Por Jorge Bello
Mientras los países piensan y discuten, y se escudan en el laberinto burocrático, Médicos sin Fronteras ya les mandó medicamentos, vacunas, métodos para potabilizar el agua, quirófanos. Y pediatras, cirujanos, obstetras, anestesistas. Y expertos en logística.
Por Jorge Bello
Hacia finales de un diciembre como este, pero de 1971, un grupo de médicos y periodistas se sentían decepcionados, frustrados porque la corporación para la cual trabajaban no les permitía dar testimonio de los horrores que estaban pasando.
Se trataba del genocidio de la etnia igbo, en Biafra (hoy Nigeria). Hay que recordar aquí la terrible guerra civil y la terrible hambruna que le siguió (1967-1970), ambas de una crueldad extrema, donde murieron más de un millón de personas, quizás dos millones, nunca hubo un recuento oficial de víctimas.
Médicos y periodistas defendían entonces la necesidad de una acción humanitaria en general y médica en particular, urgente y con independencia de los intereses geopolíticos del momento. Defendían la necesidad de dar atención inmediata a quien la necesitara, sin entrar en consideraciones étnicas o políticas.
Defendían la ayuda sin mirar a quién, sin juzgar, sin pasar por el tamiz político que suele, incluso hoy, terminar paralizando la ayuda. Y defendían la necesidad, igualmente imperiosa, de dar fiel testimonio al mundo de lo que estaba pasando.
Así fue como, en Francia, el 22 de diciembre de 1971 nacía Médicos sin Fronteras. Cumplen ahora 50 años. Mantienen vigente el ideario original, brindan atención y testimonio con independencia de todo interés político. Y vuelven a comprobar hoy, igual que hace medio siglo, cómo la comunidad internacional es incapaz de reaccionar rápidamente y enviar ayuda inmediata a la población que la necesite, sea por causa de la guerra o por causa de un desastre natural.
Es una organización gigantesca y transparente, que cuenta con una extraordinaria logística de material y de profesionales. Y la labor que actualmente desarrollan en muchos países, donde la situación es extrema, regiones devastadas por la sequía y el hambre, la pobreza, los desplazamientos masivos, la guerra, el olvido, la negligencia, indiferencia, no tiene igual.
Varias veces tuve el privilegio de hablar, de compartir un rato de conversación y aprendizaje, con un pediatra al servicio de Médicos sin Fronteras. Se queda uno sin palabras. La lucha contra el sida, la protección con vacunas, la carrera contra la desnutrición infantil, la dignidad de nacer en condiciones adecuadas, el cuidado del recién nacido y de su madre, el control de las diarreas, las epidemias, etc.
Hacen mucho más. Mucho más. Increíblemente más y mejor. Para financiar esta labor no tienen más que las donaciones que reciben, sean de empresas o de particulares de todos los rincones del mundo. Tienen donantes ocasionales, y unos siete millones de donantes anónimos que todos los meses aportan una pequeña cantidad. También reciben la donación que implica dejarlos como herederos de algún bien, en el testamento.
Organizan y llevan a cabo labores médicas imprescindibles allá donde las circunstancias lo indiquen, y tanto de hospital como de atención primaria, y en países tan conflictivos como por ejemplo Siria, Yemen, Afganistán o Etiopía, y también Perú, Haití, México. Y en alta mar, con un barco propio, llevan rescatados unos ochenta mil que navegaban a la deriva huyendo de la guerra, la persecución y la muerte.
Mientras los países piensan y discuten, y se escudan en el laberinto burocrático, Médicos sin Fronteras ya les mandó medicamentos, vacunas, métodos para potabilizar el agua, quirófanos. Y pediatras, cirujanos, obstetras, anestesistas. Y expertos en logística.
En 1990, Médicos sin Fronteras recibió el Premio Nobel de la Paz. En el discurso de aceptación, el entonces presidente afirmaba: "No estamos seguros de que la palabra siempre salve vidas, pero sí sabemos con certeza que el silencio mata." Este premio buscaba presentar, ante los ojos de todo el mundo, el reconocimiento por el compromiso con las víctimas de las crisis humanitarias.
Quiero resaltar en particular la labor de Médicos sin Fronteras para afrontar el problema de la desnutrición infantil. Afecta a muchos chicos, muchos en el mundo, y es un problema difícil de solucionar. La desnutrición afecta el desarrollo corporal del niño, pero también afecta su desarrollo intelectual. Y esto compromete tanto sus perspectivas personales como las de la comunidad donde el capricho de la vida lo hizo nacer.
Grandes logros consigue Médicos sin Fronteras en esta materia gracias a un super alimento, por ellos diseñado, para ellos fabricado, cuya base es la pasta de maní, un alimento valioso y barato. Argentina es uno de los dos principales exportadores de maní del mundo. Médicos sin Fronteras tiene sede en Argentina: https://www.msf.org.ar.
Mientras los países piensan y discuten, y se escudan en el laberinto burocrático, Médicos sin Fronteras ya les mandó medicamentos, vacunas, métodos para potabilizar el agua, quirófanos. Y pediatras, cirujanos, obstetras, anestesistas. Y expertos en logística.
Organizan y llevan a cabo labores médicas imprescindibles allá donde las circunstancias lo indiquen, y tanto de hospital como de atención primaria, y en países tan conflictivos como por ejemplo Siria, Yemen, Afganistán o Etiopía, y también Perú, Haití, México.