I
I
Con Lito Nievas estuvimos compartiendo unos vinos en el bar que entonces estaba casi en la esquina de Cándido Pujato y Aristóbulo del Valle. Había llegado de Córdoba esa tarde y a la noche nos enredamos en una de nuestras habituales disquisiciones acerca de Dios, la Virgen y el marqués de Sade, tertulia que duró casi hasta las cuatro de la mañana. Nunca nos abandonó el vino, como tampoco el buen humor. Lito era alegre, amiguero, se interesaba por el mundo y le gustaban las mujeres que ponderaban su pinta y ese desparpajo de atorrante simpático que era una de sus marcas distintivas. Desde adolescentes conversamos mucho y nos divertimos mucho. Por supuesto, discutíamos, sobre todo de política, porque en ese punto nunca pensamos lo mismo, aunque los dos compartíamos el principio de que nuestra amistad era más importante que nuestras díscolas diferencias políticas. La última vez que estuve con él quedamos en encontrarnos en La Cumbre. Yo lo pasaría a buscar por Córdoba y después que Dios, el Diablo y Baco dispongan de nuestro destino. No fue así. No pudo ser así. Y definitivamente nunca más será así. A Lito, mi primo, mi amigo, mi hermano o como mejor quieran calificarlo, lo mataron en su casa la semana pasada.
II
Las malas noticias llegan de imprevisto. A la caída de la tarde o a la madrugada, cuando todavía no ha salido el sol. Esa tarde estaba escribiendo una nota para el diario, cuando miro en el whatsapp que mi prima Mónica escribe cuatro palabras: lo mataron a Lito. Por supuesto la llamé en el acto. ¿Cómo que lo mataron? Sí, lo mataron, entraron a su casa para robar o no sé para qué. La casa estaba toda revuelta y él estaba muerto. Después la policía informó que la muerte la provocaron cuatro o cinco puñaladas. Lito vivía solo, en el barrio Residencial América, calle Los Tintines, un barrio de clase media y una casa de clase media, con jardín a la calle y garage para el auto. La única certeza que hay hasta la fecha es que lo mataron. Más no se sabe. "Secreto de sumario", que le dicen. Lito vivía allí desde hacía unos años, porque, en 1976 se fue a vivir a Suecia. Regresó a la Argentina no muy convencido, pero a veces admitía que extrañaba su país, extrañaba los asados, las reuniones con los amigos y esas guitarreadas que lo tenían a él como uno de sus animadores principales. Lito amaba su guitarra, al punto que ocurrida la tragedia y consultados los vecinos acerca de las características de la víctima, todos coinciden en afirmar que la única referencia que les llegaba desde su casa era el sonido de la guitarra, porque Lito, a la siesta y a la noche, casi siempre solo, se dedicaba a tocar la guitarra, a conversar con su guitarra, y a conversar en varios idiomas porque el hombre, que viajó mucho por el mundo, se daba el lujo de hablar cuatro o cinco idiomas, sin contar el lunfardo y el geringoso.
III
Los diarios de Córdoba hablan del crimen de la calle Los Tintines. Es en lo único que hasta la fecha mis colegas han acertado. En todo lo demás pifian, no por mala fe sino porque la información de la policía es incompleta y tal vez porque ya no están los viejos cronistas policiales que conocimos en otros tiempos. Hablan de un señor llamado Héctor, nombre que Lito jamás usó; insisten en que tenía 58 o 68 años, cuando siempre fue dos años más grande que yo, por lo que el hombre andaba por los 76. Llegaron a decir que era sueco o de ascendencia sueca, cuando en Suecia estuvo exiliado y regresó al país porque era más argentino que el tango, el mate y el asado. Hablan de don Héctor, del anciano jubilado. Qué manera de arruinar lo más rico de la personalidad de un tipo. Detalles, dirán, Sí, por supuesto, detalles que a un periodista no se le deberían escapar; detalles que no modifican lo importante: su muerte atroz, miserable. A Lito, según se pudo deducir, lo mataron dos o tres tipos. ¿Qué buscaban? Plata por supuesto. Y seguramente pensaron que ese veterano que cobraba una jubilación de Suecia estaba forrado en dólares o en euros.
IV
Toda muerte, dice Simone de Beauvoir, es una violencia indebida, pero morir cosido a puñaladas es una violencia brutal, sádica. La violencia de unos reverendos hijos de puta. Se dice que se mata por tres motivos: amor, venganza o dinero. Dije que a Lito lo mataron para robarlo, pero, ¿será tan así? ¿O será solamente así? La sospecha de que conocía a sus verdugos persiste. Me asombra la saña con que lo ultimaron: cinco puñaladas, además de patadas y golpes. Lito era un tipo pacífica. Ni más guapo ni más cobarde que nadie. No era suicida. Si tres tipos se le meten en la casa, lo primero que hubiera hecho habría sido entregarles lo que estaban buscando. Lo demás, son suposiciones que la policía debería develar, si es que lo hace o puede hacerlo. A casi 400 kilómetros de distancia, yo no voy a dilucidar un crimen que no dilucidan los que se supone que están preparados para hacerlo; pero si bien reconozco mis límites, también defiendo mi libertad para elaborar hipótesis. Dicho de una manera directa: en la muerte de Lito hay algo más que un simple robo. No sé en qué consiste ese "algo más", pero que existe, existe.
V
La muerte de un amigo, y en este caso la muerte horrenda de un amigo, te subleva, te indigna y te despierta recuerdos, convoca imágenes de un pasado que se confunde con nuestra juventud en Córdoba y en Santa Fe. Lito y yo conversábamos mucho. Nos gustaba caminar y conversar. De política, de historia y de todo aquello que significara vida, afectos. Discutimos mucho y nos reímos mucho. Era inteligente, atrevido, rebelde y desfachatado. Le gustaba bailar y cortejar mujeres. Era un buen tipo. Le gustaba la vida; le gustaba vivir. Y así fue hasta el día de su muerte. Su salud no era la de antes, sus 76 años se notaban, pero al rato de estar hablando con él retornaba el Lito eterno: con su humor, su curiosidad, sus asombros y su amor a la guitarra. Todos estos días estuve pensando en él. Evocando aquellas caminatas, aquellas asados en el patio de la casa de tío Efraín, aquellas discusiones alrededor de Marx y Jesús, Fidel y Perón, el Che y Mandela. De pibes, siempre se las ingeniaba para sacarme ventaja. Yo hablaba de la invasión rusa a Checoslovaquia y en medio de la perorata me interrumpía para decirme que lo mío carecía de valor porque contradecía las teorías de Liberman. Yo de Liberman no tenía la más puta idea. Después supe que él tampoco sabía mucho de Liberman pero, sí sabía de esas tretas. Con los años yo dominé más el relato de Marx, Lenin, Gramsci, Althusser. Pero ya para entonces a Lito esos temas no le importaban y por lo tanto no tenía ningún problema en dejarme hablando solo. Recuerdo que en mi adolescencia me gustaban los poemas de Armando Tejada Gómez, el poeta local de los comunistas de los años sesenta, el poeta que no sé si escribió poemas perdurables, pero instaló la canción de protesta como moda. Lito a Tejada Gómez no lo podía ni ver. Le imputaba afanes comerciales y cuando hablaba de él me decía: "Armando Tejode Gómez".
VI
Lo cierto es que ahora está muerto. Lo mataron como a un perro. Como comentaba con un amigo: qué muerte miserable, qué muerte de mierda, qué muerte injusta. Nadie merece morir así: solo, en la cocina de su casa, ultimado por unos facinerosos. "Inseguridad", le dicen a estas salvajadas. Sarmiento le decía "barbarie". Lito quería a los chicos; los niños se acercaban a él. Disponía de la virtud de ganarse el corazón de los niños; los divertía con sus historias, jugaba con ellos, era afectivo, tierno. No, no merecía morir así. Recuerdo que muchas veces Borges intervenía en nuestras charlas. Recuerdo que en una de esas interminables peñas, yo recité el "Poema conjetural" y Lito me acompañó con la guitarra. Lo recuerdo. Recuerdo el patio con plantas, el asador, las mesas, las sillas, las botellas de vino y el rumor de risas y voces. Me escucharon en silencio. Y me aplaudieron. Lito me dio un abrazo sin saber, como yo tampoco sabía entonces, que con ese "íntimo cuchillo en la garganta", estaba conjeturando su fin muchas décadas después. No sé si la policía dará con los asesinos. Ojalá. Lo que sé es que para mí y para todas las personas que lo respetamos y lo quisimos, Lito está incorporado para siempre a nuestra memoria. Siempre habrá un bar, una casa, una plaza, una calle en la que voy a estar conversando con él. De esa felicidad, mezclada con lágrimas y con penas, sus asesinos no van a poder privarme.
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