Nicolás Peisojovich
Barbijo cubriendo la nariz, ordenado bajo los ojos y cubriendo la barbilla y las manos borrachas de tanto alcohol de proporción 70/30, el protocolo necesario para salir a la calle.
Nicolás Peisojovich
"La publicidad poco ética utiliza argumentos falsos para engañar al público. La publicidad ética utiliza la verdad para engañar al público". Vilhjalmur Stefansson – Exploraror canadiense
Siempre me pregunté el porqué de algunas cuestiones nimias que son parte de nuestro comportamiento coloquial, aclaro, no son dudas existenciales y que tampoco van a cambiar el mundo, es más, ni siquiera modificaría el mío, pero como desando al andar la vida cada día, cotejando cosas en mi cerebro con pensamientos fútiles, me hundo en la nadería misma del sin saber que hago con mi tiempo y me pregunto ¿por qué el panadero que me vende el pan calentito todas las mañanas me dice que está recién "salidito" y bien fresquito?; calentito, señor amigo panadero, es lo contrario a fresquito, pero la dejo pasar. Engullo con entusiasmo de infante esa sabrosura recién salida del horno que quema entre mis dedos y que el panadero me vendió como pan fresco, ¿debería ir a defensa del consumidor por publicidad engañosa? Así que ya tengo un tema de conversación con los muchachos del café, ellos se reirán y me seguirán diciendo que tengo mucho tiempo para pensar. Lo sé, tengo mucho tiempo para pensar, las horas siguen acumulando iterativos días, tan semejantemente iguales unos de otros, que terminan exasperando hasta a un monje tibetano. Así que, amigos, tengo permitido pensar insignificancias y seguir juntando material para la próxima juntada, que espero sea pronto, apenas suba el calorcito y baje la curva de contagios.
Barbijo puesto como corresponde, cubriendo la nariz, ordenado los ojos y cubriendo la barbilla; las manos borrachas de tanto alcohol de proporción 70/30 como dios manda (y que también mandan a hacer los funcionarios de salud que por intermedio de sus asesores de salud nos instigan –invitan- a hacerlo para nuestra buena salud), mis beodas manos, aseadas previamente con mucho jabón y contando un minuto de franeleo mutuo, se enfundan en arteros guantes que no cazan ratones y que espero tampoco cacen el frío, enfilo para el centro de la ciudad. Me dispongo a enfrentar los malos aires, aunque mucho mejor que en Buenos Aires, eso sí, y que de buenos poco y nada… pero tampoco es momento de federalizar unitariamente mi preconcepto.
A tranco corto y por el sol (que brilla por su ausencia y que de primaveral ni la sombra), ataviado con gorra, bufanda, sobretodo, botitas cortitas y al pie (como un chiste malo) voy pateando las veredas casi desiertas, mirando con ilusión desmedida los últimos resabios del invierno santafesino para que de una vez por todas dé el paso a la primavera. Confieso que nunca tuve tantas ganas de que empiece la que a mi parecer es la mejor estación del año, y ya no por todo lo que florea a la primavera en sí, sino simplemente para que empecemos a vislumbrar el calorcito que va a barrer definitivamente el frío. Necesitamos del calor, ya no importa si viene con humedad, con mosquitos, con inclemente sol o con facturas impagables por el uso indiscriminado del aire acondicionado. El calor no mata como el frío. El frío no es moco e´pavo y mata a lo pavote. El frío aceleró la crisis de la pandemia, el frío asusta a los viejos, a los enfermos y a los enfermeros que están a merced de los enfermos. Entre el frío y el Covid-19, yo tengo algo personal. Pero con la llegada de la primavera, cuando se produzca el equinoccio, sabremos que vamos a estar más cerca de los días de calor.
A los anti calor les digo (lo digo porque siempre acá tenemos anti todo y anti algo): al calor lo vamos a combatir con ventiladores, con espirales y aerosoles que no afecten a la capa de ozono pero sí a los mosquitos y bichos voladores y/o rastreros que se alimenten de tobillos, brazos y/o piernas desprotegidas; lo atacaremos con aires acondicionados y hasta con abanicos si es que nos encuentra desprotegidos ante sus inclementes rayos; al calor le haremos una gambeta, una finta, un pase corto y certero con una cervecita bien fresca; al calor lo acompañaremos con la mesita y la reposera en la vereda, con tereré y masitas de agua con mermelada a gusto; al calor lo vamos a zafar con la cara vuelta a la Setúbal, a la sombra de un paraíso en Rincón echados a la suerte del día; recostados en el pasto y arrullados por el sonido del viento entre las lágrimas del sauce llorón y el croar de las ranas de la costa santafesina; al calor lo ignoraremos en la mesa de un bar rodeados de amigos y con profusos lisos bien tirados, con platinas de maní y lupines, respetando el distanciamiento social (si es que lo hubiese a esas alturas) y acompañándonos uno al otro codo a codo, y ya no saludándonos codo con codo.
Está bien, al calor también lo vamos a sufrir, pero lo vamos a bancar transpirados ¡sí! pero juntos, vivos y sanos. Amén.
Vuelve, vuelve primavera.
Confieso que nunca tuve tantas ganas de que empiece la que es para mi la mejor estación del año, y no por todo lo que florea a la primavera en sí, sino porque se empieza a vislumbrar el calorcito que va a barrer definitivamente el frío.
El calor no mata como el frío. El frío no es moco e´pavo y mata a lo pavote. El frío aceleró la crisis de la pandemia, el frío asusta a los viejos, a los enfermos y a los enfermeros.