no edita ni reescribe textos. Cuenta con "embajadores de inclusión" que brindan información relevante durante el proceso de escritura y edición.
¿Qué adecuaciones se propusieron para la obra de Dahl? Se puso el ojo en las expresiones referidas al peso, salud mental o género de los personajes; además de las referencias a toda forma de violencia. Algunos ejemplos: Augustus Gloop de "Charlie y la fábrica de chocolate" no es "gordo" sino "enorme"; los Oompa Loompas son "personas pequeñas" en lugar de "hombres pequeños"; sobre la calvicie de "Las brujas", se incorpora un párrafo en el que se indica que hay "muchas otras razones" por las que las mujeres pueden usar pelucas y "no hay nada de malo en eso"; y, en el caso de "Matilda", el personaje ya no lee a Joseph Conrad sino a Jane Austen y se sustituyó "consigue a tu madre o padre" por "consigue tu familia".
Estas modificaciones políticamente correctas se congracian con las crecientes demandas "Woke" y muestran el rol protagónico que han cosechado agentes tales como los "lectores de sensibilidad". También desnudan la dinámica del "show business": Netflix compró los derechos de todos los libros de Roald Dahl por más de 586 millones y no le venía nada mal purgar la imagen de un autor muy convocante pero sospechoso de ser -entre otras polémicas- antisemita y misógino. Al respecto, Salman Rushdie publicó en Twitter: "Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Puffin Books y los encargados del legado de Dahl deberían estar avergonzados".
En mi opinión, no podemos viajar al pasado para "sanitizarlo" porque no nos "cierra" (a la luz de nuestra escala de valores) lo que se escribió, pintó o filmó. Se armaría un bodrio como el que desató Marty McFly en "Volver al futuro": ¡Si retocamos el arte del pasado, transfiguraremos nuestro presente hasta volverlo irreconocible, insípido, inodoro e incoloro! Como en el jenga, si tocamos una pieza, la estructura se debilita, se desestabiliza y corremos el riesgo de que se desmorone. ¡Perdemos el juego!
La "cultura de la cancelación" no es nueva; hoy toma mayor vigor. Los excesos de los movimientos que buscan la corrección política no hacen más que darle la razón al primer párrafo de esta nota: en algún momento, todos somos censores aunque icemos las banderas de "las mejores buenas intenciones". ¿Quién puede autoproclamarse guardián y juez imparcial de la cultura? ¡El que esté libre de discriminación que arroje el primer prejuicio!
Pensemos en las idas y vueltas de los frescos pintados por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina: fueron retocadas por Danielle di Volterra en 1564 por encargo del papa Pío IV ya que los desnudos se consideraban impuros e inmorales; cuatro siglos después, se dio marcha atrás a esta medida y ahora podemos apreciar esos cuerpos sin taparrabos. El problema no era el pincel de Buonarroti, sino el sometimiento de los cuerpos, mentes y almas a partir de argumentos considerados "sagrados" para cierto sector del catolicismo.
Algo más cotidiano, pensemos en los doblajes de las películas que cambian: "shit" por "diablos", bitch" por "ramera" o "mother fucker" por "hijo de perra". ¿Qué pasa allí? Con el fin de no herir la susceptible oreja de los espectadores, se desnaturalizan los personajes y tenemos a un pirata -por citar- injuriando como un miembro de la RAE y con voz de locutor de publicidad. Podríamos seguir amontonando casos semejantes hasta el aburrimiento.
Si le damos la razón a los que quieren emprolijar, depurar y aggiornar a Dahl, perderemos lo que lo hace atractivo, algo de lo "perverso" que anticipan sus títulos. Consideremos a Matilda: la madre, que se pasa los días timbeando y en la peluquería, no ve con buenos ojos que su hija vaya a la escuela; el padre es un estafador acorralado por la justicia que le enseña a su hijo cómo embaucar a la gente; o la directora de escuela (Tronchatoro) se comporta como un dictador impiadoso y revolea a las nenas de las colitas como si fuera una competencia de lanzamiento de martillo. ¡Recordemos que, al cierre de la historia, los propios padres de Matilda se deshacen de ella y se la dan en adopción a la señorita Miel!
¿Y en "Las brujas", qué pasa? Los adultos quieren acabar con los niños con un "ratonizador": las hechiceras quieren convertirlos en ratones y, luego, aplastarlos. Al final, los pequeños protagonistas quedan convertidos en ratones, jamás recuperan su figura humana. ¿Dónde está el "fueron felices y comieron perdices"?
¿Y en "Los cuentos en verso…"? Caperucita mata al lobo con una pistola y se hace un abrigo con su piel. ¡No hay inocencia infantil! ¡No hay niños salvados por un adulto-leñador! ¡No hay piedad para los animalitos del bosque! ¡Orgullosa, pasea Caperucita con su abrigo!
Cuando "bloqueamos" lo que no nos simpatiza, lo que puede ser "dañino" para las mentes infantiles y juveniles, actuamos como la madre del episodio 2 de la temporada 4 de Black Mirror: "Arkangel". En el afán de querer proteger a su hija, esa mamá le instala un "chip" a su hija para supervisar todo lo que ve, hace y siente. La "buena intención" maternal se desmadra: si un perro le ladra a la nena, se bloquea la imagen de ese animal peligroso; si hay escenas de muerte o violencia, se pixelan para evitar traumas; si un compañero molesta en la escuela, se lo "borra" del campo visual y auditivo. En definitiva, la hija no puede ver la realidad cara a cara; crece con una ingenuidad que la hace vulnerable; no desarrolla su autonomía; se pierde los matices de la paleta de colores del mundo que la rodea. Es decir, la madre se convierte en un peligro más grande que todos los que ella misma quiso evitar. Muy parecido a lo que sucede con Matilda: el problema no son los libros que nuestros niños y jóvenes leen, sino los adultos que dinamitan su niñez y/o su juventud.
Mientras termino de escribir esto que no pierde actualidad, me entero de que los responsables de Puffin Books dieron marcha atrás con sus planes: "Hemos tenido en cuenta el debate cultural que se ha producido y la gente podrá elegir su versión preferida de los cuentos de Dahl. A veces, las decisiones pueden ser desafiantes e incómodas, y esta ha sido una de ellas".