A Maximiliano Nicolás Pullaro lo conocí en septiembre u octubre de 2022. Fue una noche, lo cual no es un dato importante; fue en la ciudad de Santa Fe, lo cual podría ser previsible, pero fue en un comité radical, un detalle significativo atendiendo el principio de que Dios y el Diablo siempre están interesados en los detalles. La historia de esa noche fue breve pero intensa. Mis amigos, Pato Villar y Lucho Spina me invitaron a un acto partidario en el comité de calle Catamarca. Las invitaciones de los amigos no se declinan, por lo que alrededor de las 9 de la noche estuve presente. Por supuesto, había amigos, conocidos y vecinos del barrio. Comité radical al fin, había empanadas, vino y cerveza. Y por supuesto… chismorreos políticos y oradores. Diría que desde hace ciento treinta años esta ceremonia del comité se cumple. Es una tradición, una costumbre, algo así como una misa laica. No ya católica sin iglesia, rabino sin sinagoga y radicalismo sin comité. ¿Tradicional? Es posible, pero no decadente. Una nación, importa recordarlo, se constituye con ese lazo de noble fibra que se tiende entre el pasado, el presente y el futuro.
Retorno a aquella noche de 2022. Muchos amigos. Menciono como al pasar a Santiago Mascheroni, a Leopoldo Callone, al Negro Qüesta, mi amigo de tantos años que ya no está y que esa noche fue la última vez que escuché. Pullaro llegó acompañado de otras personas que hoy desempeñan funciones en el gobierno. No sabía quién era, pero dispongo de los años necesarios para advertir que por la manera de caminar, de saludar, no era un vecino del barrio. Pocos minutos después, creo que Lucho o el Pato me lo presentaron. Las primeras impresiones no son definitivas, pero a mí me importan. Tengo los años suficientes como para no asombrarme de que los dirigentes que me presentan sean menores que yo. Lejanísimos los años cuando yo era el pibe de la reunión; hoy, para bien o para mal, suelo ser el más viejo. Menciono estas peripecias del destino para decir a continuación que Pullaro me pareció un pibe. No exageraba: nació en 1974, un año en el que yo en la universidad me consideraba un militante veterano. Cuando los militares dieron el golpe de Estado de 1976 este muchacho tenía 2 años, es decir, empezaba a dejar los pañales; y cuando se recuperó la democracia, en 1983, tenía 9 y seguramente usaba pantalones cortos. Y ahora, yo lo estaba saludando. Un mozo de más de 40 años. Flaco, bien plantado. Un levísimo movimiento nervioso en la boca, sonrisa discreta. Sobrio. Nada de exclamaciones ruidosas, de abrazos efusivos. Un apretón de manos, un abrazo ligero…no mucho más. Si me correspondiera destacar un rasgo distintivo hablaría de sus ojos, de su mirada. Allí suele estar la clave de una personalidad política. La suya es una mirada atenta, a veces inquieta, a veces recelosa, a veces desafiante. La mirada de un político que conoce las claves del poder. Soy de los que están convencidos de que la verdad profunda de un político está en los ojos. Esa verdad la podremos compartir o no, pero está allí.
Esa noche, por supuesto, fue el orador de fondo, para emplear la jerga pugilística que le resulta tan familiar. Al Negro Qüesta le dije en voz baja: "Suena a candidato a gobernador". Me contestó que le parecía muy joven. Le conté que el jovencito había sido ministro de Seguridad del anterior gobierno, diputado provincial y político radical a tiempo completo desde su primera juventud. No, no era un pibe, si al sustantivo "pibe" se lo asimila a imberbe. Este de imberbe no tenía nada. Ni su pasado político, ni su presente, ni sus ambiciones son las de un imberbe. Otro detalle me llamó la atención. La intervención política de Pullaro en el comité fue política en el sentido más serio de la palabra. Después me enteré que es licenciado en Ciencias Políticas. Digamos que su guitarra estaba muy bien afinada. Tengo el oído y las lecturas necesarias para saber distinguir un guitarrero de un concertista. Escasas dotes actorales. Pullaro se expresa con sobriedad, es austero con el lenguaje, pero dispone de la virtud de saber hacerse escuchar. No Negro, no es un pibe.
No soy amigo de Pullaro. Que haya conversado con él un par de veces no habilita a ejercer ese título. Tampoco lo soy por haberlo votado. Como historiador no estoy autorizado a elaborar el juicio de un gobierno que recién se inicia, aunque como ciudadano puedo permitirme decir que lo que está haciendo no me disgusta. Por supuesto que me alegré que haya sido elegido gobernador con un excepcional respaldo popular. Mi memoria histórica me informaba que el anterior gobernador radical en la provincia había sido Aldo Tessio, un político y un ciudadano que sin exageraciones merecería ser calificado junto con Luciano Molinas y Carlos Sylvestre Begnis como próceres de la provincia. Casi sesenta años después, otro radical llegaba a la Casa Gris. Convengamos que la vara que le pone la historia es alta, pero a juzgar por las declaraciones de Pullaro, esa vara más que intimidar lo estimula. La historia en su momento tendrá la palabra para evaluar los resultados de ese desafío. Lo seguro es que para el período 2023-2027 un radical a tiempo completo será gobernador, gobernador de una amplia coalición política.
La filiación radical de Pullaro no es una anécdota, una circunstancia menor, un rótulo al que hay que soportar con cierta resignación. Pullaro pertenece al linaje de los radicales que viven esa condición como una identidad, una pasión, una pertenencia íntima. Radical con todos los vicios y virtudes de esa condición. Su candidatura a gobernador, su victoria en las urnas la logró siendo leal a esa identidad, a esa tradición, tan típica de un radical, de "caminar" el territorio pueblo por pueblo, ciudad por ciudad. No rehusó al aporte de las redes y de toda la moderna tecnología comunicacional, pero al mismo tiempo ejerció ese noble hábito de los caudillos radicales de la historia de vincularse con la gente recorriendo todos los pueblos sino también todos los comités partidarios, sin dejar de comprometerse en sus internas, sus disputas y refriegas. Nació en Hughes. Mejor dicho, si no me fallan los informantes nació en Melincué, pero se crio en Hughes, un pueblo del sur de esta singular provincia donde las referencias pueden ser si vivís al sur o al norte de Rosario, o al sur o al norte de Santa Fe. Su niñez y su adolescencia transcurrieron en un pueblo. Algo conozco de eso, porque a mí me pasó lo mismo. Y sé cómo templa el corazón esa travesía biográfica. Sé cómo se templan las lealtades en un pueblo, cómo se viven los afectos, cómo se disfruta o se padece un primer amor y cómo un niño o un adolescente ejerce su libertad en un pueblo. Me dicen que alguna vez fue boxeador. Arturo Frondizi también lo fue. Y también lo fue el profesor José Luis Romero, para muchos el más importante historiador argentino. Del box conozco todo lo que se ha escrito a favor o en contra. Digo en la ocasión que un boxeador devenido en política es alguien de cuidado, no por la violencia, sino por la velocidad de los reflejos y la capacidad para soportar los golpes sin perder la integridad. El domingo 1 de mayo, amigos radicales me invitaron a un almuerzo en el club Rivadavia Juniors de avenida Freyre. Saludé a Pullaro y nos tomamos una foto con Santiago Mascheroni y sus hijos. Después, lo previsible: el mentidero político, los discursos y esa singular fraternidad de quienes comparten un mismo ideal político. Al otro día, una amiga maestra me dijo que me vio en una foto con el gobernador. "Qué lindo que es", me dijo, exclamación que me confundió porque por lo general pertenezco a la especie que no presta atención a los hombres lindos o feos. Luego la amiga maestra concluyó su piropeo con una frase sugestiva: "Será lindo, pero si lo ves decile que eso no va impedir que para la semana que viene le clavemos un paro de hacha y tiza". En esas paradojas, en esas contradicciones, entre la ponderación y el conflicto se definen muchas cosas, entre otras la identidad, los avatares y los conflictos que un político como Pullaro sabe que constituyen su vida cotidiana.
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