I
I
Maximiliano Pullaro será el nuevo gobernador de la provincia de Santa Fe. Fue una elección, pero el resultado se parece más a un plebiscito. Un millón de votos así parece insinuarlo. Lo sucedido es una noticia enfatizada y un dato histórico. Una noticia, porque el "Frente de Frentes" desplaza al peronismo del poder y lo desplaza duplicándolo en votos, con mayoría en la Legislatura y controlando las principales intendencias y comunas de una provincia que tiene la misma población de Uruguay y una extensión territorial parecida a Grecia, Austria o Inglaterra. Y es un dato histórico, porque nunca un candidato a gobernador sacó tantos votos y nunca el peronismo fue derrotado con tanta contundencia. La UCR, por su parte, instala un gobernador en la Casa Gris después de sesenta años. Pullaro sucede en este itinerario a don Aldo Tessio, una de las personalidades ilustres de una provincia que dio dirigentes de la talla de Carlos Sylvestre Begnis y Luciano Molinas. Y en 1912, cuatro años antes de las elecciones presidenciales que consagrarían a Hipólito Yrigoyen, inauguró el período histórico de la Ley Saénz Peña votando para gobernador al dirigente radical Manuel Menchaca.
II
Lo conozco poco a Pullaro, pero sé de su trayectoria política y de lo que amigos comunes me han dicho de él. Nacido en Hughes, corazón de la pampa gringa, como la bautizara Ezequiel Gallo, su identidad radical la forjó desde su primera juventud. Pertenece por filiación histórica a la generación de radicales que ingresan a la vida pública en este siglo, identificados con la tradición del partido, pero muy en particular con el ejemplo y las convicciones cívicas de Raúl Alfonsín. Su presencia política, su llegada al gobierno de la provincia es un testimonio de militancia, convicción y fe partidaria. Algo parecido podría decirse de Leonardo Viotti, de Leonel Chiarella o de tanto otros, en todos los casos dirigentes jóvenes que dan cuenta con su testimonio político que el viejo partido fundado por Leandro N. Alem y el propio Yrigoyen dispone de capacidad para renovarse en ideas y en hombres, un desafío en el que todo partido tradicional juega su futuro histórico.
III
Maximiliano Pullaro gobernador confirma, contra la abusiva letanía acerca del agotamiento de los viejos partidos, la vitalidad del tronco de un árbol que sigue dando ramas fuertes y hojas verdes, tal vez porque sus raíces vitales están bien hundidas en la tierra. Se ha hablado mucho acerca de los denominados partidos políticos tradicionales. Se los ha ponderado y no se les han ahorrado críticas. Hay un debate pendiente acerca del rol de los partidos políticos en la democracia del siglo XXI, o de la crisis que deben afrontar en un mundo que tiene poco que ver con el que los ha visto nacer. Los problemas, los desafíos que han debido afrontar Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Arturo Frondizi, Arturo Umberto Illia o Alfonsín son muy diferentes a los actuales. Temas como Estado, sociedad, cultura, poder, se ponen en juego en otros contextos y en ese juego puede haber predicciones pero no certezas. La política seguirá siendo la ciencia y el arte en la cual los dirigentes están obligados a comprometerse y arriesgar con un conocimiento incompleto, una "ignorancia" que más que una fatalidad es siempre una esperanza y una apuesta a la libertad y a la inspiración humana, lo que le otorga a la política la condición de gesta noble. Lo que la experiencia histórica parece enseñar es que en las naciones donde los partidos tradicionales han logrado renovarse, los desafíos pueden encararse con más rigor. Un partido político es, en ese sentido, una realidad política que interviene en el presente, apoyado y sostenido en una larga tradición que le otorga a sus integrantes identidad, sentido de pertenencia y símbolos, que constituyen una subjetividad necesaria para hacer de la política algo más que una gestión burocrática de intereses o un operativo para ganar el poder. Bienvenidos los nuevos partidos de la democracia, pero honra a aquellos viejos partidos a través de los cuales se pueden escribir la gesta de una nación, se pueden conocer sus luces y sus sombras, sus debilidades y fortalezas en las que generaciones se han ido transmitiendo fe, experiencias y esperanzas.
IV
Decía que lo conozco poco a Pullaro. Una sola vez lo escuché hablar en un comité radical al que me invitó mi amigo el Pato Villar. No sé quién me dijo: "Prestale atención, porque va a ser el próximo gobernador de la provincia". Ni le creí ni dejé de creerle. No era un orador arrebatado, pero era un orador con conceptos. Sus frases no se perdían en el viento, no se deshilachaban en la noche, quedaban latiendo y obligaban a pensar. Después supe que además de radical era licenciado en Ciencias Políticas. También supe que en su primera juventud fue boxeador. Y entonces presté más atención, porque ese detalle para mi posee importancia política. Conozco todas las críticas que se le hacen al boxeo, pero a mí me gusta pensarlo como lo pensaban Norman Mailer, Ernest Hemingway, Dashiell Hammett o Gay Talese. En todo boxeador, me consta, hay un desafío, un sueño, una ilusión. Y más de un político lo sabe. Teddy Roosevelt practicaba el boxeo; también subió más de una vez al ring un joven Frondizi de brazos largos y piernas flacas. Cortázar disfrutaba del box y algunos de sus mejores cuentos están escritos en homenaje a ese deporte que es mucho más que un deporte. "Son dos destinos que se juegan sin posibilidad de rehuir las responsabilidades". No sé si lo que escribo le importa o no a alguien; no sé si le importa a Pullaro. Por lo pronto, a mí me importa, Y me importa porque allí, en la soledad del ring, donde, al decir de Mailer, te las tenés que arreglar solo, se aprende a ganar o a perder. Por puntos o por nocaut. Y después hay que seguir. Siempre hay que seguir. Y mantener la fe en el talento, la inspiración y el coraje.
V
Maximiliano Pullaro. Sé de su militancia juvenil, de su desempeño como diputado, de su labor en el Ministerio de Seguridad durante la gestión de Miguel Lifschitz. Sé de sus aciertos y de sus errores. Y de su aspiración a ser gobernador, una aspiración traducida en una militancia pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, como aconsejaban las viejas espadas del radicalismo, aquellos hombres que en autos viejos y por caminos polvorientos recorrían el territorio para reunirse con correligionarios, vecinos a improvisar actos partidarios en plazas arboladas, en esquinas alumbradas por faroles o en esos comités partidarios donde los radicales suelen celebrar esta suerte de liturgia laica donde siempre flota en el aire aquellas palabras de ese otro prócer de la UCR que fue Moisés Lebensohn: "Doctrina para que nos entiendan; conducta para que nos crean". La militancia de Pullaro en Santa Fe tiene el tono, el sabor, de lo que en su tiempo hicieron Yrigoyen o Crisólogo Larralde en provincia de Buenos Aires; Amadeo Sabattini o Illia en Córdoba; Aldo Tessio o Julio Busaniche en Santa Fe; Miguel Laurencena o Silvano Santander en Entre Ríos. Fiel a esa tradición, Pullaro sabe que una victoria electoral no es un privilegio, sino una responsabilidad. También sabe que será el gobernador de una coalición en la que participan entre otros el PRO, el Partido Socialista y la Democracia Progresista. Repito: gobernar es una responsabilidad. Y una oportunidad, en un tiempo cargado de incertidumbres, para forjar una sociedad más justa y más libre. El desafío no es fácil ni cómodo, pero en la vida no hay nada importante que sea fácil o cómodo. Estas verdades Pullaro seguramente las aprendió cuando subió por primera vez a un ring o participó en la primera interna de la juventud radical en su pueblo.