Por Roberto Casabianca
A cuarenta años de la visita del Premio Nobel de Química
Por Roberto Casabianca
Dos hechos trascendentes marcaron mi desempeño como Decano de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas. El primero, fue la inauguración de su sede en el paraje El Pozo, siendo la primera facultad en ocupar ese lugar que es hoy una ciudad universitaria. El segundo, la llegada de Luis Federico Leloir a la ciudad de Santa Fe, el 28 de abril de 1983, para inaugurar el curso de Bioquímica Superior, dictado por los destacadísimos profesores de su equipo de la Fundación Campomar, oportunidad en la que recibió el diploma Doctor Honoris Causa que le entregara la Universidad Nacional del Litoral (UNL).
Es muy dificultoso encontrar palabras nuevas para trazar una semblanza del "milagro" Leloir. Quizás en alguna parte de este relato de su visita a Santa Fe pueda encontrar alguna expresión de lo que significó para la humanidad su calidad de vida.
El martes 27 de octubre de 1970 no fue un día habitual para los argentinos, ya que desde las primeras horas las agencias informativas internacionales nos "bombardearon" con una sensacional noticia: la Real Academia de Ciencias de Suecia acababa de otorgar el Premio Nobel de Química al doctor Leloir, por su descubrimiento en la intervención de los nucleótidos-azúcares en la biosíntesis de polisacáridos. Para llegar a este logro extraordinario, debieron transcurrir décadas de trabajo intenso y silencioso, jalonado por distinciones entregadas en nuestro país y en el exterior.
La etapa más brillante de su carrera la desarrolló en la Fundación del Instituto de Investigaciones Bioquímicas Campomar, acompañado en su actividad con excelentes y destacados investigadores entre los que podemos mencionar a un santafesino ilustre, el doctor Ranwell Caputto. Argentina ya contaba con otro Premio Nobel de Medicina, el doctor Bernardo Houssay quien, junto con Leloir, han sido pilares para la existencia de la ciencia en nuestro país.
Leloir provenía de una familia muy rica de una muy elevada posición social, con orígenes muy arraigados en nuestra Argentina por ser nativos de varias generaciones y, pese a que nació accidentalmente en París el 6 de setiembre de 1906, no tuvo necesidad de naturalizarse sino que optó por la ciudadanía de sus mayores.
Aprendió a leer solo sentado en el suelo con el diario La Nación entre sus manos. Cuando cursaba su escuela primaria, a los diez años lo hicieron pasar a la escuela secundaria por su inteligencia. Estando en París, donde su familia viajaba frecuentemente, decidió ingresar al Instituto Politécnico para estudiar Arquitectura pero, viendo que no era su vocación, al regresar a Buenos Aires ingresó en la Facultad de Medicina.
En 1932 obtuvo su título de médico después de una decisión que por fortuna revirtió de abandonar sus estudios debido a que fue "bochado" en el examen final de Anatomía Patológica. Leloir eligió entonces en forma insuperable a sus maestros. Consiguió ingresar como ayudante de investigación honorario en el Instituto de Fisiología que dirigía nada menos que Bernardo Houssay y, en su primer trabajo, se hizo acreedor a un premio de la Facultad de Ciencias Médicas, trabajo que apadrinó el mismo Houssay.
Más tarde fue investigador asociado en el Departamento de Farmacología de la Universidad de Washington en St. Louis con el profesor C. Cori, el mismo que compartió el premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1947 con Houssay. Luego de su iniciación con Houssay, se fue a estudiar al mejor laboratorio de Inglaterra, el Biochemical Laboratory de Cambridge que dirigía Sir Frederik Gowland Hopkins en donde adquirió la disciplina científica propia de la ciencia inglesa: pocos elementos instrumentales, un pequeño espacio, problemas elegidos con cuidado y laborados rigurosamente, habilidad manual y ciencia básica.
De regreso a nuestro país se reintegra al Instituto de Fisiología que dirigía Houssay. En 1943 se casa con Amelia Zuberbühler y acompaña en su exilio obligado al propio Houssay, quien fue perseguido por el peronismo y echado de sus cargos públicos, circunstancias que lo obligaron a fundar un centro privado para continuar con sus investigaciones.
Tropiezos y vicisitudes al margen, Houssay fue siempre un entusiasta formador de nuevos científicos. Entre ellos el propio Leloir y César Milstein –ambos galardonados en su momento con el Premio Nobel-, quienes obtuvieron de su parte todo el apoyo posible y que, con sus logros académicos, sin duda alguna que le brindaron al maestro el mayor homenaje que pudiera haber recibido.
Leloir luego de su largo período de entrenamiento en el exterior, donde conociera a la mayoría de los más brillantes bioquímicos que produjeron un desarrollo exponencial de esta ciencia entre los años 40 y 60, regresa al país volviendo a los laboratorios semi subterráneos del Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina dependiente de Houssay. Junto con Leloir se incorpora Ranwel Caputto, un ilustre médico santafesino que había descubierto la Bioquímica junto con su maestro Marsal y asesorado, cuando no, por el propio Houssay.