Nos escribe Paulina (51 años, Córdoba): "Querido Luciano, quiero preguntarte si para vos como psicoanalista hay relación con la espiritualidad. La psicología, ¿puede dar respuesta a todas las preguntas del alma humana? Yo también soy psicóloga, aunque trabajo con otro enfoque terapéutico, justamente porque creo que es necesario integrar aspectos existenciales para los que no alcanza la racionalidad, pero tampoco el inconsciente."
Querida Paulina, muchas gracias por tu correo. En particular, me da gusto que me haya escrito una colega. No es la primera vez, pero en este caso la cuestión apunta a una variable de la formación profesional y, por eso, me decidí a responderte.
Mientras te leía, pensé que era muy interesante que hubieras buscado tu orientación de acuerdo con tus inquietudes. Al mismo tiempo, recordé esa frase del Hamlet, de Shakespeare, cuando nuestro héroe responde: "Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía". Si no me equivoco, esta era una de las citas favoritas del inventor del psicoanálisis.
Ya en aquel entonces, a comienzos del siglo XX, Freud quiso buscar "más allá" de lo que el ser humano sabía de sí mismo. Así surgió la hipótesis del inconsciente, pero como bien se desprende de lo que planteás: todo descubrimiento tiene un costo anímico. En este caso fue la secularización de la experiencia humana, que de repente perdió su profundidad (cualquier conducta se podía explicar con fines ajenos a la conciencia). De este modo, la religiosidad se volvió una ilusión, un sueño del que cabía despertar.
Incluso entre profesionales, el menor atisbo de referencia a lo espiritual corrió el riesgo de volverse un devaneo místico y fuera de lugar. Así la profesión de ateísmo se puso de moda como la actitud que correspondía a un investigador que no se conformase con supersticiones e hiciera gala de una inteligencia esclarecida. En el siglo de origen del psicoanálisis, Freud sacrificó cualquier rastro de espiritualidad en el psicoanálisis, para entregárselo a la ciencia en señal de objetividad.
Como si esto fuera poco, Freud también propuso ver a la religión como una suerte de neurosis obsesiva colectiva. Y declaró que él mismo no tenía ningún tipo de inclinación espiritual. Por mi parte, tengo mis dudas de que así fuese –por otros detalles de su vida y su obra, pero que no vienen a cuento–; no obstante, creo que –para usar otras de las citas que a Freud le gustaban– así se corre el riesgo de tirar al bebé con el agua.
Es cierto que en algunas personalidades religiosas encontramos un uso de los rituales con fines de protección individual, como un modo de aliviar un sentimiento interno de culpa, sin que eso vaya acompañado de una verdadera conversión. Freud criticaba la hipocresía de quienes se amparan en la religión para no cambiar en serio. Esto es algo bastante parecido a lo que hoy ocurre con la autoayuda.
Entonces, quizás este sea un buen momento para repensar la espiritualidad (sea religiosa o no) para no quedar absorbidos por el mundo instrumental, de consignas fáciles y reacciones inmediatas. La espiritualidad parte de un principio: "No te pierdas", mientras que, con todo el velo de una búsqueda personal, la autoayuda apunta a que reforcemos la imagen que tenemos de nosotros mismos para que podamos conseguir objetivos.
Querida Paulina, te cuento algo en lo que pensaba el otro día. Me preguntaba por qué el ateísmo suele ser común en personas que no pasaron por alguna situación difícil; es decir, que ven la tragedia de los demás y dicen: "¿Cómo puede ser que Dios permita esto?", pero siguen de largo, como si este pensamiento fuera una defensa para no implicarse e incluso justificarse en la inacción.
Mientras que en quienes pasaron por una situación desgraciada, muchas veces injusta, en la que perdieron vínculos y conocieron la más profunda tristeza y soledad, la creencia en Dios es más fuerte. Creo que la respuesta es simple: porque en ese instante es que advertimos que Dios es el único que no nos abandonó. Creo que fue Freud quien también dijo: "No puedo pensar ninguna necesidad tan fuerte, como la necesidad de la protección de un padre".
Dios no existe para reparar el mal en el mundo. Esa es nuestra tarea, dentro de nuestras posibilidades. Dios tampoco existe para que necesitemos una demostración de su existencia, más bien creo que si hay alguien tiene que demostrar que existe… ¡es el ser humano! Por eso si uso esta palabra ("existencia") es para retomar la que vos mencionás en tu carta, como vía para reflexionar sobre lo que es una verdadera conexión personal en lugar de una terapia de superación a favor del éxito.
Por lo tanto, Paulina, me parece que tu planteo va al corazón de una cuestión de mucha actualidad. En este siglo, perdido en la falta de cuidado y en una inteligencia que hoy no teme llamarse "artificial", ¿los enfoques terapéuticos pueden dejar de lado la pregunta sobre qué le da sentido a la vida? Cuando este sentido se vincula con alguna instancia de trascendencia, se lo puede llamar "espiritual". La espiritualidad es el camino que lleva de la existencia fáctica y concreta a un más allá, que no necesariamente está en otra parte. El más allá puede estar en el mundo que queremos para nuestros hijos, en la confianza que le podemos dar a otro para que pueda enfrentar una situación compleja.
En un mundo sumamente productivista, en el que la lógica de explotación y descarte es el pan de cada día, recuperar la dimensión de lo espiritual está lejos de la neurosis o de una entrega al pensamiento mágico. Es la forma de resistir a la barbarie que se presenta con aires de civilización. Querida Paulina, te despido con un abrazo.