por Rogelio Alaniz
El sábado a noche una verdadera multitud de santafesinos se hizo presente en el local de la Logia Armonía para conocer las instalaciones de una institución que sin exageraciones podría calificarse de histórica. En efecto, la Logia Armonía se constituyó en la ciudad de Santa Fe a mediados de 1889 y el local de calle 9 de Julio se inauguró en junio de 1898. Estamos hablando por lo tanto de una institución de más de cien años de existencia, una antigüedad incluso relativa ya que Armonía es la continuidad de la Logia Estrella del Progreso, fundada en tiempos de Nicasio Oroño. A decir verdad, la curiosidad de la gente por conocer las instalaciones y la historia de la Logia Armonía está históricamente justificada. No es posible pensar la historia argentina sin la presencia gravitante de la masonería desde los inicios de nuestra nacionalidad hasta mediados del siglo veinte. Catorce presidentes pertenecieron a esta institución, desde Bernardino Rivadavia a Hipólito Yrigoyen, desde Mitre a Sarmiento, desde Juárez Celman a Pellegrini y desde Manuel Quintana a Roque Sáenz Peña. Ni el mundo de la política ni el mundo de la cultura pueden estudiarse ignorando la gravitación de la masonería. Escritores clave como Domingo Faustino Sarmiento, José Mármol, Carlos Guido y Spano, Juan José Hernández, Eduardo Wilde, Roberto Payró, Miguel Cané y Florencio Sánchez pertenecieron a esta disciplina. Personalidades descollantes como Joaquín V. González, Adolfo Alsina, Vicente Fidel López y su hijo Lucio, desempeñaron un rol importante dentro de las organizaciones masónicas. El siglo XIX podría tentativamente dividirse en dos períodos: el de la emancipación con sus guerras revolucionarias y guerras civiles y el formidable proceso de modernización y crecimiento cuyos protagonistas intelectuales y políticos fueron los representantes de la Generación del 37 y la Generación del Ochenta. Estos procesos se los puede diferenciar, pero están articulados y la clave de esa articulación es la masonería, presente en una y otra etapa. Los datos son elocuentes. Ocho de los nueve miembros de la Primera Junta de 1810 fueron masones. Los integrantes de los dos triunviratos fueron masones, salvo Feliciano Chiclana. Posadas, Alvear, Álvarez Thomas y Pueyrredón, fueron masones públicos y confesos. Juan José Paso, el hombre que salvó la causa patriótica en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y el informante de la Asamblea del Año XIII, fue un prominente participante de las logias masónicas de su tiempo. Lo mismo puede decirse de Bernardo Monteagudo, Vicente López y Planes y los dos grandes prohombres de la historia nacional: José de San Martín y Manuel Belgrano. El Congreso que declaró la independencia en Tucumán aquel martes 9 de julio de 1816 estuvo presidido por tres hombres de la masonería. También tuvieron un carácter operativo masónico las reuniones secretas celebradas durante todo el año 1816, y la efectuada con tal sentido el sábado 6 de julio tuvo particular relevancia, allí Belgrano brindó un informe del que se dedujo que a los patriotas no les quedaba otra alternativa que declarar la independencia. ¿Por qué esa gravitación de la masonería en el proceso de emancipación? Conviene recordar que la masonería tuvo un protagonismo central en las grandes revoluciones políticas de la modernidad, es decir la revolución norteamericana y francesa. La consigna central de la gran revolución fue Libertad, Igualdad y Fraternidad, tres conceptos que integran el corpus central de la cultura masónica. Es cierto que las logias existieron antes de los procesos emancipatorios de la modernidad, pero fue en ese período de las grandes revoluciones que la masonería encontró una causa que la justifique ante la historia. La lucha contra las monarquías absolutas, los despotismos y el fanatismo religioso constituyeron sus objetivos centrales. Estas batallas se libraron en nombre de la racionalidad y el humanismo, un humanismo laico, liberado de dogmatismos y cualquier variante de integrismo religioso y político. La masonería logró desde la segunda mitad del siglo XVIII, crear una cultura conspirativa inspirada en los valores de la democracia liberal. A su alrededor se desplegaron un conjunto de instituciones que sin ser estrictamente masónicas recurren a sus métodos conspirativos y a sus ideales emancipatorios. ¿Por qué conspirativos? La lucha contra enemigos poderosos no dejaban otra alternativa. El secreto, la reserva, las claves sólo inteligibles para iniciados, se imponen como necesarias. La Logia Armonía es una heredera genuina de esas tradiciones patrias. En su templo, el mismo que muchos santafesinos tuvieron la oportunidad de conocer este sábado, estuvieron presentes Leandro Alem y Lisandro de la Torre. Interesante observar que el escenario mismo de la Logia está cargado de historia. Su sede construida frente a la plaza San Martín, no estuvo puesta allí por casualidad o por razones inmobiliarias. La propia estatua de San Martín con su dedo índice apuntado no hacia Chile sino al oeste, posee un significado simbólico profundo y, bueno es recordarlo, lo simbólico siempre fue muy importante para la cultura masónica. La Logia Armonía tuvo un protagonismo importante en esa Santa Fe de fines de siglo, cuando en la agenda pública comenzaron a debatirse temas como el puerto propio, la creación de una universidad pública, el despliegue de instituciones educativas como la Escuela Industrial, el Colegio Nacional y la Escuela Normal Superior. Una red de asociaciones intervienen en la vida pública. Se desarrollan en estos años algunas bibliotecas ejemplares, asociaciones destinadas a defender la libertad de pensamiento, instituciones como la Roma Nostra en la que los inmigrantes italianos desarrollan actividades filantrópicas, humanistas, culturales y democráticas. Santa Fe en esos años se está transformando y modernizando aceleradamente. Una elite criolla lúcida y atenta a los cambios opera en el campo político, mientras el aluvión inmigratorio de entonces despliega en el campo de la sociedad civil un conjunto de instituciones que algún historiador calificó con rigurosa propiedad como verdaderos nichos de la democracia. Se incluyen allí los locales de los flamantes partidos políticos: radicales, socialistas, demócratas progresistas; las asociaciones de bien público, los recientes sindicatos y las instituciones educativas. Completan este escenario los nuevos actores: intelectuales, periodistas, políticos, empresarios, y funcionarios estatales. En ese ambiente movilizado, rico en iniciativas y logros, la Logia Armonía se desenvolvió con su habitual discreción y eficacia. En la reforma constitucional de 1921, los masones sostuvieron una actividad gravitante, sobre todo en temas relacionados con la separación de la iglesia del Estado, los nuevos derechos de los trabajadores y, particularmente, los derechos de la mujer. Hombres como Manuel Menchaca, Luis Bonaparte, José Amavet, Francisco Correa, Alcides y Alejandro Greca y, entre otros, el flamante director del diario El Litoral, Salvador Caputto, juraron por el honor y por la patria, rompiendo con la tradición de jurar por Dios y los Santos Evangelios, una diferencia que hoy parece menor, pero que en aquellos años eran motivo de prolongadas y a veces violentas disputas verbales. ¿Hay algún futuro para la masonería en el siglo XXI? Se supone que mientras los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad se mantengan como asignaturas pendientes, siempre habrá lugar para esta tradición cultural y política. La masonería en ese sentido no debe ser pensada como una secta religiosa, un partido político secreto o un brillante anacronismo. De todos modos, corresponderá a la sociedad y a los hombres que allí actúan decidir los nuevos roles de una institución cuya historia se confunde con la historia de la Nación y con algunos de su momentos más brillantes.