I
I
La multitud en la calle. En las calles de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Rosario. Esa multitud que el presidente subestimó y luego calificó como "lágrimas de zurdo". Al gobierno se le atribuye la frase "no la ve" para referirse a quien no entiende un proceso histórico. El martes pasado la frase apuntó al presidente: "No la ve". No entiende o no quiere entender la gravitación política, moral e histórica de la universidad argentina. Si las multitudes salieron a la calle fue porque la convocatoria la hicieron las universidades. Esto es una misión imposible para la CGT o para los Grabois, Pérsico y Massa de la vida. Las multitudes que se hicieron presentes en las calles del país no fueron arreadas, no se les prometió una paga, no le regalaron choripanes. Fueron porque se lo dictaba su conciencia, su memoria y sus afectos. Estaban los estudiantes. Hacía mucho que no los veía en la calle. Y eran muchos. Y tal vez por eso me acordé de la canción de Violeta Parra. Estaban sus padres e incluso sus abuelos, todos hijos de la universidad pública hoy amenazada por quien o quienes no creen en ella y no vacilan en calificarla de "fábrica de curros" y centros de adoctrinamiento. La respuesta a estas bravatas e infamias se vio en la calle. Los manifestantes marcharon pacíficamente, los rostros al viento y sin capuchas. Los brazos en alto para sostener carteles con consignas en defensa de la universidad pública; y las manos libres de piedras o bombas de estruendo.
II
La extendida y tal vez vapuleada clase media argentina estuvo en la calle. Los titulares de la movilidad social ascendente que encontró en la universidad pública uno de los espacios decisivos para realizarse. "M' hijo el doctor", el libro escrito por Florencio Sánchez en los inicios del siglo pasado fue, si se quiere, el programa de quienes aspiraban a ascender a la clase media. Los herederos de aquella gesta, el martes pasado se citaron para defender lo que consideraban una causa justa o una amenaza real. Allí estaban todos, incluso muchos que votaron a Javier Milei; los mismos que el presidente en su discurso oficial del lunes ponderó por la entereza para soportar el ajuste que no vaciló en calificar con tono ponderativo como "el más importante del mundo". Comentario al margen: Milei posee sin duda una entrañable vocación mundialista. Sus ajustes son los mejores del mundo, su liderazgo es el más reconocido en el mundo y sus perros son los mejores del mundo. Pues bien: las manifestaciones en defensa de la universidad no sé si son las más masivas del mundo, pero seguro que fueron masivas. Y objetivamente le asestaron al presidente su primera derrota política. "No la ve" o "No la vio venir". Algo parecido le sucedió a Ricardo López Murphy hace más de veinte años. En este caso, su estadía en el sillón de ministro no duró más de una semana. Usando la jerga de Patricia Bullrich pero corrigiendo algún detalle, diría que con "la universidad no se jode".
III
Un siglo de experiencia histórica enseña que a los gobiernos que atacaron a las universidades seducidos por los cantos de sirenas de los ajustes o las letanías castastrofistas de los regímenes autoritarios, no les fue bien. Para los más jóvenes o los flojos de memoria, les recuerdo que las movilizaciones reclamando "presupuesto" no empezaron el martes 23 de abril. Ni siquiera entro a detallar si muchas de esas movilizaciones fueron justas y oportunas. Me importa señalar que, como dijera un presidente francés, no es aconsejable meterse contra los estudiantes. El propio Juan Domingo Perón en el exilio admitió en una entrevista que uno de los errores que cometió durante su gestión fue haberse enfrentado con ellos. Son jóvenes, están disponibles para la movilización de una causa y esa disponibilidad la pueden practicar todos los días. Además, les encanta hacerlo, concluía el general guiñando el ojo. A estas consideraciones añadiría la condición social del estudiante, esa relación, al decir de Jean Paul Sartre, entre juventud y saber. Un sociólogo apuntaría su condición de clase media y clase alta. Son sus hijos. Y sus padres podrán ser muy conservadores, pero al poco tiempo de iniciarse las grescas no les gusta que la policía aporree a sus hijos. Conclusión: meterse con los estudiantes es ganarse en poco tiempo la tirria de las clases medias. Esta verdad la aprendió Perón, pero también la aprendieron Juan Carlos Onganía, Alejandro Agustín Lanusse y los diversos aprendices de autoritarios que asolaron a nuestro país.
IV
La universidad argentina tiene un prestigio bien ganado. Si no fuera buena no vendrían a estudiar tantos estudiantes de otros países. Seguramente hay correcciones que hacer, vicios que eliminar, reformas que promover. Pero a pesar de todo sigue siendo buena, por lo menos para los parámetros con que podemos medir otras instituciones. Es verdad que a la universidad no acceden los indigentes. Es una verdad dolorosa pero cierta. Pero me consta que sí van los hijos de trabajadores. Y muchos de ellos pudieron recibirse porque la universidad era gratuita, porque disponía de comedores universitarios, de residencias, de becas. Si, era y es gratuita. No jodan con esa palabra. La gratuidad se evalúa por quien la recibe. Y lo cierto es que en la universidad estatal el estudiante no paga para estudiar. Es decir, es gratis. Dirán que la plata sale de los impuestos de los argentinos. ¡Chocolate por la noticia! Pero la gratuidad se evalúa por el beneficiario, obvio, no por el emisor. En la universidad sus funcionarios no se hacen millonarios de la mañana a la noche; sus autoridades no se eternizan en el poder; los sueldos de sus profesores e investigadores son de una modestia que deberían avergonzarnos; sus decanos y rectores son electos por consejos académicos cuyos integrantes también son electos. En la universidad no pululan los Moyano o los Barrionuevo; los Lázaro Báez, los Julio de Vido, o los Cristóbal López. No hay disposiciones reglamentarias que habiliten ningún tipo de adoctrinamiento. En la universidad descubrí a Carlos Marx, al propio Sartre, a Jorge Luis Borges, a John Maynard Keynes y a Friedrich Hayek. Sí, Hayek, quien dicho sea de paso en 1959 dictó una conferencia invitado por la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Puede que gravite más la bibliografía de izquierda que la de derecha, pero no sé si es tan así. Y si así lo fuera, a la derecha le cabe alguna responsabilidad porque en términos intelectuales nunca se preocuparon demasiado por contribuir al desarrollo de la universidad pública. Hasta no hace muchos años, en la universidad, como en las librerías, los libros de ciencias sociales de signo progresista se vendían más que los de autores de derecha. Nadie lo imponía. Hoy no es tan así, pero lo que importa en este caso es que nadie impuso una doctrina oficial en los claustros. Conozco profesores de derecha y de izquierda; como religiosos y agnósticos. Las cátedras paralelas permiten elegir lo que más nos interesa. También sé que hubo tiempos de dictaduras militares o regímenes populistas que imponían como bibliografía obligatoria algunos textos, pero apenas se recuperaba la democracia universitaria también se recuperaba la libertad.
V
La marcha del martes no pone en peligro la estabilidad del gobierno, entre otras cosas porque no fue ese su objetivo. Podría ser calificada como un testimonio, una advertencia o un límite. Temas como la salud y la educación sería deseable que el gobierno les dé más importancia. La tradición liberal se lo daba, pero en el caso de Milei sus preocupaciones parecen ser otras. Sin ir más lejos, para el promocionado Pacto de Mayo, las palabras educación y salud están ausentes. No es casualidad. Esos olvidos y ausencias no son azarosos. Por formación ideológica, por convicción política, para Milei tanto la educación como la salud deberían ser privadas. Si no ha avanzado más en ese tema no es porque no crea en él, sino porque no puede o no lo dejan. La marcha del martes fue en ese sentido un ejemplo o un límite elocuente. Lo siento por Milei, pero el martes no vi lágrimas de dolor en las calles. Por el contrario vi rostros alegres, rostros preocupados y si alguna lágrima rodó por alguna mejilla fue en la de algunos mayores emocionados de ver tanta juventud en la calle defendiendo una causa justa. ¿Y había comunistas? Por supuesto. Todos, todos los que allí estaban, incluso los policías, eran comunistas convictos y confesos.
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