"Una vez salí de la casa materna. Eso fue disparar hacia delante. Cuando se murió mi madre ya no supe adonde disparar". Las madres no mueren. La mía sigue viva porque hay una conexión que está fuera de toda consideración racional. Es extraño el tema, siempre se trata con nostalgia, con el "¿Te acordás?"... y hay perfumes y olores que recuerdan la casa y la vida en eso que llamamos lugar natal, pero que es más y más difuso porque se trata de una bruma sentimental que, ay, no vuelve más.
Dos veces entrevisté a Mario Bunge. Le recordé, en la primera entrevista, una frase suya: "Un libro es un espejo para mirarse el alma". Pregunté cuál era su libro. El tomo de la Enciclopedia Británica donde aparece la definición de madre y fíjese, me dijo, la acercan a tierra, que es femenino y no a patria, que es pater y es otra cosa. Una cuestión llevó a la otra. Bunge tenía una cercanía muy grande con Rosario, su madre había trabajado en un hospital que ya no existe del mismo modo. Era agradable escucharlo contar una infancia y esa diferencia de sustancia entre su madre y su padre.
En la memoria de aquella charla el punto sustantivo fue cuando sostuvo, de un modo tan serio que terminaba en tragicomedia, que la Psicología no era ciencia, porque la ciencia reconoce el principio de falibilidad, y la psicología parte del Complejo de Edipo como un Dogma y los dogmas son los de Fe y allí no cabe la ciencia y el reconocimiento del error y el empezar de nuevo. Me ha servido, me sirve para volver irascibles a sicólogos con TOC sobre su doctorado y el rigor… científico.
A poco que lo pienso en Bunge ese asunto, el de don Edipo, era valioso (dogma y/o superchería) ya que recordaba al Hospital Británico y el trabajo de su madre con respeto, con admiración, lo exhibía. Su madre ya no estaba, claro, él había disparado hacia delante y ya no tenía donde disparar. Las madres, fuera de "la complejidad de los complejos", definen pero acaso no sea sólo la madre, como quiere un documento de identidad, sino cómo funciona el eje de una pequeña comunidad y quién nutre de ejemplos a los que allí crecemos.
Hay reemplazos, difícilmente ausencias en esto de crianzas sencillas o complejas pero diré algo obvio: todos crecemos y tenemos una cargazón en la espalda y esa mochila es la que lleva el peso del cómo, dónde y cuándo crecimos. También el con quién, si se permite volverme oscuro. El "con quién". Aún en la más completa soledad del abandonado en la calle, la sociedad define y no estamos solos porque -otra vez la obviedad- es comunitaria nuestra forma de ser.
Mi madre me parió siendo una muchacha grande, con 36 años. Quiso repetir el azaroso triunfo a los 40, pero perdió todo su aparato reproductor y dos fetos, dos hermanas que nunca llegaron. Es diferente la vida de quien tiene y quien no tiene hermanas. Es cierto que las primas suelen ser una muleta, pero un varoncito criado en un sitio donde nunca habrá una hermana es diferente a un lugar donde hay una hermana. Y si esta es mayor, no puedo imaginar esa vida, solo sé que entre madre y hermana (ese otro componente entrañablemente familiar) es diferente.
Tal vez no quiera decirlo quien así se encuentre ubicado, pero no hay modo de escaparse a la más visible realidad: estuve solo. Los fraternos son distintos. Confesión: estuve encontrando (buscando) hermanos en mis amigos toda mi vida, aún hoy. Tal vez los que se crían de a muchos tienen cuestiones diferentes y dependencias inarreglables, porque son de crianza.
Mi madre era maestra, todos en esa, mi familia, tenían, teníamos, padres o tíos maestros. El hábito de la lectura era casi genético, si se me permite una exageración. Era un mandato familiar. De diversos modos mi madre complicaba mi vida si no leía y la facilitaba si me convertía en un lector. Nada de látigo, sí de comparaciones, sugerencias, suspiros, frases con el punto justo de sazón.
Se sabe, con los años sé a quiénes los "mandaron" a leer y tienen esa cargazón en la mochila mencionada. También es visible el desprecio por la lectura de quienes no fueron formateados para leer por la madre, el hogar, la calle donde nos encontrábamos, la escuela donde fuimos y la sociedad que lo pedía. El colofón es interpretar de otro modo las diferentes formas de la comunicación.
Matices, posibilidades, defectos, la irrenunciable decisión sobre el futuro que la comunicación posee. Una comunicación de 240 caracteres se recibe diferente en quien sabía leer y quien solo recibe eso: 240 caracteres. Aclaremos: leer es comprender. Ante las redes el que no leyó se comporta diferente del que leyó… con agravantes del comportamiento si leyó mucho. Es así. Ni bien ni mal. Diferencias.
Hace pocos días, en una fecha de actos oficiales, vi al papá y a la mamá del presidente de los argentinos (nuestro presidente, mi presidente, según la Constitución Nacional). Una señora muy seria. Un padre muy serio. No pude menos que pensar en su vida. Ha llegado a presidente y no puede renunciar a su pasado, a todo su pasado. Lo entiendo, no se puede renunciar a la crianza porque esta nos definió, con o sin el dogma de Edipo, con o sin Sigmund Freud, o Bunge. La casa. La cuadra. El barrio. La escuela. Los libros. Vamos…
Las madres no mueren. La mía sigue viva porque hay una conexión que está fuera de toda consideración racional. Con qué libros se mira el alma Javier Milei según el criterio de Bunge: "un libro es un espejo para mirarse el alma". Hay una sencilla comprobación con los hechos cotidianos del presidente: todos crecemos y tenemos una cargazón en la espalda y esa mochila es la que lleva el peso del cómo, dónde y cuándo crecimos. El con quién, repito, si se permite volverme oscuro. El "con quién". Y Milei no puede escaparse de su pasado, ni queriendo…che.
Las biografías no cuentan el cotidiano. Es diferente la vida de quien tiene y quien no tiene hermanas. Es cierto que las primas suelen ser una muleta, pero un varoncito criado en un sitio donde nunca habrá una hermana es diferente a un lugar donde hay una hermana y, si esta es mayor, no puedo imaginar esa vida, solo sé que entre madre y hermana, ese otro componente familiar, es diferente todo. Milei no puede escaparse a esa relación que Ingmar Bergman describiera hasta el fondo. La relación particularísima entre hermanos. Desconozco íntimamente, acepto que existe.
Confesión: estuve encontrando (buscando) hermanos en mis amigos toda mi vida, aún hoy. Tal vez los que se crían de a muchos tienen cuestiones diferentes y dependencias inarreglables porque son de crianza. Milei… ¿De qué modo busca esas amistades fraternas? ¿Las tiene? ¿Le fueron dadas las armas para la confianza? Mi madre me dejaba llenar la casa de amigos que suplieran la infancia en soledad.
¿Lo dejaron a Milei tener amigos de joven, de niño? ¿De esos como los que jugaron con uno a las bolitas, a las escondidas, a romper un vidrio o patear una pelota y mañana seguir y seguir, en una conversación vital, vital, vital que quitaba presentaciones? Amigos de la infancia que no tienen reveses… ¿Los tuvo? ¿Los conserva? Yo los tuve y los necesité… y estaban. Dan un modo de ser.
Tal vez sea necesario abordar a Milei buscando cómo fue la vida de quien hoy es presidente. No sólo la escuela austríaca o el relumbrón de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Giorgia Meloni, Santiago Abascal, Benjamin Netanyahu… y hay más informaciones para este boletín. Tres años atrás le sumaba rating a un muchacho como Alejandro Fantino. Hoy es otra cosa: es presidente. Mi presidente. ¿Esa casa materna… cómo aparece? Porque estar, vamos, seguro que está.
Es sorpresivo, a veces agresivo, seguramente muy siglo XXI nuestro presidente. También tiene formas de comportamiento, hábitos que pueden ser vicios o virtudes, según como se entiendan estos hábitos, pero hay una certeza de la que Milei no se puede escapar, por el acto elemental, la "simulación en la lucha por la vida" que pretende ejecutar día por día, hora por hora no le quita un punto original: las madres, fuera de "la complejidad de los complejos", definen pero acaso no sea la madre, como quiere un documento de identidad, sino cómo funciona el eje de una pequeña comunidad y quien nutre de ejemplos a los que allí crecemos.
Hay reemplazos, difícilmente ausencia en esto de crianzas sencillas o complejas pero diré algo obvio: todos crecemos y tenemos una cargazón en la espalda y esa mochila es la que lleva el peso del cómo, dónde y cuándo crecimos. Mi mamá es distinta, hasta generacionalmente, de la mamá de Milei; nos une el hecho biológico, después la crianza, pero creo que los dos rebatimos a Enrique Santos Discépolo, que en el 1936 sentenciaba: "Oigo a mi madre aún, la oigo engañándome porque la vida me negó las esperanzas que en la cuna me cantó"…
Perdón… perdón. Encuentro, al cabo, una diferencia muy grande. Javier Milei, "El Javo", no tiene nada de vida privada, no tiene ni corresponde que la tenga. Su madre, su barrio, sus amigos, su cuadra, su casa, todo es parte de una biografía pública. Dormimos diferente después de un domingo con sol. Yo recuerdo el día que mi vieja cumplía años. Milei puede ir a darle un beso. Esa diferencia es muy, muy grande. Ojalá se dé cuenta. Hay hasta teatro y cine sobre este punto. Muchos dicen que la vida es darse cuenta.