"Le juré lealtad y mi vida al presidente Javier Milei y voy a cumplir ese juramento por él y por la sagrada misión que le ha sido encomendada, superior a todos los hombres". La filípica es contundente, categórica; el acto de fe no deja lugar a dudas, esa jactancia de los intelectuales como dijera el compañero Aldo Rico. La religiosidad en sus variantes más extremas y enajenadas está presente. La misión es "sagrada", al líder se le ha encomendado un objetivo, aunque no se dice quién es el encomendador, si Dios o el "popolo". En todos los casos, Milei está habilitado, (¿Por las fuerzas del cielo?) para realizar una labor "superior a todos los hombres". Amén. La frase, el alegato, el juramento sagrado no proviene de algún cruzado, de alguna secta religiosa; tampoco de la ortodoxia peronista, tan afín a estos arrebatos de fanatismo; mucho menos de aquellos militantes estalinistas dedicados a competir entre ellos quién era la oveja más mansa del rebaño, o el indio más leal al cacique, o el alcahuete más devoto.
En el caso que nos ocupa, la declaración proviene del ya célebre Gordo Dan, una de las estrellas del firmamento libertario o, para ser más preciso, uno de los leales más e incondicionales de La Libertad Avanza, una fuerza política que en la actualidad más que pedir lealtad a un ideario libertario lo que reclama es lealtad al Jefe y a la Jefa. Experiencias como estas quienes tenemos un mínimo de memoria histórica las conocemos. Lo novedosos o sorprendente en este caso es que estas epístolas sagradas se ofrendan en nombre del liberalismo que, si no lo leí mal, está en las antípodas de esta concepción que niega al individuo, niega por lo tanto la libertad con sus atributos necesarios: el disenso, el pluralismo, la tolerancia. No sé qué pensarían Voltaire, Montesquieu, Tocqueville, Stuart Mill, Benjamín Franklin, de estas desmesuras verbales.
En estos días la ceremonia del sacrificio tuvo como víctima propicia a Ramiro Marra, el joven libertario, auspiciante de las criptomonedas, se enteró de que no estaba más en las filas de La Libertad Avanza a través de un twitter y la información de los diarios. Para su consuelo, debe saber que su destino no es muy diferente al de más de cien funcionarios de primera y segunda línea del poder que fueron triturados por lo que parece ser una formidable máquina de picar carne dirigida por el trío conformado por Javier, Karina y Santiago Caputo. Se diría que en todo partido , en todo gobierno hay disidencias internas con sus correspondientes deserciones y traiciones. Es así. La disputa por el poder siempre es dura y muchas veces no hay lugar para los buenos modales. Después están las cuestiones de estilo: hay un estilo democrático para zanjar las diferencias y hay un estilo autoritario. El acto de fe del Gordo Dan es una expresión perfecta, impecable, ejemplar de sumisión a un régimen de poder autoritario. La vida por Perón, la vida por Cristina o la vida por Milei son juramentos que en lo fundamental depositan la lealtad no a una idea, un conjunto de valores, sino al Jefe, Caudillo o Líder. Podrán cambiar las consignas, podrán cambiar los nombres, pero en lo fundamental se parecen demasiado. Las huellas dactilares de estos discursos no dejan lugar a dudas, su ADN o su genética es evidente como también es evidente que estos actos de sumisión no proviene de la inspiración individual de un militante algo extraviado o alterado, sino de exigencias, a veces tácitas, a veces imperativas, provenientes de la cúspide máxima del poder
Si, como dicen los voceros de Milei, lo que los argentinos estamos protagonizando en estos tiempos es una verdadera revolución, con Ramiro Marra se cumpliría el principio de que toda revolución devora a sus hijos, aunque para mi tranquilidad, y tranquilidad de los lectores, me animaría a sostener que en la Argentina no hay ninguna revolución a la vista, salvo que alguien crea que el equilibrio fiscal y la reducción de la tasa de inflación sean algo equivalente a las revoluciones históricas de la modernidad. Nada de eso. Y además me alegra de que así sea, porque, mirando hacia el pasado, a la humanidad no le fue muy bien con las revoluciones, más allá de que cada una en su momento supo legitimarse y crear sus propios mitos, como también supo exterminar disidentes sin piedad y sin culpas. Por lo tanto, a no afligirse. No hay revolución a la vista. Ni de derecha ni de izquierda. Puede haber crisis, puede haber decadencia, agotamiento de un sistema o de un modo de acumulación, pero la palabra revolución, tal como se entiende en la modernidad, alude a otras complejidades y en la actualidad es apenas una ilusión de fanáticos, cuando no una avivada política, retórica inflamada de demagogos expertos en el arte de excitar a las masas. Políticamente en la Argentina hay un gobierno de extrema derecha que ha dado algunas respuestas satisfactorias a las exigencias puntuales de la coyuntura, respuestas que la mitad de la población acepta, pero sin olvidar que hay otra mitad que en diferentes grados y tonos las rechaza, un rechazo que incluye como novedad política a un alto porcentaje de los economistas liberales que en su momento apoyaron a Milei y hoy parecen ser sus adversarios más tenaces.
Cuidado con las desmesuras, con confundir gestión con consignas, y claridad política con arrebatos verbales contaminados con insultos, burlas y amenazas veladas. Cuidado con las falacias de poner como ejemplo una anécdota menor para descalificar una causa. En toda sociedad hay mayores o menores niveles de violencia lo cual es, si se quiere, más o menos previsible. Los problemas se presentan cuando la violencia, la violencia facciosa en particular, es alentada desde el poder. Néstor y Cristina alentaron la violencia desde el poder; Milei también lo hace. Y si a la pareja patagónica hubo que hacerle frente en defensa de la república y para limitar sus pretensiones autoritarias, la misma exigencia corresponde cuando desde posiciones supuestamente antagónicas, en lo fundamental, se intenta hacer lo mismo. Lo que en su momento fue válido contra el matrimonio Kirchner hoy debe ser válido contra los hermanos Milei. Institucionalmente este gobierno merece respeto, pero importa recordarle al mismo gobierno que él también está obligado a respetar a sus opositores. Si la memoria no me falla, o si no leí mal, así funciona la democracia. Si estos principios muchos ciudadanos se los recordamos a los Kirchner para poner límites a su consigna "Vamos por todo" o "vamos a Venezuela", se me ocurre, que esos límites una oposición democrática debe ponerlos a cualquier gobierno, incluso al de los hermanos Milei
Cuidado con las desmesuras, con confundir gestión con consignas, y claridad política con arrebatos verbales contaminados con insultos, burlas y amenazas veladas. Cuidado con las falacias de poner como ejemplo una anécdota menor para descalificar una causa. En toda sociedad hay mayores o menores niveles de violencia lo cual es, si se quiere, más o menos previsible. Los problemas se presentan cuando la violencia, la violencia facciosa en particular, es alentada desde el poder. Néstor y Cristina alentaron la violencia desde el poder; Milei también lo hace (...).
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