Hay dos equipos de fútbol que tienen mucho arraigo, que consiguen afectos en diferentes sitios del país. Son porteños, es decir, con el puerto de Buenos Aires como referencia geográfica e histórica; ser hincha de Colón de Santa Fe me eximió de enamorarme de alguno de ellos. Hay otros. Acá, allá, extendidos en el país. Una pasión que antes condicionaba los domingos, ahora cualquier día.
En todos los casos, la palabra es esa: pasión. No estoy exento. El fútbol fue la última pasión del milenio y parece extenderse en este. Ayuda la universalidad de los medios de comunicación y su destino de gladiadores modernos en un circo romano que se resuelve en el sofá… y con apuestas. El negocio es el negocio. Como decía un viejo aviso: estimula y sienta bien… a la tranquilidad de las poblaciones.
El deporte siempre estuvo enraizado, compartiendo pasión, con el hecho político. Este, el sentimiento compartido, tiene otro punto en común: la cabeza de Goliat, según la interpretación de la sociedad argentina en versión Ezequiel Martínez Estrada. Destacar y aceptar el unitarismo facilita leer el día por día con el cerebro argentino recibiendo estímulos desde su centro: Buenos Aires. Rebelarse es el juego. Rendirse la llave para sobrevivir.
Hijo de un empresario tan hábil como sospechoso -las causas fueron ciertas y los juicios también-, Mauricio Macri, hijo de Franco Macri y de una familia llamada Blanco Villegas, conjuga los mejores colegios, amistades y destino: empresas familiares y el mundo por recorrer. Macri, digresión y advertencia: en el momento de las decisiones de campaña, supuestamente sin su presencia - ya que estaba participando de un torneo de bridge- los hechos demuestran que no quiso abandonar el centro de la escena.
Macri es el centro de lo sucedido después de las elecciones generales. Artificio, planificación, más allá de un gimnasio donde se permitió que le hicieran fotos, la parte absolutamente necesaria del estropicio de la semana anterior lo tiene como eje. Tanto Javier Milei como Patricia Bullrich confiesan públicamente que Macri los llamó a su casa y fueron. Era la súper noche de un día agitado.
El eje no necesita más comprobación. Se agrega: "Nos perdonamos los agravios". Faltaba un juego atrevido: " (…) así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Mauricio manda, llama, y todos aceptan una cita a ciegas. Qué otra cosa, más que un jefe, provoca tanta confianza. La secuencia natural es esta: primero las Paso, para elegir a quiénes representan a cada sector. De cada sector, uno que va a las elecciones generales. Se eligen los dos más votados y con ellos -de no mediar unos artilugios numéricos- se elige uno a simple pluralidad de sufragios.
Todos votan a los dos. A uno de los dos. No votan, sí, pero votan en blanco, anulan su papeleta… lo que se quiera. El más votado después de estos dos filtros es presidente. Ya están conformados los cuerpos legislativos. La negociación será imprescindible. La presencia de Mauricio Macri estaba, está y estará. Si logra que Milei sea ungido presidente suyo será un fuerte aporte, ahora explícito. No creo que condicione demasiado a Milei, en rigor no lo sé, sí puedo afirmar, en cambio, que Mauricio adquirió centralidad y es eso: un actor central, un protagónico en esta novela de las elecciones 2023.
Muchos pensaron que al renunciar a una candidatura desaparecía y no sucedió. Veamos la cuestión desde donde me paro: soy partidario fanático y sufriente de Colón de Santa Fe. Las dos cosas. No me gusta que gane Unión de Santa Fe. Es así. Quiero las dos cosas. Ganar con el equipo de los amores y que pierda el de la vereda de enfrente. Pasión. Pura pasión.
Macri es, básicamente, un hincha de Boca Juniors, club en el que, desde su presidencia, proyectó el total de sus hazañas. Recorrió el país con las copas. Fue a la pelea por la ciudad de Buenos Aires. Fue a la pelea por la presidencia de la nación. Ganó y perdió. Nunca dejó su pasión. Ganar… y que pierda el archienemigo. Lo entiendo. Macri no es un estratega formado en las teorías de Sun Tzu. Tampoco esconde sus pasiones. El centro de la escena: su capacidad de muchacho triunfador y el deseo que el otro equipo pierda.
Se lo entiende a Mauricio, se oye crujir sus neuronas. No van más allá del simplismo de la pasión (Carl Jung, amor y odio, elija….). Nada hay que impida su decisión porque es humana ("tan humana como la contradicción", Alejandro Lerner). ¿Qué puede imputarle un veteranísimo hincha de Colón de Santa Fe, antes negrito sabalero, antes de "el negro" que del periodismo? Nada. Todo. Algo que se olvida en mitad de las pasiones del tablón, ahora con juego "on line". Para que no gane River votemos a Flandria, porque Boca ya perdió.
Repito: lo entiendo absolutamente. Admitamos un punto que solemos soslayar. Las tareas del Estado no son partidarias, no son de partido, son de totalidades, de efectividades conducentes. Al país no le hace ni bien ni mal que pierda Boca y gane River. Un país que se define por el desafecto, por la pasión, que siempre tiende al absoluto… corre un peligro ostentoso: nunca políticas totales.
En cuarenta años de democracia hemos sabido remover y remover la historia interpretando los hechos del ayer como un eterno presente. Macri acaba de incorporar una figura nueva: el hincha de fútbol, el de "(…) que esta tarde, cueste lo que cueste, esta tarde tenemos que ganar". Repito, lo entiendo, en cierta forma somos así. Cuidado.
Esa actitud lleva en su construcción un concepto: ¿Qué cosa son los que votaron a Sergio Massa? Sin rubores: ¿Engañados o fanáticos a los que hay que mandar al descenso? No creo en tamaño tajo. Pero… ¿Por qué apareció este terremoto virósico y enoja tanto a propios y extraños? No me lo pregunte, soy periodista, soy el que hace las preguntas. Coda: ¿Y si CFK decide volver al centro como hizo Mauricio? Otra vez: no me pregunte, solo soy periodista.
Macri es, básicamente, un hincha de Boca Juniors, club en el que, desde su presidencia, proyectó el total de sus hazañas. Recorrió el país con las copas. Fue a la pelea por la ciudad de Buenos Aires. Fue a la pelea por la presidencia de la nación. Ganó y perdió. Nunca dejó su pasión. Ganar… y que pierda el archienemigo. Lo entiendo. Macri no es un estratega formado en las teorías de Sun Tzu. Tampoco esconde sus pasiones. El centro de la escena: su capacidad de muchacho triunfador y el deseo que el otro equipo pierda.
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