Nos escribe Elena (54 años, Rufino): "Hola Luciano, te escribo para consultarte por mi hijo adolescente, que está siempre como desmotivado, no quiere hacer nada y ya no sé qué decirle para active un poco. Le estoy encima todo lo que puedo y a veces hasta creo que es peor, pero tampoco se puede seguir así. Va a terminar la secundaria el año que viene y en vez de pensar en el futuro, no tiene planes de nada. ¡Ayuda! Soy una madre desesperada".
Querida Elena, en principio quisiera decirte que tu desesperación es la de varios padres que hoy no saben muy bien cómo manejarse con sus hijos jóvenes. Ya en otra oportunidad nos hemos dedicado a esta situación, por eso en esta columna vamos a encarar el mismo tema desde otro punto de vista.
Voy a partir de considerar lo que ubicás como "desmotivación", en relación a que "no quiere hacer nada" y no sabés qué decirle para que "active". Porque curiosamente este tipo de expresiones parecieran llevar a que hablamos de alguien abúlico, sin capacidad de hacer y que, en todo caso, habría que empujarlo a que actúe. Te propongo que a esta misma situación la veamos de otro modo, ¿qué tal si todo eso que le parece que falta es, en realidad, un actitud de rechazo?
Más bien la pregunta que quiero hacer es la siguiente: ¿qué clase de esfuerzo puede ser que esté haciendo un joven como para no poder hacer otra cosa? Nosotros decimos "Es vago" y ellos responden "Me da fiaca" (si no usan otra expresión más popular e impropia para un diario). ¿Qué es lo que da esa fiaca? ¿Qué hay detrás de esa declaración?
En principio, creo que hay una notoria exigencia. La mayoría de los jóvenes que están en esta situación hablan del desencanto que les produce la experiencia; es decir, les da "fiaca" hacer algo para probar y ver qué pasa, porque es como si creyeran que si las cosas no salen como estaban previstas no valen la pena. Dicho de otra manera, la contracara de la "fiaca" es un temor.
Por otro lado, este temor está asociado a una mirada hipercrítica. En la práctica de la terapia podemos notar esto con mucha facilidad, por el motivo siguiente: la mayoría de los pacientes adultos sufren de conflictos con sus deseos y a veces sitúan a los analistas en el lugar de quienes les prohíben actuar aquello que se prohíben ellos mismos. Así puede ser que un paciente diga, en el caso de no llegar a una sesión: "Estoy complicado para ir, me vas a matar" y uno como terapeuta se pregunta: "¿Por qué habría de matarlo?". Esto en los mejores casos, porque también puede ocurrir que haya quien directamente ni registre al otro y piense que puede estar por fuera del lazo que obliga a dar una explicación. Como sea, el punto es que ser el relevo de la autoridad para un paciente, conduce a que se nos hable -si no con culpa, al menos- como a una instancia que puede evaluar la relación con el deseo. Esto es lo que Freud llamó "superyó".
Ahora bien, en el caso de muchos jóvenes actuales esta instancia se vive de una forma diferente. Ya no en términos de evaluación de la relación con el deseo, sino respecto de la identidad personal. Es cada vez más común que los adolescentes de hoy en día se pregunten "Qué soy" antes de que "Qué quiero", como si el deseo les resultara ajeno y estuvieran mucho más preocupados por no fallar y sentir que valen poco. De ahí que muchas veces sufren más por sentir que no son quienes quisieran ser -o directamente no se deciden a ser de un modo u otro- y nombran su padecimiento en términos de autoestima.
Hablar de autoestima en estos casos es una descripción correcta, pero podríamos hacer una disquisición más amplia si incluso agregamos que se trata de una melancolía la que transitan estos jóvenes. No en el sentido patológico de la expresión, sino en función de que sienten que no pueden con la realidad; viven internamente una desesperanza, basada en reproches que les impiden ver el mundo como un espacio abierto a explorar. Si antes me referí a cómo un terapeuta puede ser un referente de autoridad para un paciente que lidia con el deseo, en el caso de estos jóvenes nos convertimos en el relevo de una realidad que tratamos de que les sea más amable.
Dicho de otra manera, antes que de un conflicto con el deseo, lo que encontramos en los jóvenes que sufren de que todo les "da fiaca" es de un acceso a la realidad. Por eso en este punto, querida Elena, creo que es importante retomar el segundo punto que mencionás: que le estás "encima", porque ahí creo que puede estar el problema. Me pregunta si tu hijo ya no está demasiado "aplastado" para que le estén más arriba, con una presión que puede ser vivida como mayor.
Digo esto pensando en que lo más común también suele ser que los jóvenes en este tipo de situación no reaccionan bien a las demandas parentales. Primero, porque eso los vuelve más infantiles y es justamente de esa posición de niños que no pueden salir. Segundo, dado que se trata de una demanda con la que no se puede cumplir, el resultado es que se sientan impotentizados y ¿cómo suele reaccionar alguien cuando se siente impotente? Por lo general, de manera agresiva.
Entiendo que ahora me dirás "Bueno, pero ¡algo hay que hacer!" y yo te diré que sí, que estoy de acuerdo, pero quizá lo que es preciso hacer no es lo que esperamos que hagan; es decir, el primer paso -quizá uno muy doloroso para quienes somos padres- es darle lugar a que los hijos puedan tomar decisiones que nos desilusionen. Muchos de estos jóvenes a los que la vida les "da fiaca" son personas que temen que si no les va bien sus padres no los van a querer; es decir, son hijos que no terminan de perder al niño que fueron para el anhelo de sus padres… quizá porque los padres no quieren perder a ese niño anhelado.
El segundo paso está en fortalecer su relación con la realidad; es decir, no pedirles que les vaya bien, sino que se ocupen de la realidad, ¿qué quiere decir esto? Que la realidad nos implica un trabajo, porque nunca encontramos lo mismo que esperamos. Crecer no es algo muy específico, consiste en la ardua tarea de implicarse con las propias responsabilidades, pero sin vivirlas como obligaciones. Es lo que a uno le toca ser porque es adulto y también hay una libertad que se consigue al realizarse en estos actos que, a veces, puede parecer que son burocráticos, pero nos dan un sentido de fortaleza interna –no hablo de grandes cosas, puede ser que nos refiramos a hacer las compras, tramitar un documento o empezar con un trabajo.
Supongamos, Elena, que me decís: "Pero, ¿si no quiere trabajar?" y yo te diré: "Si ésta es tu pregunta, está mal planteada, porque llegada cierta edad no tiene que querer buscar un trabajo, ¡tiene que trabajar!". Concedo que muchos padres, si están en condiciones que se lo permiten, facilitan que sus hijos estudien sin trabajar; de acuerdo, pero entonces pasa que el estudio es su trabajo. El punto es que no podemos desconocer que un joven tiene que trabajar y eso no se transmite estando "encima". Si a un adolescente le planteamos las cosas en términos de si quiere, o no, el resultado es que estamos en la misma posición que frente a un niño del que decimos: "Y si no quiere comer, ¿qué hago?".
Por esta vía, nos iremos situando para nuestros jóvenes como referentes de autoridad y así les habilitaremos que puedan pensar en el deseo, porque si no estaremos nosotros todo el tiempo pensando qué quieren y ellos padecerán internamente el peso de obligaciones con las que sienten que no pueden, para las que son poco, a las que fallan.
A partir de este cambio de lugar es que nuestros adolescentes se convertirán, de a poco, en adultos.