Sábado 6.4.2024
/Última actualización 20:26
Se trata de textos breves que se proponen concentrar en no más de sesenta palabras la trama de un cuento o una novela. No pretende ser un borrador, mucho menos un resumen. Intenta ser un género propio. Cada palabra es intencional y lo que queda sin decir es deliberado.
Yo leía los "Diálogos de Leucó" y ella escuchaba cerrando los ojos y moviendo apenas los labios. Ella me pidió que lo hiciera como lo hacía antes, hace muchos años. Murió esa noche. Yo no sabía que era una despedida, pero ella sí lo sabía. Ella siempre sabía antes.
En el whatsapp está su número de teléfono. Hace años que está. Nunca lo llamó. Aunque más no sea para charlar sobre bueyes perdidos. Como hacían antes. Nunca lo llamó en los últimos 20 años. Ahora quisiera hacerlo. Pero hay un inconveniente. Murió; mejor dicho, lo mataron.
Ana ya no lo amaba. Pero tenía miedo de dejarlo. Era violento y culposo. Las dos cosas. Se acordó de su amiga. Compartieron una cerveza y planificaron sin dejar de reírse. A la otra tarde Ana llegó a la casa de su amiga. La encontró con él en la cama. Nunca más volvió a verlo.
Éramos muy jóvenes. No estábamos enamorados pero hacíamos el amor. Un día ella me dijo: estoy embarazada y al hijo lo voy a tener, pero no te hagas problemas porque no sos el padre. Confieso que me sentí engañado, pero 50 años después no estoy tan seguro de haber sido el cornudo.
Hablaron sentados en el banco de una plaza. Era de noche. El hijo le confirmó al padre que la decisión estaba tomada. El padre después dijo: aunque no lo acepte, siempre serás mi hijo. La respuesta fue breve: tu hija papá, tu hija. Hasta el día de hoy, nunca más hablaron.
Tomo copas con un señor en un cabaret rasposo de México. Discutimos, pero los mozos impiden la pelea. Estoy solo. Amanece. Una hendija de luz entra por la ventana. No espero a nadie ni nadie me espera a mí. Si muriera, podrían pasar meses hasta que alguien notara mi ausencia.
Madrid, año 2015. Tomo un taxi en Atocha. El taxista me dice que su mamá es argentina, que se llama Alicia y que nació en un pueblo que se llama Sunchales. Desciendo en Plaza España. ¿Para qué decirle al taxista que hace casi 60 años su mamá fue algo así como mi novia? ¿Para qué?
Apoyé el vaso de whisky en la mesa. Estaba vacío. Había un pociĺlo de café; había una servilleta de papel arrugada y manchada con rouge; había un cigarrillo, uno solo, aplastado en el cenicero. Nada más. Estaba cansado, pero no triste. Me prometí una vez más que dejaría de tomar.
Ya era noche cuando entré al piso. Lo de siempre: los sillones, la mesa, el escritorio...la lámpara. Desde la calle llegaba un rumor de autos; el televisor de los vecinos del piso de arriba. Después del silencio y un leve, levísimo perfume de mujer que yo conocía mejor que nadie.
Él estaba tomando cerveza con unos amigos. Me llamó, pero seguí de largo. Pasaron años. Ayer, ella me dijo que lo habían matado en uno de esos boliches infames que tanto le gustaba frecuentar. No dije nada, pero pensé que aquella tarde debería haber compartido una cerveza con él.
Cuando ella lo dejó, lo primero que pensó fue llamarla y pedirle perdón. Pero se contuvo. Pensó que en realidad no la quería, sino que se había acostumbrado a estar con ella. Y pensó que esa costumbre era mucho más dañina que el dolor de estar solo. Solo, triste, pero libre.
Pasaron años pero él no olvidará el instante en que dejó a la única mujer que lo quiso por otra de la que ahora ni siquiera el nombre recuerda. Hacía frío y era de noche. Él con una maleta se dirige a la puerta. Ella se acerca y le da una bufanda. "Cuidate", le dijo. Solo eso: "Cuidate".
La vida se complace en tramar enredos. Oscar deja a Marta porque está enamorado de Elsa, pero Elsa se acaba de pelear con Matías de quien está embarazada, secreto que Elsa le confía a Marta, sin saber que Marta anoche se acostó con Matías de quien siempre estuvo enamorada.
Todos alguna vez conocimos a una mujer que se acostaba con tus amigos menos con vos. Y luego, entre una sonrisa y una lágrima, te decía que ningún orgasmo era tan importante como conversar con alguien como vos, alguien que jamás intentará arruinar con el sexo una amistad tan pura.
Amanecía en la costanera. Una luz vacilante llegaba desde la laguna. Yo intentaba abrir una lata de cerveza, Raúl fumaba, Coco dormía apoyado en la baranda. Estábamos solos y el único horizonte visible era una línea vacilante de islas que se disolvían en la neblina de la madrugada.
Estaba muerto. Un balazo en el pecho. A su alrededor había plata, papeles, algunas fotos, una lapicera. El comisario sospechó de un socio; alguien habló de un amigo; se mencionó a su esposa. Un periodista dio el nombre de su amante, no la actual, sino otra. Estaba en lo cierto.
Primero lo vio en el bar; después lo cruzó en una esquina, pero cuando lo vio parado en la esquina del banco, presintió que estaba en peligro. Con muchos más años, con muchos más kilos, el hombre se parecía demasiado a quien había sido el amante de su actual mujer.
Reía y mentía con facilidad. Era su oficio y sabía hacerlo. Es por eso que pensó que ese hombre con el que ahora tenía que hablar sería uno más de la lista. Sin embargo, cuando él se retiró, luego de saludarla con un gesto galante, tuvo la certeza de que estaba perdida.
El testigo declaró que el hombre salió del garito como a las 3 de la mañana. Había ganado mucha plara y eso siempre es peligroso. Nadie se atrevió a molestarlo. Lo demás no se entiende. Entró al cuarto de la pensión, preparó el dinero en una encomienda y después se pegó un tiro.
El muchacho estaba asustado. El hombre canoso le dijo que había cometido un error, pero que no era para tanto. Después de todo, no es mucha plata. Hubo un apretón de manos y el hombre canoso se retiró del cuarto. En la otra sala había dos hombres. Se acercó a uno y le dijo: "Mátenlo".
Tiempos difíciles. Tiempos en los que la cita entre un hombre y una mujer podía ser más una celada que un encuentro amoroso. Ella le dijo que esa noche lo esperaba en el bar. Cortó y después marcó otro número de teléfono. Fue breve. Apenas una frase. Era rubia y parecía tener frío.
Mi vida es triste y trabajo en un lugar triste. Pero a ellos se los veía tan jóvenes, tan felices, que hasta casi me olvidé de cobrarles. Es que la felicidad, comisario, es contagiosa. Contagiosa, pero engaña. Están en el cuarto 7 del piso tercero. Más no le puedo decir, comisario.
Estacioné en la banquina. Paula maldijo en voz baja. Ĺa situación era difícil porque la policía no estaba muy lejos. Saqué de la guantera mi petaca de ginebra. Paula se miró en el espejo y se sacó la lengua. Los dos nos reímos. Hacía calor, pero el aire olía a lluvia.
Papá se fue de casa cuando yo tenía dos años. A mi padrastro lo recuerdo callado, distante. Después recuerdo cuando lo visitábamos en la cárcel. Mamá murió joven. Era rubia, sonreía y lloraba con facilidad. A papá nunca lo vi. Con mi padrastro comparto de vez en cuando una copa.