Michaela Küfner | Deutsche Welle
Michaela Küfner | Deutsche Welle
El formato dice mucho: las declaraciones de Angela Merkel y Vladimir Putin ante la prensa fueron sin preguntas. En los diez minutos que duró la conferencia con los reporteros, ambas partes actuaron deliberadamente como si se tratara de una muy cohesionada pareja de políticos. No es de extrañar, después de todo, ya cumplen más de una década de estrecha coexistencia.
Cuando Merkel habla de la gran responsabilidad que Berlín y Moscú tienen en conflictos como los de Siria y Ucrania, se refiere sobre todo a generar condiciones de estabilidad para el retorno de los refugiados. De esa forma, envía una señal a quienes atizan la discusión sobre los inmigrantes en Alemania. Un punto a su favor. Pero su intento de estabilizar Ucrania a través de garantías rusas relacionadas con el suministro de gas contó con el rechazo de Putin. Un punto en su contra.
Y no podía ser de otra forma, pues para el presidente ruso el gasoducto NordStream 2 es un “proyecto puramente económico”. Bien, también Merkel tardó varios años en reconocer públicamente que ese gasoducto se construyó para eludir a Ucrania como país de tránsito, una decisión que tiene una dimensión política imposible de pasar por alto. Podrían buscarse otros ámbitos de cooperación económica con Rusia, dice Putin. Pero, no es tan fácil. La Unión Europea se opone y Estados Unidos hasta tiene sobre la mesa sanciones contra NordStream 2.
La confiabilidad tiene su precio
Todo esto nos lleva al tercer protagonista de esta historia. Desde que Donald Trump se tomó la agenda mundial, repentinamente, la relación de Alemania con Rusia no parece tan mala. Y era realmente mala. Desde la anexión de Crimea por parte de Moscú, ha sido siempre Merkel la que ha organizado, una y otra vez, la imposición de sanciones europeas contra Rusia. Pero con Trump en el poder en Estados Unidos, de pronto, Merkel y Putin se han dado cuenta de que los viejos tiempos tenían su ventaja: los frentes claros de antaño han adquirido un valor por sí mismos.
Pese a la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses, o a la posible participación de Moscú en el ataque contra un ex espía en Reino Unido, lo cierto es que Alemania y Rusia se necesitan mutuamente. Juntos, es posible evitar lo peor, como lo muestra la posición conjunta ante la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán.
Leer entre líneas
En Berlín, se sabe hace rato que la situación en Siria sólo puede estabilizarse con la ayuda de Moscú. Probablemente, incluso, con la permanencia de Al Assad en el poder. Y a Alemania no le saldrá barato. Así lo ha dado a entender Putin, por ejemplo, cuando habló de la importancia de que Berlín participe en la entrega de ayuda humanitaria para facilitar el retorno de los refugiados, y se refirió, en concreto, al suministro de agua y calefacción, o sea, a la reconstrucción de la infraestructura. Ambos se conocen lo suficiente como para sólo tener que insinuarse este tipo de cosas en público. Como en muchas relaciones de larga data, las vestiduras se rasgan a puertas cerradas.