I
El balance de las décadas en las que Menem y Kirchner fueron presidentes, arrojan como resultado desolador una Argentina más pobre, más corrupta y probablemente más peronista.
I
Algunas precisiones racionales y emocionales sobre Carlos Menem. La muerte no hace a nadie ni más bueno ni más malo. A nadie le deseo la muerte, porque a nadie se le debe desear lo que tarde o temprano a todos nos toca. Que descanse en paz si es que esa condición existe. Que descanse en paz en su cementerio islámico. No sé si fue cristiano o musulmán. No lo sé y tampoco importa. De lo que estoy seguro es que fue peronista. Observación necesaria para todos aquellos peronistas que le negaron esa condición, muchos de los cuales comieron de su mano. Fue peronista de los noventa con caída del Muro de Berlín y agotamiento interno de un modelo estatal. Tan peronista como Kirchner. Alguna vez Corach dijo algo importante: "Si Menem hubiera sido presidente a partir del 2003 habría hecho lo mismo que Kirchner; y si Kirchner hubiera sido elegido en 1989 habría hecho lo mismo que Menem". Lo firmo sin vacilaciones. El peronismo –bueno es entenderlo- no es un modelo económico, es un modelo o una modalidad de ejercer el poder que los argentinos conocemos desde 1945. Menem liberal o Kirchner de izquierda es una burda licencia del lenguaje. En ambos casos la fe íntima que los convocaba era su ambición personal. Y la condición peronista era el requisito funcional porque en la Argentina ciertas cosas solo se pueden hacer desde el peronismo. Menem y Kirchner. Hasta para pelearse fueron peronistas. Se adularon, se mintieron, se estafaron. Y finalmente se reconciliaron alrededor de uno de los temas centrales del poder peronista: la corrupción. Menem debería haber estado en la cárcel hace rato; el mismo destino que le correspondería a Cristina y a Néstor si viviera. Menem se valió de los recursos del poder y la solidaridad incondicional del peronismo para rehuir la cárcel; Cristina está haciendo exactamente lo mismo. Y todo el peronismo cierra filas detrás de su causa. A su muerte, el gobierno decretó duelo nacional. Correspondía. Pero también correspondía que Río Tercero arrasada por las explosiones y San Cristóbal, arrasada por la consigna "ramal que para ramal que cierra", tienen derecho a no sumarse al duelo.
II
La pizza con champagne, Versace, la Ferrari, las relaciones carnales con la farándula, las novelas de Borges y los textos escritos por Sócrates fueron la marca registrada de la cultura menemista. Nunca creyó en nada, motivo por el cual estaba dispuesto a todo. Su exclusiva fe fue en su propia estrella. Hay que admitir en ese sentido que fue un presidente feliz. Su relación con el poder era sensual, lujuriosa y de alguna manera infantil. La tristeza la conoció cuando dejó la presidencia. Su ausencia de culpa era absoluta. Desconocía el remordimiento. También su ausencia del ridículo era absoluta. Podía pasearse luciendo patillas y casaca federal; presentarse como jugador de fútbol; lucir jogging brilloso; colocarse un "gato" en la cabeza para simular una caballera perdida para siempre. Amaba los zapatos, blancos, pero su color preferido era el dorado. Su gusto era el de la ostentación y el derroche. Solo fue austero con los libros. En sus diferentes residencias las bibliotecas brillaban por su ausencia. Fundó una estética y una ética. La estética, era la del cholulo; la ética, la del arribista. Su estilo osciló entre el pícaro y el cuentero. Un personaje entre el Viejo Vizcacha y el Laucha; entre el Gordo Villanueva y Avivato. Hablaba con todos y para todos tenía la palabra oportuna, pero feliz, lo que se dice feliz, se sentía cuando lo acompañaban Olmedo, Porcel, Facha Martel o Moria Casán. Amó el poder y lo disfrutó; pero la política lo aburría. Se dormía en las reuniones de ministros, pero resucitaba espléndido y garboso en un baile, una carrera de autos, una fiesta, una exhibición con el karting o disfrazado de jugador de fútbol. Bancaba a Guido di Tella o a Carlos Escudé, pero sus amigos íntimos eran Nazareno, Gostanián y de música de fondo el Soldado Chamamé.
III
El debate acerca de si los Kirchner fueron más o menos corruptos que Menem le podría interesar a Henry James que siempre amó los matices. En mi caso yo creo que ese debate se parece mucho al célebre debate acerca de si Al Capone era más mafioso que Lucky Luciano. A no llamarse a engaño: la corrupción y la pobreza estructural con su consabido clientelismo social lo tuvo a él como uno de sus principales creadores. Que los Kirchner a esa "virtudes" las hayan multiplicado no le niega al riojano sus méritos originales. Y mucho menos lo transforma en un estadista, justamente él que realizó aportes decisivos al desguace del estado desde su adhesión incondicional al capitalismo de amigos, ese capitalismo real que también seduce y fascina a los Kirchner. La llamada militancia kirchnerista lo odia, lo desprecia y le atribuye todos los males de la vida. Sospecho que los dirigentes kirchneristas no comparten ese mismo entusiasmo. Puede que lo proclamen, puede que en alguna tribuna se les encienda la boca hablando pestes del riojano, pero todos saben que la incondicionalidad que ahora manifiestan con los Kirchner en su momento la ejercieron con Menem. Empezando con Néstor y Cristina. Lealtad que en su momento fue muy bien paga, porque, bueno es saberlo, en estos menesteres los compañeros nunca hacen nada gratis. A partir de allí la lista es larga y monótona: Scioli, Parrilli, Beliz, Solá, Aníbal y Alberto Fernández, Redrado, Roberto Dromi. Todos, se reportaron con Menem con el mismo entusiasmo que luego lo harán con Kirchner Y, como se dice en estos casos, hay más nombres.
IV
¿Estoy dispuesto a reconocer "cosas buenas" en su gestión? Puedo admitir que los kirchneristas robaron más. A lo que sumaría que en los años menemistas no hubo grieta o no la hubo en esa intensidad. Controló la inflación, por lo menos durante unos años. Después de la hiperinflación, creció el empleo, la productividad, el consumo y en el contexto de la globalización el país se modernizó, con una base frágil, pero se modernizó. Reformó la Constitución porque quería ser reelegido. Fue su objetivo decisivo. Para ello hizo concesiones menores o concesiones en temas que no le interesaban. Esa constitución curiosamente es la Constitución que logró mayor consenso político en nuestra historia. Sus epígonos antiguos y nuevos le atribuyen méritos que me asombran: el gestor de la modernidad, el artífice de transformaciones de fondo, el protagonista de una década maravillosa. Palabras más, palabras menos, los epígonos de los Kirchner dicen lo mismo de sus jefes, tal vez porque la condición de todo peronista es proclamar la lealtad vertical e incondicional al jefe. Retóricas populistas al margen, lo cierto y real es que los índices sociales son calamitosos, que la pobreza devino en pobreza estructural, que el Estado perdió sus principales atributos, por lo que el balance de las décadas de Menem y Kirchner, arrojan como resultado desolador una Argentina más pobre, más corrupta y probablemente más peronista.
V
La década menemista está muy lejos de ser la de un tiempo feliz y bucólico con que ahora pretenden presentarla algunos nostálgicos. La historia real del menemismo muy bien podría escribirse a partir de la historia de sus escandalosos episodios de corrupción. Desde el Swiftgate, los guardapolvos de Vico, las intrigas de Amira Yoma, hasta la venta de armas a Ecuador y a Croacia se enhebran en un rosario de negociados y saqueos que le otorgaron al menemismo y a Menem un perfil inequívocos. El thriller incluye sus muertos. La lista es larga y los nombres evocan momentos macabros de nuestra historia. Antes de Nisman ya conocíamos de los suicidios "oportunos". Pienso en Marcelo Cattáneo colgado de un travesaño marca IBM; en Mario Perel y su esposa; en el brigadier Rodolfo Echegoyen; en Lourdes di Natale. Todos "casualmente suicidados". Y la lista se extiende con muertos azarosos en imprevistos accidentes de auto o en manos de anónimos ladrones callejeros o en curiosos tropezones. Y pienso en Menem. En la causa en la que fue condenado en dos instancias pero nunca fue preso. Menem funda en estos pagos la estrategia defensiva a partir de la cual los poderosos, es decir los que ejercen el poder, no pagan por sus crímenes y latrocinios. Los Kirchner no inventaron nada.
Alguna vez Corach dijo: "Si Menem hubiera sido presidente a partir del 2003 habría hecho lo mismo que Kirchner; y si Kirchner hubiera sido elegido en 1989 habría hecho lo mismo que Menem".
El peronismo no es un modelo económico, es un modelo o una modalidad de ejercer el poder que los argentinos conocemos desde 1945. Menem liberal o Kirchner de izquierda es una burda licencia del lenguaje.