"Locas" (*), la tercera novela de la psicoanalista y escritora Lucía Mazzinghi, presenta un argumento casi nulo, que se diluye en fragmentos impresionistas; una prosa pedestre, ligeramente poética, siempre atenta al oído. Numerosas pacientes mujeres en un hospital siquiátrico, ensayan cierta dignidad al sobrevivir su calvario diario. Están bajo el cuidado de enfermeros y médicos, pero la angustia y ansiedad están al acecho. A toda hora, mortificando la quebradiza sanidad mental de sus internas.
La narración no expone, grosso modo, una única historia, tampoco les otorga a sus personajes una profundidad psicológica. A cada mujer apenas se la distingue por el número asignado de cama o algún sobrenombre, aunque ocurre en menor medida. Cualquier intento de desglose narrativo se le es vedado más allá del párrafo. Así, la forma breve, astillada, con que se articula "Locas", puede operar como una metáfora de la demencia, el círculo cerrado de la locura.
La mirada apática de la narradora, que nos lleva a pensar en la propia autora, quien trabajó en un hospicio de símil naturaleza… ¿corresponde finalmente a la de un testigo, o sobreviviente? La respuesta (cualquiera que ella sea), no anularía al libro. Al contrario, su ambigüedad lo enaltece. Rotas, solas, fracasadas, son mujeres que padecen del abandono, y buscan sobrevivir sus días como pueden, masticando sueños tristes.
Con una prosa atenta a la expresión oral, los pasajes se van concatenando, siguiendo una estructura de efecto pantanoso. Da la ilusión de propagarse a través de una escritura de tintes expresionista, que de a ratos se estanca y no avanza, se hunde en su espiralada repetición. La variación, que madura en el fraseo, se da en los efectos contundentes de estilo de Mazzinghi; su capacidad de atenuar la opacidad monocorde de las horas, a través de un registro riguroso del oído.
En ella, las palabras le susurran posibilidades plásticas, florecen en ingeniosos aciertos. Pequeños cambios gramaticales que permiten el roce y desliz de anécdotas al son del ritmo del loquero. Un panorama duro, donde algunas desdichadas son obligadas a tragar pastillas y otras a recibir inyectables con el fin de soportar mejor los estragos de la realidad. Gestos mecánicos con que se van apagando vidas impunemente, o al menos, como algunas de ellas lo denuncian. El ojo narrador, siempre perceptivo, generoso en la atomización arborescente de los detalles, registra todo imperturbablemente.
Las escenas podrían corresponder a los desbocados cuadros de Goya, o algún tríptico de Bosco. Una morada sin Dios, donde todo se pierde ante el caprichoso e inabarcable presente, tal como acontece con la simultaneidad de esas pinturas. Escurridizas, imposibles de asimilar en una única mirada abarcadora. Mujeres, al fin, que luchan por salvaguardar su preciada cordura, que toman mate, se pelean, y que hacen equilibrio, desesperadas, ante el pozo ciego del suicidio: una y otra vez. Existencias mineralizadas, pero –paradójicamente- con plena conciencia de su inminente pérdida de conciencia (sic).
"Locas" es un libro que se reinicia en cada página. Hay ciertos ecos de la faulkeriana e injustamente subvalorada "Gutural" (1965), de Estela Dos Santos, pero aquí las marcas tenebristas, han sido neutralizadas por otro tipo de horror, el de la naturalización del vacío. El modo en que la Nada va calando hondo en la vida de estas desdichadas mujeres. Solas, pero juntas, mientras trepan los fantasmas como enredaderas azuladas.
(*) Novela publicada por editorial Ninguna Orilla, Buenos Aires, Argentina, 2023 (114 páginas).